Mar en Tránsito
Cesar Pavese
Lo recorro hacia atrás por descubrirme en ti.
Del año no se sale sin más. No llamas, golpeando una mano de bronce, y dices: soy yo, abren la puerta y entras en otro año. No. Porque algo nuestro se queda poblando las estancias, los polvorientos mimbres, las terrazas de trigos y semillas desembradas.
Atiende, si sobreviene un latido de huesos, y un himno parecido al stábat resuena en rincones que nunca habías visto -has de mirar hondo, muy hondo: los alumbran mariposas de seda-, retornas y te hallas todavía allí, entre menhires, hiedras cuajadas de rocíos arcaicos y telarañas húmedas, a solas frente a ti misma.
Yo, aunque no quiera, vuelvo. Regreso igual que quien entona un salmo en el instante en que, como llamado, grito, voz de ¡quién va!, me doy la última vuelta y la cama, aún fría, sujeta firme mi costado derecho. Entonces entrecierro los párpados, y un temblor -arpa imposible- desconocido, bello, me anuncia que cruzo, que estoy cruzando. ¿Hacia dónde?, ¿hacia dónde? Hacia ti, siempre hacia ti: tu rumbo está marcado en el mapa de mis espacios mágicos. Y porque temo, la oscuridad se torna urgencia, plegaria, ¿qué harías si al traspasar este vacío, sola, una saliva áspera, un ámago, acuchillándome, le devuelve a la tierra lo que siempre fue suyo?
Debo salir sin hacerme notar, me digo; adentrarme sin miedo, atravesar, sin miedo, corales, dólmenes gigantescos y súbitas corrientes; confiar, creer que me esperas aunque no sean éstos los mares que antaño navegaron mis versos (piratas abordando emociones). Porque tú vives detrás de cada letra: eres su rosa de los vientos, sus cuatro puntos cardinales, el anverso y reverso de sus significados. Y cuando se hundan en la luz los navíos del fin del mundo, y el horizonte sea una cinta de humo, y al aire, amarillo, lo enrojezcan graznidos de gaviotas, y me beses, renovada mi voz: campana, espuma, faro; asombrada por el atardecer y su dorado de miniatura antigua, sabré que -aún circular- he llegado. Sí. Porque tú eres quien borra los signos de esta noche que nace y se desnace, para que vea cómo florecen en mis manos alcancías azules que guardan los días que no se pueden abrir.
Aquellos días.
Mas mientras llego y agoniza, duodécimo dolor, el año, y lo recorro (hacia atrás por descubrirme en ti), tu mar en tránsito, sus enaguas azules y sus puntillas albas, son sudario para mis versos. Perfectísimo luto.
indah