lunes, diciembre 24, 2007

¡Felicidades!



Feliz Noche Buena.



Feliz Navidad.



Feliz 2008

martes, diciembre 18, 2007

Carta de Ajuste (Anchura fija -de letra-)

Una, dos, tres, cuatro bolsas, ¿y la otra?, ¿y la otra?, ¡no puedo creerlo! ¿La he perdido? Pues a ver quién es la guapa que retrocede ahora. Tú, claro, y me señalo. Así que descalzo mi soledad -dichosa ella- y la echo a andar por delante de mí; con suerte «cuidado con el perro, muerde», me abre paso. Pero no sirve de nada, me han mangado la bolsa, la tarde y lo poco de buen humor que me quedaba. Ojalá aparecieras tú, espada y cabeza de dragón en mano, y vaciaras de brillos los escaparates, y las calles de niños, y de mayores, así podría mandar bien lejos los tacones, y aún más lejos de donde llegan, las punteras que se han puesto de moda. Niños y más niños. Ganas me dan, si no fuera porque «pueden estar armados» que decía no sé quién, de tocarlos para asegurarme de que no son atrezo navideño. Cómo puede haber un ejercito de «locos bajitos» (Gila), tres Reyes Magos, tres pajes, tres camellos, y ningún taxi libre, me pregunto.

En medio de este barullo, de este guirigay intermitente y mixto, mitad risas de fresa, mitad risas de nata, como si fuéramos más felices que nunca o por primera vez o a saber qué, camina mi soledad a empujón limpio (y a la suya, señor mío, átele las manos, ¡vamos hombre!), camina más descalza, y aún más sola, mucho más, porque yo, aunque quiero cruzar, no puedo: aquí no hay pasos de cebra, hay pasos de bestias, y ella va dos calles por delante de mí. Vaya caca de plano me has dado: «todo resuelto, miras el plano, y todo resuelto», ¡no me entero, y no tengo cobertura! Hoy acabo perdiendo hasta a mi soledad, porque ella es así, de esa manera: la saco a pasear y si no estás tú, no se queja del frío ni de nada, pero le da por recordar los restos de poliéster blanco y las orejas de mi elefante rosa tirado en la basura, y a su pensamiento no lo detiene nada, ni nadie: ni los goterones helados, ni la señora teñida de rubia americana que no se calla, y habla, y habla, y porfía de leche en polvo americana, de queso americano y de que el frío de antaño sí era frío (no comprendo por qué no se olvidan esas historias, aunque... ¡mi reino por un egg «Kinder», un «Kit Kat», o por un trozo de pan y dos onzas de chocolate, me da igual que sea áspero y negro!)

Estoy harta, no solo tengo hambre, he perdido dos regalos, y casi me han tocado el... pundonor, sino que mataría (es una licencia poética) a quien me ha vendido los zapatos. De un susto, sí: apuntándole con uno de ellos, o con los dos, al costado izquierdo, o al derecho (por aquello de que no te etiqueten).

El autobús es una pesadilla pública a precio de privada. Un niño llora y me mira con cara, ojos, y mocos, de pocos amigos. Y es que los críos de ahora lloran a ritmo de videojuego: insert coin, insert coin, y no puedes pararlos porque están dotados de vidas infinitas. ¡Jobar, maldito bajito, ¿por qué no se habrá pedido un charco de barro, como el del anuncio de la ONCE, y se ha perdido en él?! Pero, ¿qué demonios quiere? ¡Quiere sentarse! Y yo, qué remedio, tendré que levantarme: «a ver, a ver, a ver, espera, espera, bonito (pedazo de chantajista sentimental) que hago recuento: una, dos, tres bolsas, ¿y la otra?» No puedo creer que la he perdido. ¡No!, menos mal. Si es que no puede ser, vas pensando en escribir esto, o algo parecido, y luego no te acordarás... da igual, no sé por qué escribo si, al fin y al cabo, no me ocurre nada: ¡nunca me ocurre nada!; toda la razón tienes -me hablo; me escucho; me respondo, sí, me respondo por ignorar a la señora teñida de rubia americana que finalmente se ha pillado mi sitio, y ha sentado al mocoso en sus rodillas. Pues sí, pues sí -me digo- pues es el colmo, fíjate si es cierto que no te ocurre nada que para contar tu vida te basta y sobra con un verso (y es que el hambre agudiza el ingenio y estiliza la figura). Un verso, sí, o como mucho dos si decido mandar al niño, a usted señora -le sonrío-, y los zapatos a la mierda.


indah




jueves, diciembre 13, 2007

Clausuras interiores (r)


Yo soñaba, despacio, geografías;
soñaba accidentes, el curso de los ríos,
acantilados, océanos, caminos,
y mares, y montañas; y mapas, y fronteras.
Comprometí, compuse senderos de ti -perfectos-.

Atrás habían quedado los templos interiores,
las catacumbas, el pan, el vino, el agua, las especias;
y del recuerdo, resguardaba mi espalda la última clausura de la luna.

Todo era mío: te soñaba; y acomodada en el vértigo,
dibujaba -perfectos- la espina, el pájaro, la rama.
Te soñaba. Despacio. Con los brazos abiertos como alas;
y recreándose, mimaba mi voz tu voz en cada sílaba:

baldío fue acurrucar el alma en la palabra,
baldío retenerte en el escorzo en vuelo de tu nombre,
y baldío escribirlo en el agua.

Baldío; sin riendas, sin dueño: un temblor,
un reflejo, el grito -murmurado bajito-
otra vez; otro nombre; y lo supe.

Mi tren, dragón devorador de inocentes princesas,
resoplaba en la vía
-«nunca digas adiós, da mala suerte»-
y el horizonte tiñéndome los ojos,
y allí, en el meandro de la memoria donde se ensancha el río,
el beso de la pluma,
del tacto,
del papel,
y del lápiz con el que escribo esta nota sin un adiós al fondo,
trastocaba mi tristeza en ternura;
en tus manos -colibrí o paloma, espina, rama- un poema;
y en las mías, con un sello, la hoja emborronada, y un destino ilegible;

como resucitar recuerdos tan sólo por el gusto de volver a enterrarlos
o como haber nacido con la piel vieja ya, y herida de muerte el alma.

indah

HACIA LOS AFLUENTES

Esta misma quietud
la reconoces,
el lecho de la luz,
esplendor del estío,
y tu pálido cauce adolescente,
la imagen aún borrosa del clamor y de la yerba.
Como un vaho transterrado
--------------de las fiebres antiguas,
sube todo el silencio
--------------deshojando tu cuerpo.
Este bosque de sauces
que fuera tu dominio,
es hoy el cementerio
--------------del yo que le entregaste.
Mirando hacia esa loma
------------- descubriste el deseo
y el principio de ser memorial abrasado.
Esta misma quietud
------------ -la reconoces,
fugaz y transitoria
la voz del epitafio;
y es todo lo que ha muerto
-------------------- el ayer navegable.



Amalia Iglesias.

De "Memorial de Amauta" 1988

viernes, diciembre 07, 2007

La luna y los hilos dorados (r)

Con hilos dorados bordo nuestros encuentros sobre mi cuerpo de mujer. Hasta que me descubro reconociendo en tus labios el sabor de otros besos; el enmarañado tacto, antiguo y frío, de otras manos. Caricias lejanas que suplantan a las mías escribiendo sobre tu piel: «jamás poseerás su alma».

Duermes. Mi pensamiento descansa sobre tu corazón, pero mi cuerpo lucha por olvidar, sumergiéndose en el purificador abrazo de la luna. Un sólo deseo: que le arranque reflejos blancos y destruya los hilos dorados que lo visten y tejen el tapiz de cada uno de nuestros encuentros sobre mi cuerpo de mujer. Araño su reflejo en el cristal; dibujo rostros en su halo: sus rostros. Facciones difuminadas de mujeres que no conozco.

Fatigadas, trepan las sombras el empinado camino de losas verticales de mi alma. Retumban en el vértigo de un pozo sin fondo antiguos tambores que aventan sentimientos atávicos. Se duele la vida en cada uno de mis poros, porque la vida se viste con mi piel, con cada uno de los poros de mi piel. La vida tiene alma y cuerpo de mujer.

No hay preguntas. Tú sabes que nunca habrá preguntas, ni antes ni después. Sólo un temblor indicando que las sombras huyen como fantasmas cuando presienten tus brazos rodeándome, y tus besos estremeciendo mi nuca.

– Vete! -grito a la luna.

Odio que vea, rendido entre tus brazos, un cuerpo de mujer.


indah.

De Cuentecitos

lunes, diciembre 03, 2007

En sentimientos

Como el árbol
que hundiendo su raíz en tierra alza sus ramas y acaricia al viento;
como el makan-pagi de cada mañana;
como un calidoscopio,
un espectro de luz,
alas mariposa,
como un no sé qué más
-y te sonríes-
pero muy tierno.
Así eres
-me dices.
Así eres tú
-repites-
que allegándome
sin más y porque sí
tu cercanía,
tornaste mi soledad en sentimiento de amor.
En sentimientos.


indah

sábado, diciembre 01, 2007

El Secreto (r)





-------- Quiero contarte un secreto que empieza
y nunca acaba, que va y viene, y se va;
quiero contarte que cuando poesía y palabra se alían contra el mundo,
descubren en los surcos que el mar deja en la playa,
hileras de dragones de escamas amarillas;
que, cuando la poesía se une a la palabra,
la luz cae,
se apaga y se consume
nombrando uno por uno el nombre de las cosas
(por eso, un verde más oscuro corona las palmeras)

-------- quiero contarte que entonces se incendia la espalda de
las olas, que llegan las sirenas y secuestran al sol,
-------- que lo oculta tras su daguerrotipo hecho de plata antigua,
y después
(mientras lo llora inconsolable el mar)
lo esconden en los pecios de proa de aquel viejo navío
que surcaba otros Mares en medio de la nada; mas
¿cómo puedo contártelo
si tú no me respondes que acuden en su auxilio
bandadas de cometas -pequeñitas y blancas-
que echan a volar cuando muevo las manos?:

(se suceden naufragios en mis ojos)

pero, poesía y palabra, dueñas del país de mi Nunca Jamás,
me impiden naufragar, y me cuentan que ser feliz,
es
algo muy sencillo: es vivir;
es esperar que vuelvan las sirenas que secuestran al sol,
y ver como mientras lo llora inconsolable el mar,
con un hilo finito se cose y se descose (Penélope marítima)
ojales plateados para abrocharse al cielo,
(o a lo mejor... son botones, o quizá... el horizonte);
es
sentarse
y esperar que regresen
el aire,
las cometas,
y la última ola -la séptima y más bella- que susurra (ahogado, resucitado, ahogado) mi nombre con sus Labios;

es,
esperar que la noche coloque
la luz
en donde debe,
las sombras donde debe,
y el amor...
en su sitio.


indah