Seré silencio
Yo seré a tu lado silencio, silencio,
perfume, perfume...
Alfonsina Storni
Ahí, en el continuo latir de este verso y medio que hoy se repite, una y otra vez, en mi pensamiento: ahí estoy. Ahí soy, yo lo sé.
Soy en su sonido, o en su ausencia de sonido; soy mientras los segundos resbalan lentamente por mi piel, soy mientras me pregunto cuáles son los frutos del silencio; soy, también, en tanto las azoteas, impúdicamente abiertas ante mis ojos, se cubren de pensamientos vanos que, sin permiso, sin que yo pueda evitarlo, se mezclan con los míos.
Es el mestizaje. El mestizaje del pensamiento, me digo. De él nazco repentinamente, atenazada por un dolor que no tiene sentido ni explicación, como sobreviviendo a un parto que jamás ha de conocer final: desnuda de mí, proyectada entre colores malvas sobre las losas resquebrajadas por soles y lluvias, por vientos huracanados y calmas infinitas. Minuciosamente gateo por esa conciencia, para, una vez que consigo ponerme de pie, madurar como los frutos del silencio. No lo rechazo aunque, instintivamente, deseo hacerlo; es un segundo intenso, un relámpago, y en él adquiero plena conciencia de mí.
Me siento sabia, poseedora de esa conciencia y dueña, por fin, de un destino: recuperar instantes moribundos, volver a darles vida en mis instantes propios; presentárselos a mis ojos junto con el mundo que yo veo; el que yo veo, el que reconozco tan sólo yo.
Nazco de ese dolor como si fuera la escena de una película que no quisiera ver, y te añoro. Y en esos instantes a punto de expirar, te añoro. En su último suspiro, que me duele intensamente, te añoro. Y en mi piel, sí, en mi piel: la que sueña tus manos, la que tus manos sueñan mientras acarician otra que no me pertenece, te añoro.
Y me estremezco al recoger ese instante moribundo, al besarlo para infundirle nueva vida; me estremece el contacto, el sabor del pensamiento que se acomoda en él, deslizándose por mi garganta. Sé que no quiero, no quiero prestarle el mío para devolverle la vida. Pero no puedo negarme: algo me obliga, una especie de agonía, un grito silencioso que se remueve en mis entrañas, y recorre, turbulento, mi conciencia.
Pero ¡cuánto, cuánto me duelen los segundos que no me pertenecen!
Y me estremezco, y me duelo, porque aunque estuviera segura de que esos instantes que no me pertenecen iban a ser capaces de llenar de sonido mi silencio, y de paliar mi inmensa nostalgia de ti, no los quiero.
Sólo seré silencio, silencio.
indah