sábado, diciembre 31, 2005

¡Feliz Año Nuevo!

¿Preparados? ¿Que no? ¿Y por qué? Jo, si es que hay que estar en tó :)) A ver, en frente, debajo de la ventana, a la derecha, en esa caja, ésa, ésa... sí, ésa, están los "sombreritos", las trompetas, armónicas... pues claro que son como las de los afiladores, y no vale poner pegas, ¿ein? que ha subido mucho el ipecé y no da para más, ahhhhh... y los confeti, serpetinas, y matasuegras (me encantan :))

¿Preparados? ¿Que no? ¿Y por qué? Jo, si es que hay que estar en tó :)) A ver, sobre la mesa están las copas, y ¡ojito con ellas que son parte de mi "dote" (pá'vestir'santos me voy a quedar como esto siga así..!) ¡Ay, Señor!

Bueno, pues que alguien abra la botella (alguien que sepa, claro :)) de cava -catalán por supuesto-, y sirva.

¿Preparados? ¿Sí? ¿Sí?¿Sí?¿Sí?¿Sí?


¡¡¡Bien!!!




~~0~~¡¡FELIZ DOS MIL SEIS!!~~0~~
y
Gracias
por
estar
ahí
Y esto es todo, amigos :)

jueves, diciembre 29, 2005

Cuando era pequeña



A mis amiguitos Daniel, Marta.
Jaime y Ruht.
Oli e Iñaki.


Cuando era pequeña
mi madre decía: ¡tienes que comértelo porque es muy sano
y has de crecer! Y yo lo intentaba pero había cosas que,
sólo de pensarlas.., ay, ¡qué asco! ¡Qué asco me daban!

¿Te ocurre a ti igual? Por si fuera así, te cuento mi secreto:
cerraba los ojos -por no ver el plato-, pensaba sus nombres
y los remojaba en un agua mágica que yo me inventé!,
y en vez de engordar como los garbanzos,
¡menguaban, menguaban, menguaban, menguaban!

y tanto menguaban que en un dos por tres
se cambiaba en «espi» lo que era espinaca: el «espi» no es verde,
de ese verde caca que tienen las «nacas»,
ni tiene las hojas lamiosas, ni esos tallos largos
que parecen hilos de coser zapatos para los caballos.
Un «cal» pequeñito es mucho más rico que un calabacín:
¡el «cal» no es tan asqueroso como el «abacín»!
Y, ¿no alimenta igual un «repó» que pía que un repollo a secas?
y una «acelguí» o una «zanahó», ¿no tienen también muchas «vitamín»?
pues ¡ni te imagina lo rica que está la carne guisada sólo con «cebó»!

En vez de verduras -que no me gustaban- comía «verdú»,
y todas me sabían como yo quería: a galleta, a plátano,
a lata de atún, crema de cacao, incluso, ¡imagínate!, sabían a helado;
¡¡ahhh!!, y no se hacían bolas como los bistec,
ni tenían espinas como los pescados.

Si hay una comida a ti no te gusta,
en lugar de hacer lo que ella «quisié»
que es -¡qué cobardes son!- que no te la «»,
tú, que eres más listo y a imaginativo no te gana nadie,
te aplicas el «cuén»: cierras bien los «ó», juntas tus dos «» índice y pulgar,
y dices: por el agua «» que yo me inventé
y porque yo «pué» y porque yo «quié»: ¡mengua, mengua, mengua!
y tiembla, tiembla, tiembla (gallina): ¡¡te voy a comer!!


indah


"Sueños del rey rojo"
(Especial literatura infantil. "El Problema de Yorick")

sábado, diciembre 24, 2005

Feliz Navidad.











miércoles, diciembre 21, 2005

De Azul a Glauca.

Habrá que hacer algo, está demasiado crecido el césped
(está alta la ternura).
Está crecido, sí, pero me emociona la luz que
sobre él cambia de azul a glauca.

Se agita, y el aire se llena de acordes imposibles. El mediodía
-gris como pocos- no descansa: entra como un ovillo suspendido
sobre las crines de un casi-rayo de sol por la ranura de la puerta.
Lo miro. Mi perrita (la llamaré Wendy)
se inquieta, y gruñe, y lo persigue.

Estás ocupado con los troncos, con las ramas,
y a mí se me ocurre un monólogo.
-deberías pedírselo por favor
entonces prenderían (e imagino tu respuesta, para eso es mi
monólogo)

Pero cierro los ojos no vayas a ser que lo adivines.
Soplas, y yo pienso que empecé a escribir poemas
porque me gustan las palabras que suenan
redondas, misteriosas, calentitas: sol, fuego, café.

O quizá por asomarme al mirador del mundo,
al mirador donde termina el mundo,
si es que existe.
O para no ser la única dueña de mi silencio,
si es que existe.
O para calzarme tus sandalias, como ahora,
y andar por tus caminos,
y encontrarte
si alguna vez me pierdo.

Y en que he abandonado la seguridad de mi naves
para acercarme a tus manos náufragas;
y en que leo tus palabras -en el aire-
vuelan como los pétalos de aquella rosa.

Quizá, pienso, debería hablar contigo para impedir que tu voz se suicide en mi memoria. Pero miro hacia arriba: sólo un espacio en blanco que yo no quiero rellenar.

Espacio en blanco:
mi noche,
mi memoria,
mi ternura.

Wendy sigue persiguiendo al pobre ovillo -aquel rayo de sol-.
Siempre ha sido leal, ahora también lo es: el ovillo se para,
y Wendy se para,
se mueve,
y Wendy hace la muestra: avisa, antes de volver a perseguirlo;
¿soñará con pájaros brillantes?
Sí. La acostumbré a las piedras de cuarzo de la mina
y siempre volvía trayéndome las mejores en su boca, las que
más brillaban;

ella sueña piedras y aves luminosas
-yo contigo-.
Ella tiene instinto de animal mítico
-y me preocupo-.

Y aquí estoy, como un lagarto
diciéndole al árbol que se aparte
porque me priva del calor del sol.

¿Te he dicho que hay ojos de tigres en mis noches,
y lomos de ballenas blancas,
y risas de delfines de madrugada?

Me dices que me quieres
y mi sombra, desmayada, cae al suelo
entre la casi-luz del mediodía.

Habrá que hacer algo, está demasiado crecido el césped,
¿no crees?
(disimulo)
Pero yo sé que nunca segaré la ternura.
Permitiré que la agite el viento
y que la bese la luz glauca
y que la habiten luciérnagas de ojos blancos
-porque te amo-
y la arena con la que jugaba se escapa entre mis dedos como un acto
de fe.

Siempre le das tiempo a mis respuestas. Siempre.
Incluso cuando las ramas están verdes.

Y me río. Yo la había llamado manta peluda,
y tú, que sabes más que yo: frazada
pero la frazada no hizo distinciones y nos abrigó a los dos por
igual.

-Deberíamos aprender de las cosas,
¡se pueden llamar de tantas formas!, te dije.
-Pero me quieres ¿verdad? -preguntabas, al tiempo que tirabas de
tu esquina.

Sonreí. Buscaba otro nombre que nadie hubiera encontrado
para bautizar mi sentimiento, y tiraba de la mía

-¿No hay respuesta?
-Quisiera ser poeta para encontrar palabras, pero ya ves -y por si
no veías, te miré- ¡qué se puede esperar de una mujer que
ni siquiera sabe que las frazadas se llaman mantas peludas!

Ahora soy yo quien se mira en tus ojos,
estoy leyendo en ellos un poema: que me quieres,
mientras Wendy,
cansada de perseguir sus sueños da calor a mis pies,
y en el hogar silba un puchero remendado. Lo sé, lo sé, se
llama tetera.


indah

sábado, diciembre 17, 2005

Ecos de sociedad...

¡¡¡Ya ha nacido!!!


Pues sí, y en martes y trece. ¿A qué es un día estupendo para nacer? ¿Cómo que quién? Pues Iñaki, el hermanito de Oli.

Hmmm... Sagitario. Tendré que mirar (aunque yo no creo en los horoscópos :))

Lástima, aún no hay fotografías... Jo, estoy deseando que Jacinta las "suba".

Dicen que todos los bebés son iguales, pero yo creo que no es cierto. Claro que no, y no pienso discutirlo...

Ea, lo sé, con retraso, y es que últimamente siempre llego tarde..., debe de ser culpa de los zarrapatrosos vectores que ocupan todas mis "potencias". Limitadita que es una, pero es que cuando se montan en sus escobas en forma de "f" que (según sean) los dirigen hacia un lado u otro del espacio... ni os imagináis la carita de bruja que se les pone :))) Íntimos, sí, por eso lo sé. Todo el día y lo que es peor, toda la noche juntos. Un horror. Eso de Ker(f) o Nuc(f) o N(f), como, si existe es siempre igual a (0,0,0) -bueno, si anda por medio R3-, me hace pensar en una cueva profundaaaaaaaa, muy profundaaaaa, y muy oscura. Un miedo...


Pues ya están los ecos de sociedad.

Ciberabrazos...

Ajá, pues claro que podría felicitaros con una postalita, pero enviarlas aumenta de forma exponencial, casi, el tráfico de Internet; y si fuera sólo eso, bien, pero aprovechándose de ellas los virus van y vienen... sí, ellos también nos felicitan: a su manera, desde luego, y no suele ser muy agradable. Por eso, desde hace dos años procuro no enviar, en estas fechas, archivos adjuntos, ni una postal ni un nada. Es un problema, lo sé, porque a veces no quedas bien con quien te las manda a ti. Mi esperanza es que, quizá, el año que viene ya no tenga este problema. Bueno, si fuéramos pollos no lo tendría, porque ya los están experimentando en sus propias "plumillas" :)). Y si todavía fuéramos niños, es más que posible que el próximo año sufriéramos la exportación de la técnica -en estos momentos sólo se encuentra implementada en "chaquetas" para pollos- a nuestros pijamas, y así mamá y papá podrían trabajar muchaaaaaaas horas, muchaaaaaaas, y nosotros no nos quedaríamos sin nuestro abrazo de buenas noches: nos lo daría el pijama, claro que sólo si papá o mamá se acuerdan de enviárnoslo. Como yo ya no soy una niña y me temo, mucho me temo... que tampoco lo sois vosotros, esperaré a que implementen cosillas más útiles... ahora no se me ocurre nada, pero no estaría mal una "mano" que te rasque ese sitio de la espalda al que tú jamás llegas (salvo que seas contorsionista :))

No es una broma, de hecho ya hay una chaqueta electrónica. Se llama "mp3blue" y según dijeron las compañías que la han comercializado, cuenta con una tecnología inalámbrica Bluetooth y un reproductor musical MP3 controlado por un teclado textil en la manga (podéis verla en: www.mp3blue.de, si bien, dicen que es un modelito "para hombres preocupados por la moda y tecnológicamente progresistas", y espero que no utilicen hombres en genérico (aunque lo sea), porque la verdad es que es la mar de fea :) Así que, ésta, es una noticia cierta, tanto como que es mediodía, en España, claro. (Puff, de pronto me ha dado como un especie de repelús -que dice mi amiga Lola-. En fin, espero que Pablo no lea esto. A saber qué se le podría ocurrir :)

Y desde luego que no me lo estoy inventando, mi imaginación no da para tanto :) Pero por si no os lo creéis..., saber que: "Científicos de Singapur, que buscan maneras para transmitir el sentido del tacto por Internet, han diseñado una chaqueta vibradora para pollos y están pensando en pijamas electrónicos para que los niños reciban abrazos a través del ciberespacio".

Ah...
~FELIZ NAVIDAD~

¡¡yupiiiiiiiii!!



jueves, diciembre 15, 2005

El día menos pensado.



«¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde!» (Cuando pensó en ello después, decidió que, desde luego, hubiera debido sorprenderla mucho, pero en aquel momento le pareció lo más natural del mundo).
Lewis Carroll




- No las toques. Son de barro, Alicia, ¡y son irremplazables! -aullaba su hermano Julio, «niño-Anaya» como le llamaba Marta, su otra hermana, en cuanto veía aparecer sus manitas-. ¿Es que no lo ves?

Pues claro que no lo veía, ¿qué iba a ver? Tenía que esperar a que su padre la cogiera en brazos o, al menos, la aupaba un poquito. Así, cuando se sabía a una altura considerable del suelo, y al tiempo que achicaba sus ojos todo lo que podía para que nadie descubriera aquel brillo que -insistía su madre- era señal de que había hecho alguna trastada, le sacaba la lengua a Julio. No estaba segura de saber qué significaba «irremplazable», quizá caro; pero le daba lo mismo, ella tenía una caja registradora, chiquita, llena de monedas y billetes, y si hacía falta, se los daría. Y así había sido desde que era capaz de recordar, hasta que ¡por fin! había llegado aquel día. Un día al que todo el mundo se referían como: «el día menos pensado», siempre que ella preguntar '¿cuándo?'

Y el día menos pensado llegó casi al mismo tiempo que su sexto cumpleaños. ¡Ya era mayor! Su primera Navidad «de mayor». Y la primera vez que podía ver sin ayuda al Niño. Al Niño Jesús, «más bonito que un sol», como decía su padre. Y podía ver el agua de papel de aluminio, y la noria que daba vueltas y vueltas dejando caer hilos brillantes; y a la lavandera arrodillada junto al río, bajo el puente por el que cruzaban las ovejas; un puente que aguantaba como podía para que, éstas, no cayeran sobre el cristal que su hermana había pintado con rotuladores de colores, y que, por el momento, servía de río en tanto se arreglaba el mecanismo que hacía corre agua de verdad de la buena. De todas formas, Marta lo había pintado tan bien que casi parecía un río. Alicia, alterada, nerviosa y feliz, contemplaba las montañas de papel endurecido con engrudo que había modelado Bob, un amigo de su abuelo.

Bob, al que todos llamaban «el indiano», y que había vivido muchos años en aquella casa, también había pintado el cielo. Fue poco antes de que Alicia naciera (Marta se lo había dicho). Y lo había pintado sobre papel continuo. Caray, ¡a saber que quería decir aquello!, pero fuese lo que fuese, a ella le parecía precioso su color azul intenso, y todo lleno de estrellas que brillaban incluso donde no deberían. Dejó de preocuparle que brillaran sobre el castillo de Herodes cuando su padre le aseguró que no ocurriría nada. Alguien tan malo como Herodes –había dicho- no podía salir del castillo, y mucho menos en Navidad; además, si por casualidad lo intentaba, los ángeles «menores» -así llamaba Julio a los que tenían las alitas rotas o sujetas con pegamento- no se lo permitirían. El cielo ocultaba, de extremo a extremo, dos de las paredes del hueco situado al final de la escalera; bajo el cielo se extendían las montañas, y desperdigadas por aquí y por allá, las casitas de cartón y madera construidas asimismo por Bob, las llenaban de color. Su madre, como cada año, repetía en voz bajita, que aquella era la prueba palpable de que el indiano nunca había olvidado su Cuba del alma; y es que, alguna de las casas -decía- más parecían de aquella tierra que de otro sitio. Alicia no le recordaba, se había ido al cielo pocos meses después de nacer ella; a seguir pintando estrellas, decían, de aquellas que se apagan cuando se hacen mayores.

- Niña, ¡te has quedado pasmá! Venga, ¡a dormir! Mañana tendrá tiempo de embobarte todo lo que quieras.
La mano de Marta pasaba ante sus ojos tratando de sacarla de aquellos pensamientos que, si bien Alicia aún no lo sabía, le iban a acompañar el resto de su vida, para después, coger la suya y arrastrarla casi a la fuerza hasta el dormitorio.
- Mami, ¿crees que si Bob no se hubiera ido al cielo a pintar estrellas, habría hecho una figura para mí?
- Desde luego que la hubiera hecho -su madre la arropaba al tiempo que llenaba su cara de besos-, pero tú ya tienes una, igual que tus hermanos.
- Pero, mami, ¿crees que si yo se le pidiera otra, me la haría? ¿Crees que me la pintaría? ¿Lo crees?
- Sí, corazón, estoy segura. Nadie, y menos Bob, podría negarte algo cuando tú te empeñas en conseguirlo. Pero no sería justo que tuvieras dos, ¿no te parece?

Alicia hizo un mohín. Cuando su madre decía la palabra «justo», ¡malo!, significaba un: sí, pero no. Suspiró sin protestar, y tras decir un hasta mañana, y pensar que aquel sí pero no, no impedía que pudiera pedírselo a Bob, cerró los ojos con toda la fuerza que pudo. Segundos más tarde su cabeza se llenaba de figuras: los Reyes Magos montados en sus camellos ; sus pajes, lujosamente vestidos, conduciéndolos por las montañas. Pastores y ángeles, patos, ocas, gallinas y otros animalitos. Sobre ellos, una preciosa estrella, que brillaba como si Bob la repintara cada año, señalaba con sus manitas gordezuelas el camino que los llevaría sin pérdida hasta el Portal. Junto a la forja, el herrero, que al parecer no se había enterado de nada, levantaba y bajaba su brazo golpeando un yunque. El ángel encargado de anunciar la Buena Nueva, sacudía y ponía en orden su túnica color salmón, no si antes espolvorear por el bajo y el cinturón con el que se la ataba, minúsculos granos dorados parecidos a los polvillos mágicos de Campanilla. El valle se llenaba de voces. Y de vida. Y del trasiego de unos y otros. Alicia trataba de localizar la figurita que Bob había modelado y pintado para ella: una niña en alpargatas que se sujetaban a sus piernas por medio de cintas, de muchos colores y trenzadas, que vestía una falda roja, una blusa blanca y corpiño verde esmeralda, además de una pañoleta en la cabeza. Por fin la encontró. Allí donde el repelente «niño-Anaya» la había escondido: cerca del pozo, entre un grupo de ocas, y casi oculta por las ramas. Pensó en acercarla al portalito, pero «irremplazable» sonó como una enorme amenaza en sus oídos.

- Estás muy lejos del Portal -le gritó colocando las manos alrededor de su boca-. ¡Corre, sigue a la estrella! Corre, ¡date prisa! Este año tienes que llegar la primera. ¡Corre, corre!

La figurita, seguramente porque alguno de los polvillos dorados y mágicos le habían caído por encima, pareció cobrar vida y empezó a correr. Y corrió tanto que adelantó a todos los demás -incluso a un grupo de navymengues, que son como duendes chiquitos que viven en el pensamiento de algunos escritores, pero que sólo aparecen en la época de Navidad- hasta que, casi sin aliento, se detuvo a la puerta del establo mirando de reojo a Alicia que daba palmas más feliz que nunca. ¡Sí, sí, sí! ¡Sería la primera en llegar delante del Niño Jesús!, la primera; y mucho antes que la de Julio y que la de Marta.

- ¿Qué haces? – preguntó, sorprendida al ver que se detenía en la puerta-. ¡Entra, corre, entra! ¿No ves que te alcanzarán?
- ¡Chis¡ -la figurita, poniéndose un dedo en los labios, la mandó callar-, ¡mira lo que he encontrado! Alicia se inclinó mucho, todo lo que pudo, hasta alcanzar a ver qué escondía entre sus manos. (Cachis, ¡a veces es malo hacerse mayor!)
- ¡Un ratón!- exclamó casi sin poder creérselo-. ¡Un ratón blanco! ¡Qué bonito! Seguro que me lo ha hecho Bob. ¡Qué bien! !Lo que yo quería! Vamos, vamos, ponlo encima de los pies del Niño Jesús. Alicia hablaba y hablaba sin advertir que, o bien milagrosamente, o bien porque la niña en alpargatas había adelantado a los navymengues, tenía el mismo tamaño que el resto de las figuras.
- ¿No lo has pensando nunca? Yo sí. Mira, fíjate bien –dijo empujando a la figurita y señalando hacia el fondo del establo-, la mula y el buey le dan calor pero estoy segura de que no le llega a los pies. Seguro que no. Por eso siempre los tiene helados, igual que yo. La figurita, rió, al tiempo que, sin darse cuenta, abría demasiado las manos. Y ese fue el momento que aprovechó el ratón (que fingía dormir) para pegar un brinco y correr a ocultarse entre la paja del establo.
- ¡Jo, se ha escapado! ¡Se ha escapado!
- Espera. Espera. Verás como entre las dos lo pillamos.- Así, mientras que la mula y el buey protestaban por las molestias que les estaban causando, empezaron una agitada búsqueda por todos los rincones.
- Perdón, perdón -decía Alicia cuando, sin querer, tropezaba con alguno de los animales, o al tiempo que movía su mano a modo de saludo cuando pasaba por delante de La Virgen María o de San José. Y la búsqueda prosiguió hasta que, de repente, un estruendoso crach cata crach, las dejó paralizadas. Ninguna de las dos se había dado cuenta de que cuando Alicia estaba dentro del Portal, éste parecía muy grande, pero cuando salía se hacía pequeño, muy pequeño; y con tanto entrar y salir, y tanta carrera, el castillo de Herodes estaba a punto de rodar montaña abajo.
- ¡Ay! ¡Cuidado!, apartaos todos-. Gritó.

Justo en aquel momento, se encendieron las luces del salón. La figurita le obligó a retroceder, con su ayuda, Alicia consiguió esconderse detrás del buey, antes de que la puerta se abriera. Desde allí, muy sorprendida, pudo ver la cara de sus padres, y también escucharles:

- ¿Qué habrá pasado?
- Ni idea -dijo su padre-. Todo parece estar en orden.
- Oye. ¿Qué es eso? Mira, ahí, sobre los pies del Niño Jesús.
- A ver, déjame ver. ¡Qué curioso, parece un ratoncito blanco! –Alicia sonrió al escuchar la risa de su padre-. Creo que es el primer ratón, digo el primer Belén en el que un ratón se preocupa de calentarle los pies al Niño. ¡Estupenda idea! Sí, siempre he pensado que los debe tener más fríos aún que los míos.
- ¡Ay, Señor! No hay duda de que Alicia tiene a quien parecerse -exclamó su madre al tiempo que, con mucha ternura, pasaba una de sus manos por aquella cara de niño grande-. ¡Los pies helados! A quién se le ocurre semejante idea -aún la oyeron decir antes de cerrar la puerta del salón.
- Pufff. Gracias por ayudarme. Menos mal que no me han visto. Y menos mal que no se ha caído el castillo, menudo lío se hubiera organizado.
-Mira...
La figurita señalaba hacia la montaña más alta. Varios ángeles «menores» (que son esos que tienen las alitas sujetas con pegamento), con los mofletes hinchados o resoplando, luchaban con todas sus fuerzas para que el castillo no rodara hasta el valle. Pronto llegaría en su ayuda la cuadrilla de pastores-albañiles que, cargados con picos y palas, trepaban por la ladera de la montaña.

Una vez lograron dejarlo todo en su primitivo estado, Alicia, muy despacio para no causar otro estropicio, se acercó al pesebre:

- Ratoncito malo, estás ahí, ¿eh? ¡Mira, mira cómo te brillan los ojos!, alguna trastada has hecho-. Le dijo muy seria, todo lo que pudo; y después, observó la cara del Niño Dios que dormía placidamente.
- Oye -le dijo la figurita-, ¿tú crees que le habrá gustado nuestro regalo?, ¿crees que ya no tendrá los pies fríos?

A pesar de que Alicia estaba muy cansada, pasó una de sus manos por debajo del ratón. Sus dedos rozaron con mucha delicadeza los pies del Niño Dios. Y después de bostezar, y ante de asegurar que ya no los tenía fríos, sonrió a la figurita del corpiño verde esmeralda. Y, después, al tiempo que desaparecía debajo del cobertor, Alicia, dijo:

- ¡Gracias Bob!

Pero como ya dormía profundamente, no pudo oír la respuesta de su amigo:

- De nada, princesa –dijo el indiano que andaba por el cielo en medio de una marabunta de pinceles y botes de pintura plateada-. Has tenido una buenísima idea, mi chica, y estoy muy contento de que me lo hayas pedido. Él, ya no tendrá los pies fríos nunca más. ¡Seguro!

Y así es. Al menos en casa de Alicia, El Niño Dios, siempre tiene los pies muy abrigados, y muy calentitos.


indah

viernes, diciembre 09, 2005

Contraluz



© Carmen Medina

¡Ay!, si me concedieran unos ojos-Sol
y una manos-Lluvia
y una voz-Milagro
(cantabas el «duble», y la comba rozaba tus suelas)
¡ay!, llamarte magnolia
o llamarte rosa
o llamarte jara,
y que florecieras.



Vuelves de ese lugar que existe y que no existe -niña con vestido blanco-, en la luz que se descuelga entre el infinito y la nada, a conjugar el verbo de los días en pasado. Pero todo lo tornas bello, y bajo el cielo agolpado entre las ramas, por darte aquel capricho (rosas, magnolias, jaras), isócronas, mis lágrimas florecen en las tuyas.


indah

miércoles, diciembre 07, 2005

Pasen. Pasen y siéntense... ¡marchando!




soul-cafe
©Frank-Morrison


Pues sí, se aprenden muchas cosas cuando uno se aburre. Por ejemplo leyendo el Washington Post del día cinco de diciembre, se aprenden las bondades del café and del té. Por supuesto que el Washington no se lo estaba inventando, claro que no: se basaron en las conclusiones de un estudio realizado sobre una muestra de 10.000 personas. De dicho estudio se desprendía que aquellos que tomaban dos tazas de café o té (incluso más) a diario, rebajaban a la mitad el riesgo de desarrollar una enfermedad crónica de hígado; (¡vaya!, dijé yo, yupiii yupiii yaaaa, ahora resulta que se reduce a la mitad el riesgo de acabar teniendo mucha «pupa» en el susodicho).

Una noticia que puede ser cierta, o no, vaya usted a saber, pero que a los muy cafeteros (cambiar té por café -porque mezclados... no sé yo-) les habrá colmado de alegría. Y a los mercachifles que importan, exportan, envasan y venden tales exquisiteces, también, supongo. Y mientras meditaba en lo que entendía (no lo entendía todo) sonreí al pensar que sería el colmo que, finalmente, tuviera razón un amigo mío que dice que el día que se recupere la cosecha de tabaco de Virginia será cuando nos enteremos de lo buenísimo que es fumar. ¿Podrán entonces, me pregunto, querellarse contra alguien los pobres fumadores acosados por los nofumadores, sus respectivos gobiernos, y las mil y una prohibiciones que los amenazan desde que se levantan hasta que se acuestan (ojo que fumar en la cama puede ser muy malo para la salud, y más si hay que hacerlo escondido debajo de la sábana y el “enredón” -que dicen por diversos lugares del sur de mi querida España-, etc.) No no , yo hace tiempo que dejé de fumar, pero soy comprensiva pues, aunque fumaba poco, me costó. No me costó dejarlo, sino convencerme de que podía hacerlo. De que no dolía.

Bueno, pues esta es la buena noticia de hoy. Quizá haya otras, pero a mí me gusta el café y como me ha dicho mi médico que no sube la tensión, y por su culpa me había quedado sin excusa... me he encargado de proclamar -pasillo adelante, pasillo atrás- la noticia. Y sí, podéis hacer uso de ella :) es dominio público.

¿Cuántos años habrán estado estudiando a las 10.000 personas. ¿Mentirían éstas? Hmmm.
Para eso está la sabiduría popular: «A buena gana de bailar, poco son es menester». Ya, ya sé que no tiene nada que ver, pero es que, como yo tampoco necesito mucho son... Pues eso.

Buenas noches...

martes, diciembre 06, 2005

Canto difónico


Dicen que nunca te acostarás sin saber una cosa más. Y es cierto. También podría decir que, a veces, no te levantas sin saber una cosa más. Tanto dormir, tanto dormir, pues me desperté de madrugada, ni idea de la hora. Como no me dormía, puse la radio y busqué algo que tuviera pinta de ser entretenido. Tampoco me acuerdo ahora de cómo se llamaba el programa, pero el locutor tenía una voz agradable y se me estaba quedando la mano helada (creo que son suficientes razones :)

Me alegré, aunque luego me volví a quedar helada; quería apuntar un par de cosas, por si hoy no las recordaba. Y es que para mí era, iba a decir completamente nuevo, pero no estoy muy segura, recuerdo haber escuchado algún tipo de canto mediterranéo que podría -quizá- ser parecido. Así todo, jamás había oído a nadie utilizar las cuerdas vocales para lograr aquellos sonidos difónicos. Por si alguien, como yo, no sabe de qué se trata:

«El canto difónico consiste en cantar una nota grave de tal manera que se oiga acompañada de una o más notas aflautadas adicionales. Su efecto es tan extraordinario que no es de extrañar que, desde un principio y en la mayoría de culturas, se le haya atribuido un carácter sobrenatural, cargado de supuestos atributos religiosos, mágicos y curativos. Por ello, en el entorno de creencias naturalistas y chamánicas, este tipo de canto armónico sirve como medium para comunicarse con los espíritus de la naturaleza, imitando los sonidos de animales, el viento, los pájaros, etc.»

Y en el mismo artículo dice de quienes escuché anoche que:

«Los tuvanos tienen cinco técnicas distintas de canto difónico: kargyraa, khoomei (joomei), borbannadyr, ezengileer y sygyt. El kargyraa es un canto grave (en torno a los 55 a 65 Hz) sobre vocales, rico en armónicos (especialmente del sexto al 12º), como el canto de la grulla, y muy cercano al estilo dbyang de rezo tibetano. El joomei se caracteriza por su dulzura en el registro medio del cantante, en el que los labios también juegan un papel determinante. El estilo borbannadyr, en torno a una fundamental cercana a los 110 Hz, permite incluso generar sub-armónicos, es decir, sonidos por debajo del fundamental. En cuanto al ezengileer, se caracteriza más por sus patrones rítmicos que dan a los armónicos la pulsión de los caballos al galope. Por último, el sygyt suele cantarse sobre una fundamental del registro medio (entre 165 y 220 Hz) mediante una presión considerable del diafragma para que el aire puede pasar a través de una garganta contraída y hacer aflorar los armónicos noveno, décimo y 12º. El canto difónico de los tuvas es muy similar a la destreza necesaria para hacer sonar la guimbarda, sólo que en lugar de una lámina vibrante, utiliza las cuerdas vocales. La melodía, en ambos casos, surge a partir de los armónicos de una nota fundamental, generadas por el resonador de Helmholtz que es la cavidad bucal humana.»

También oí una invocación chamánica que... realmente daba miedo :)) y es que, como dicen en Siberia: «Ningún canto es inocente ya que siempre existe la posibilidad de que lo oigan los espíritus ».
Impresionante, sugestiva e inquietante frase. O eso me pareció.

Los tuveros viven en la República de Tuva (o Touva) creo que está bajo dominio ruso, rodeada de países misteriosos: China al sur, Buriatia al este y Tatarstán al norte. Suena impresionante. Y ellos lo parecen.

lunes, diciembre 05, 2005

Carta de Ajuste ( Y tú... )

No estaba en el guión que olvidases comprar el agua mineral para mí, ni que de pronto recordases que no tienes tabaco ni que tu móvil no funcione ni que en el mismo instante pienses que ya que has de bajar, de paso, comprarás más cerveza (no todos son tan exquisitos como yo), por si no fueran suficientes las dos cajas de botellines para los que han de llegar; y no me quejo, lo comprendo, porque si son capaces de tal hazaña sin morir en el intento, llegarán con la lengua fuera. Sólo espero que, pues te has dejado la lista, recuerdes que tampoco hay mejillones, ni pan toast ni picos ni higadito de pato triturado; no quiero imaginar que es a esto, precisamente, a lo que tú llamas ser previsor. Bueno, que yo beba agua mineral no es culpa tuya, eso no —prometo que la próxima vez me la traigo puesta— ahora que lo del pan y el paté.., y ojalá no sea justo al volver cuando asocies ideas y recuerdes que no hay un cuchillo para untarlo. Aunque me pregunto si te quedarán ganas de comer, beber y fumar tras culminar la escalada que te separa de mí, porque, ¿no se te ocurrirá esperar abajo a que vuelva la luz?, subirás, ¿no? ¿Subirás, verdad?

No estoy nerviosa. No estoy nerviosa. No estoy nerviosa. ¡No! Siempre disfruto paseando compulsivamente, incluso aunque no tenga que decirme que si he de seguir esperando mucho tiempo, así, bajo el cielo estrellado que se cuela con el mayor descaro por la claraboya, y sin encontrar una maldita cerilla, la invernada de Gerlache me va a parecer una broma, y que tú, para estar a la «altura» de Amundsen cuando, llegado a su punto culminante de la Antártida, dijo: este es mi polo, vas a tener que plantar el cartón de tabaco a modo de bandera y usar «los picos» para desenterrarme. Busco, y claro, sin palpar —no me atrevo— tampoco encuentro una triste manta, ni palentina, ni Paduana. Pues... como el ombligo se me siga cubriendo de escarcha me voy a tener que enroscar a la cintura varios metros de papel de celulosa. ¿Y si no hay papel de cocina? Tranquila, tranquila, me digo, habrá, aunque sea higiénico. Señor —ruego— hazlo por mí, anda, es un milagrito chico y más fácil que convertir el agua en vino, bueno, no estoy segura, pero ¡hazlo, por favor!, que sea de celulosa suavita y no El Elefante. Tú sin tabaco, y yo con este estar sin estar.., y a oscuras.

Tú sin agua mineral, sin móvil, sin tostadas, sin nada para untarlas, y yo con este: «vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero». Y palabra de honor que la esperaba, no voy a negarlo, ¡pero con luz, calefacción y ascensor! Y palabra de honor de que, sin disgustarme mucho eso de contigo pan y cebolla, en este momento preferiría un: contigo pan y un mechero, al menos podríamos encender la estufa, y después, ya encontraríamos algo para asarlo, ¡qué sé yo!, una suela, como Carpanta.

Eso sí, me doy cuenta de cuánto te gusta agradarme, porque.., qué detalle tan primoroso y bello el de las velitas flotando sobre el agua dentro de los cuencos de plástico de colorines, ¡todos los de tu mini cocina han debido migrar a los diversos rincones de la sala! No sé qué hacer para no tropezar con ellos, y como no ande me voy a congelar; mucho calor no creo que den -ni encendidas-, pero reconozco que crearán un ambiente muy íntimo: de aurora boreal, ¡lastima que no haya un iglú a mano! Yo lo sabía. Lo sabía, sí, pero se me ha olvidado, ¿cómo diablos encienden fuego los Boy Scout?

Chis, chiss, chiss, me digo, parece que se oye resollar a lo lejos —más o menos por la planta doce— a los componentes de la cordada que, espero, acudan en mi auxilio. Me pregunto si conseguiré sonreír sin que se me caigan los labios a pedazos, ¡ay, Dios!, sospecho que tengo carámbanos negros en las pestañas, ¿por qué mierda me habré puesto rimel? Y sí, vuelvo a rezar para que no se me hayan congelado los dedos y pueda abrir la puerta. Ahora comprendo por qué me parecen tan cálidas y simbólicas tus obras: a ver quién es el guapo, con el frío que hace aquí, que no las llena de playas, palmeras, sirenas y mares tropicales. Y para qué más simbolismo —en este instante, te lo juro, me cambiaba por Jonás— que el de tu famosa ballena blanca.

Algo bueno ha de tener esta situación, me digo, y, ¡si seré crédula! que, segura de que algo bueno tiene esta situación, me insisto en buscarlo. ¡Ay!, por fin. Sí, parece que la calle se ilumina, ha vuelto la luz. ¡Ha vuelto! ¿O no? Dios mío, ¿cuando Tú dijiste: hágase la luz ¿se te olvido este piso o qué? Maldita Hidroeléctrica. Y con el cuidado que he tenido de no tropezar con las velitas, jobar, he estado a un tris de bajar directamente a la calle por el hueco de lo que sea esto. ¿La ventana? ¿Estaba abierta? ¿Dónde esta la hoja para cerrarla? No puedo creerlo, no puedo creerlo, y aunque no puedo creerlo, es cierto: está cerrada. ¡Eso, una puerta con cuarenta cerrojos y una ventana que.., pero bueno, a ti qué te pasa, ¿no te gusta limpiar cristales y por eso los quitas?

Y tiene que ser, sí, tiene que ser consecuencia de esa muerte dulce que, dicen, provoca el frío, o de algún extraño tipo de alucinación: YO soy abstemia de toda la vida, así que no sé por qué imagino que logro abrir esta tozuda puerta, y veo un perro San Bernardo con su barrilito de orujo de mi tierra colgado del pescuezo. Pues más vale que sea así porque el agua mineral, me parece, amigo mío, que te la vas a beber tú...


indah

domingo, diciembre 04, 2005

Vengo

Forzada a respirar aunque no quiera, vengo con un dolor antiguo,
con un sabor a pérdida y fracaso habitando mi boca,
acarreando a duras penas mis silencios,
con alma desplegada (para secarla al sol de tanta lluvia).

Forzada a no morir; forzada a respirar aunque no quiera,
llego hasta los bordes templados de tu geiser
tirando de mis huesos fracturados, con el ansia excavada entre los ojos
de verme reflejada en tus pupilas de cinc y piedra y fuego.

Vengo... porque necesito contarte tantas cosas:
los veranos de tranquillón y alfalfa, los otoños de vides, los inviernos,
las madrugadas oscuras, tan oscuras para pescar estrellas,
y el cansancio. Este cansancio de no saber, y saberte tan lejos.

Vengo para guardar en ti mi desamparo de mar embravecido,
mis alas rotas; mi corazón de virgen portadora de lámparas marinas.
Y llego, plena de nácares y azules, a ofrecerte mis manos:
estas manos (tan vacías de ti) desbordadas de plánctones y algas.


indah

Ay, algún "conductor" se me ha fundido :))

Pues sí. ¿Y qué ocurre en momentos así? Pues que todos los técnicos se ponen a buscar causas, así que estás perdido :)) Para colmo de males, se han juntado al tiempo, no solo los técnicos del cuerpecito gentil, sino los que se ocupan de las contracturas de las casas (ésos lo arreglan a porrazos; harta me tienen :)

Lo de la casa no sé, lo mío no tiene demasiada importancia, una contractura muscular que no ha evolucionado como se esperaba, y como "mua" sorprende a los entendidos, pues buscan causas, mientras se empeñan en discutirme que no es culpa de las Aplicaciones Lineales y sus (¡puag!) transformaciones.

Ná. Aunque me han obligado a reposar, qué aburrimiento, ayer ya me dijeron que podía, despacito eso sí, volver a hacer mi vida normal (tendríais que ver mi cara de asombro ¿acaso hay algo normal en mi vida? Al parecer ellos creen que sí, yo tengo mis dudas :)) Es decir, que hoy pase un día tranquilo, tengo permiso para ir a Misa, y después permiso para darme un paseo y así pillar un cachito de aire para mí sola. Y aire limpio, no con trozos de yeso suspendidos en él.

Y si supero el "esfuerzo" (jobar, qué gente) listo, y hasta la próxima. Y aunque entre mis amigos (en genérico y todos fantásticos), hay alguno tan especial que es capaz de presentir que mi salud no está al cien por cien (muchas gracias :), otros son muuuuuuy mal pensados e insisten en que lo que yo quiero es que me den friegas de no sé qué. Y menos mal que ya estoy mejor porque vaya ataque de risa que me ha entrado. ¿Habéis probado a reír con una contractura muscular? Pues si es que no, mejor que no sepáis lo mal que se pasa.

Bueno, luego preparo algo que tenga sentido –o que no lo tenga-, y lo mando.


PD
Os he echado de menos, conste.