viernes, diciembre 07, 2007

La luna y los hilos dorados (r)

Con hilos dorados bordo nuestros encuentros sobre mi cuerpo de mujer. Hasta que me descubro reconociendo en tus labios el sabor de otros besos; el enmarañado tacto, antiguo y frío, de otras manos. Caricias lejanas que suplantan a las mías escribiendo sobre tu piel: «jamás poseerás su alma».

Duermes. Mi pensamiento descansa sobre tu corazón, pero mi cuerpo lucha por olvidar, sumergiéndose en el purificador abrazo de la luna. Un sólo deseo: que le arranque reflejos blancos y destruya los hilos dorados que lo visten y tejen el tapiz de cada uno de nuestros encuentros sobre mi cuerpo de mujer. Araño su reflejo en el cristal; dibujo rostros en su halo: sus rostros. Facciones difuminadas de mujeres que no conozco.

Fatigadas, trepan las sombras el empinado camino de losas verticales de mi alma. Retumban en el vértigo de un pozo sin fondo antiguos tambores que aventan sentimientos atávicos. Se duele la vida en cada uno de mis poros, porque la vida se viste con mi piel, con cada uno de los poros de mi piel. La vida tiene alma y cuerpo de mujer.

No hay preguntas. Tú sabes que nunca habrá preguntas, ni antes ni después. Sólo un temblor indicando que las sombras huyen como fantasmas cuando presienten tus brazos rodeándome, y tus besos estremeciendo mi nuca.

– Vete! -grito a la luna.

Odio que vea, rendido entre tus brazos, un cuerpo de mujer.


indah.

De Cuentecitos