viernes, enero 27, 2006

Alguien me debe treinta monedas

----------------(conviven en mí, en nosotros, Cesar y Bruto)


Porque sólo una frágil línea separa el día de la noche;
porque: regebe, baquelita, pliegos de papel por cortar y duermevela,
---------las ciudades se reparten a sus muertos
---------------(pigmentos de tiza negra)
----------y colocan una cruz sobre las tumbas
---------------mientras los «manguis»
------------vomitan huesos y despojos,
----y los adornan: coronas, flores de podredumbre;

porque son los dueños, los vilipendiadores, los dictaexcrementos,
-----------------quienes de codicia
--------------------y leche de gusano
------------------------se amamantan.
-----------------Y del fuego.
---------------------Del fuego.
----------------------Otra vez el fuego: las cavernas;

porque alguien me debe treinta monedas,
---------------y un árbol para ahorcar a mi sombra:
-----------------travestida de mí,
---------------------ciega,
-------------------negadora,
aterrorizada, grito.
-----------------------Y busco.
¿Dónde---dónde---puedo---poner---a---salvo
mi yo---conmigo---si---ha---cuajado---mi voz el horizonte?

«Entra en la catedral (gótica) cuando el sol sueñe el ocaso...»


indah

domingo, enero 22, 2006

Color de olor de manzana (Cambra de la tardor)

He podido pedir ayuda. Hubiera sido fácil disponer de una buena traducción para este poema que me ha enviado un amigo. Pero he cumplido sus deseos. Y puesto que podía habérmelo enviado traducido y sin embargo ha pensado que las pistas que me daba serían suficientes para que pudiera sentirlo y comprenderlo, sonrío al escribir esto, sonrío y me llamo "presuntuosa", aunque en buena medida la culpa es suya: me halaga su seguridad de que no necesito la traducción :)

La versión en español es mía. Como es poco lo que conozco de catalán... supongo que seré perdonada por semejante atrevimiento:



-------CAMBRA DE LA TARDOR

-------La persiana, no del tot tancada, com
------- un esglai que es reté de caure a terra,
------- no ens separa de l'aire. Mira, s'obren
------- trenta-set horitzons rectes i prims,
------- però el cor els oblida. Sense enyor
------- se'ns va morint la llum, que era color
------- de mel, i ara és color d'olor de poma.
------- Que lent el món, que lent el món, que lenta
------- la pena per les hores que se'n van
------- de pressa. Digues, te'n recordaràs
------- d'aquesta cambra?(...)


La persiana, no del todo cerrada, como
un sobresalto que se resiste a caer a tierra,
no nos separa del aire. Mira, se crean
treinta y siete horizontes rectos y delgados,
pero el corazón los olvida. Sin nostalgia
se nos va muriendo la luz, que era color
de miel, y ahora es color de olor de manzana.

Qué lento el mundo, qué lento el mundo, qué lenta
la pena por las horas que se van
deprisa. Di, ¿recordarás
este cuarto?


------------- Que lentes
------- les fulles roges de les veus, que incertes
------- quan vénen a colgar-nos. Adormides,
------- les fulles dels meus besos van colgant
------- els recers del teu cos, i mentre oblides
------- les fulles altes de l'estiu, els dies
------- oberts i sense besos, ben al fons
------- el cos recorda: encara
------- tens la pell mig del sol, mig de la lluna.

--------------Gabriel Ferrater

Qué lentas
las hojas rojas de las voces, qué inciertas
cuando vienen a cubrirnos. Adormecidas,
las hojas de mis besos van cubriendo
los recodos de tu cuerpo, y mientras olvidas
las hojas altas del verano, los días
abiertos y sin besos, bien adentro
el cuerpo recuerda: todavía
tienes la piel medio del sol, medio de la luna.


(Es muy bello el color de olor de manzana, al menos el que yo 'veía' cuando era niña. No voy a comprobar cómo es ahora, sería tan difícil que fuera igual, como tener la piel medio del sol, medio de la luna).

El poema entero -y trece más- es posible localizarlo en Internet. Y es tan melodioso el catalán, que aún sin entenderlo, merece la pena 'sentirlo'. Y más, mucho más, hoy. Hoy, día, si Dios no lo remedia, que yo siento que ha caído sobre mí como una losa, día aciago para todos.

jueves, enero 19, 2006

Septiembre

Hubo un instante, instante

(tañían las campanas a gregoriano, a gótico)

capaz de contener aquel mudo escenario:

tú y yo,

la mar, el sol, nosotros, nuestro espacio,

y el arder sin arder,

enjaezado de azul, de las vidrieras.



Te cambio, me dijiste, mil años de antigüedad...

-y sonreías-

por un beso.


Mi corazón, entretenido en dirigir el ordenado

migrar de aves hacia África, se detuvo.

Y se detuvo el viento sorprendido:

mis manos le arrebataron sus blancas vestiduras, y con ellas,

cuando, izada por tus brazos mis tobillos rozaron las hortensias,

cubrí -tímidamente-

la preñez redonda, y avanzada, de la tierra.


indah

domingo, enero 15, 2006

Exagera


Campo de San Francisco (Oviedo)




- ¡Dios mío! -exclama mi madre-. Pero, ¿qué ocurrió?
Yo me sirvo té. Despacio. Le doy tiempo para que siga sorprendiéndose y diciendo: Dios mío, Dios mío.
- El periodista no dice la verdad. Exagera. -Revuelvo el azúcar lentamente, entreteniendo su mirada que va del periódico a mi mano y de mi mano periódico.
- Nena, me estás poniendo nerviosa. Termina ya de revolver; lo tuyo con el té es casi una ceremonia.
- Ya, ya lo sé; debí haber nacido geisha.
Sin mirarla, sé que está enfadada, sigo revolviéndolo. Anoche, la luna de este frío enero brillaba como nunca y hace una mañana preciosa, pero ni lo uno ni lo otro me va a librar de dar explicaciones. Sonrío al recordar cómo empezó este lío: mi amiga María me había invitado a acompañarles a un concierto. Una de esas ocasiones, pocas, que se tienen para disfrutar de buena música, o para convertirlo en un acto social. Yo amo la música; los actos sociales me traen sin cuidado.
- Y recuerda: hay que ir muy «puesta». -Aquel «muy puesta» me sonó a: «¡ay, si te dejases, si no fueras tan rarita, ya me ocuparía yo!»
- ¿No puedo ir así? -pregunté con la única intención de provocar.
- ¿Así?, ¡tú estás loca! -Parece que aún no me conoce.- Y recuerda: no «podemos» llegar tarde.

(María se casó hace un año. Una buena boda, dicen, y tan previsible como la claridad de esta mañana. Desde entonces no hay quien la aguante. No podemos, no podemos, no podemos, qué manía de hablar en plural.)

- Llegaré puntual.
- Y «puesta» -añade mi madre con sorna.
Y ahí está -mi madre- por aquello del acto social, buscando en su armario. Callo. Sé que daría igual que me negara.
- Esto puede servir. Te quedará bien y es muy gracioso, ¿a que sí?
- Más que el saco de la risa, mami -respondo mirando al fondo de su armario, total... Entonces, lo veo.
- ¡Oh! - Lo sé, nadie, generalmente, dice «¡oh!», suena muy cursi, sólo se escribe; pero yo lo dije, me salió así. -¿Me lo dejarías?
- ¿Qué? -responde mi madre balanceando la graciosa estolita ante mis ojos.
- Eso. -Y señalo hacia una percha.
- ¿Eso? ¿Tú sabes lo que dices? «Eso» es del siglo pasado, mejor dicho, de hace dos siglos. No, hija; primero porque no se llevan, segundo porque era de mi abuela-. (Debí pensarlo antes pero, como no lo he hecho, no me queda más remedio que volver a escuchar historias de segunda mano, las que contaba tantas veces mi abuela: aquel forro plisado de seda color marfil abriéndose como un abanico; su madre, tan elegante; la bomba que lanzó no sé quién al paso de Don Alfonso XIII; y París, siempre París.) -Y además, ¿qué te pondrías debajo?
- ¡Nada! -Cuánto me divierte escuchar las cosas que se le ocurren cuando consigo que se enfade. ¿Un caballo? Arqueo las cejas, no tengo ni idea de lo que está diciendo. Da igual. Intento convencerla, y prometo y prometo; hasta prometo que dejaré que ella elija «lo de debajo», así no desentonará. Creo que lo he conseguido; y creo que le hace ilusión.
- ¡Lo que puede hacer la buena música, incluso que abandones los vaqueros! -Como siempre que habla de vaqueros, es categórica. Mis pobres vaqueros pierden y así no hay forma de discutir; pero termina con un «lo pensaré», que para mí es sinónimo de: sí.

Hubiera llegado antes a caballo, pensaba yo camino del teatro. Mi madre conduce despacio (quizá teme que me arrugue). Y frena igual de despacio, y durante unos segundos me mira igual de despacio. Al final, llegaré tarde.
- Estás preciosa.
Me avergüenza que diga esas cosas, y lo sabe; aunque esta vez siento que no es amor materno: sus ojos me están diciendo que es cierto, que lo dice porque lo piensa. Acaricia mi mejilla, y yo sonrío.
- Disfruta del concierto.
Afirmo con la cabeza. No le digo que en este momento preferiría volver a casa; que me aterroriza cruzar la calle y entrar al teatro con esta capa negra, larga hasta los tobillos, sobre la que, con un cuello como el del vestido de Blanca Nieves, el canesú, cuajado de lentejuelas, abalorios y encajes -al igual que el cuello-, brilla. Respiro hondo, abro la portezuela, y procurando no enredarme los pies, saco primero el derecho; instantes después -cosas del cuerpo humano que está muy bien hecho- sale el otro. No sé porqué en este momento me acuerdo de la película «Vacaciones en Roma». Sí lo sé. Han sido las palabras de Ina: «la mi fía, parécesme una princesa». Ay, Ina, qué bobita eres, pero cuánto, cuánto te quiero, estaba pensado cuando mi madre, algo irritada, en un tono de voz más alto del que suele usar, dijo:
- Se te va a enfriar el té. ¡Por Dios!, deja ya de revolverlo, y dime qué pasó.
- ¿Qué pasó? Ah, pues un poco más y no me dejan pasar. Cuando entré, el director ya había salido al escenario y, bueno, ya sabes, las luces apagadas, todo listo. -Me callo.
- Comprendo, pero esa no es la razón, ¿verdad?
- No, no es la razón, desde luego que no, pero es que no veía. - Tendré que darme más prisa en contárselo, me digo, está enfadada.
- Que no vieras lo suficiente no parece motivo para que salgas así en la primera página del periódico, y con... -confunde el nombre y eso me da la dimensión de su enfado; no está enfadada: está muy enfadada.
- Tropecé.
- ¿Tropezaste? ¿Cómo que tropezaste?
La miro. En realidad no sé cómo tropecé, así que no puedo decírselo.
- Pues no sé, pero tropecé. En aquel momento el director agradecía los aplausos. Tranquila, tranquila, me dije, y seguí andando con cuidado. Y todo iba bien pero, de repente, se hizo un silencio total. Mamá, ¡algo de lo que llevaba puesto, crujía!, y mucho; incluso yendo despacio, crujía. No podía evitarlo y, encima, tenía que llegar hasta la primera fila. No sé si fue así, pero me pareció que el director se daba la vuelta y me miraba, me pareció que sólo esperaba para empezar a que lo que iba debajo de «aquello» se sentara. Me pareció que todos, incluidos los músicos, miraban hacia el pasillo buscando la causa del retraso, y me sentí avergonzada, así que pensé: me siento en el primer sitio libre que encuentre, aunque no sea el mío.
- Y te sentaste.
- Sí. -Mi madre me conoce; sabe que tardaré en explicárselo. Espera pacientemente hasta que ve que cojo la tetera.
- ¡No!, eso no. Ni se te ocurra servirte otra taza. No creo que pueda soportar media hora más de incertidumbre; o me lo dices, o le llamo y que me lo cuente él. Sé que lo dice en serio.
- Pues me senté; y por fin empezó el concierto.
- ¡Bendito sea Dios!, si tengo que esperar a que termine el concierto para enterarme, me va a dar algo. ¡Y no te rías! – No puedo evitarlo, me río antes de seguir:
- Verás, yo estaba muy atenta -y muy tiesa- y, de repente, alguien, bueno, él, me dio el programa. Gracias, le dije muy bajito, y él, muy bajito, dijo: «amor mío, uno de estos días voy a perder la paciencia».
- Y, ¿por qué iba a perder la pacienc...? - Mi madre me mira fijamente, acaba de reparar en la primera parte de mi frase- ¿Amor mío? ¿Te dijo amor mío?
- Si, eso dijo.
- Pero, ¡si no te conocía!
- Eso mismo pensaba yo.
- ¿Es que te conocía?
- No, mamá, no me conocía, lo que quiero decir es que pensé lo mismo que tú: ¿por qué demonios me llama amor mío si no me conoce de nada.- Mi madre suspira-. Después, casi llegando al final de la primera parte, buscó mi mano.
- ¡¿Buscó?! ¿Tu mano?
- Bueno, mi guante, pero es que la mano estaba dentro.
- ¿Y qué hiciste?
- Intenté liberarla.
- ¿Y?
- Pues él la apretó más.
- ¿Y qué hiciste?
- Nada. No hice nada. ¿Qué querías que hiciera? ¿Que en medio de un adagio sostenido le dijera que se metiera la mano donde le cupiese?
- ¡Niña!
- Jo, lo siento, de verdad. Lo que he dicho y..., y también siento lo del periódico; no sabía quién era, y aunque lo hubiera sabido, ¡no entiendo este revuelo! Yo trataba de que María, que miraba de cuando en cuando al pasillo, me viera. Ya, ya sé que ése no es motivo. Todo fue culpa de ella.
- ¿De María? -Yo niego con la cabeza. - No preguntaré quién es ella - niega mi madre-, está claro que soy adivina y lo sé.
- Ella es su novia, o lo era. Yo creo que ya no, le dijo muchas groserías.
- ¿Ella?
- Sí. Entonces fue cuando le atice.
- Si le hubieras atizado antes, a lo mejor nos hubiéramos ahorrado esta conversación.
- ¿Y cómo, si no estaba?
- Mira, me estas volviendo loca. Si no estaba, ¿quién te dijo amor mío?
- Ella no, desde luego. Sólo hubiera faltado.
- Así que, ¿fue a ella a quien atizaste?
- Pues claro.
- Pero, pero, pero -parece que no sabe salir del pero-, ¡no lo entiendo! ¿A ella? ¡Él fue quien cogió tu mano!
- Y ella quien me llamó guarra.
- ¿Guarra? ¿Te llamó guarra?
- Sí, guarra, eso me llamó.
- ¿Por qué?
- La primera vez, supongo, porque su novio tenía mi guante y... mi mano, y la segunda, porque, para evitar que volviera a atizarle, él me obligó a sentarme -yo no quería- y pues, pues, acabé... Yo qué sé, mamá, nos hicimos un lío.
- ¡Un lío! ¡Si no te conociera!
- ¡Mamá!
- Lo siento, lo siento. Sigue.
- Es que –quería evitar que pasara un mal rato-, no me acuerdo. Sólo recuerdo que él tiró de mí, y cuando me quise dar cuenta estábamos en la calle.
- Está bien, está bien; y ahora dime, ¿cómo es posible que acabarais en la portada del periódico?
- No te lo vas a creer. -Si te lo digo, pienso, no me vas a creer. Pero me temo que no me queda más remedio. -Discutimos.
Mi madre, a pesar de que lleva fatal que se le note que está enfadada, ya no puede impedir dar vueltas por el cuarto colocando y recolocando cosas que estaban bien colocadas.
- ¿Cómo pudiste discutir con alguien a quien no conoces? Hija, debiste llamarme; hubiera ido a recogerte. ¡Discutisteis! ¿Cómo? ¿Por qué discutisteis?
- ¿Viste la luna que había anoche, mami?
- Sí, sí, estaba preciosa, pero no cambies de conversación. -Me arranca la cucharilla de la mano y la pone sobre el plato con cuidado. Yo cojo la del azucarero. Necesito jugar con algo y no me atrevo fumar un pitillo delante de ella. Aún se enfadaría más.
- No cambio de conversación. Yo afirmé que la luna brillaba más que nunca.
- ¿Y?
- Él dijo que no, y que no conseguiría distraerlo con semejante pamplina. ¡No me conocía y me estaba sermoneando! Entonces dije que me iba, pero no me dejó; dijo que antes tendría que pasar por encima de su cadáver y que únicamente se quedaría tranquilo cuando me entregara a quien fuera capaz, si es había alguien en el universo, de hacerse responsable de mí, así que me siguió. Y luego pasó lo del, cómo se llama eso que llevaba debajo de... ¿can-can?
- Dios mío. No entiendo nada. De verdad, no entiendo nada. ¿Qué fue lo que pasó?
- Se me cayó. –Miro hacia el parque. No puedo evitar recordar la escena y sé lo peligroso que puede ser que me ría en este preciso momento.
- Déjalo, déjalo. ¡Déjalo! Mira, no digo que ser parca en palabras esté mal, pero lo tuyo pasa de castaño oscuro.
- Ya lo sé, pero no sé qué queréis que haga, soy así. Él también se quejó de lo mismo, y tampoco entendía nada: ni lo del can-can, ni lo de Ina, ni qué tenía que ver «Vacaciones en Roma» conmigo; y, como tampoco te conoce, no entendió lo del caballo ni lo de tu armario.
Y ahora sí que la he dejado totalmente fuera de juego. Se me hace eterno el rato que está en silencio.
- ¿Puedo hacerte una pregunta?
- ¡Claro que sí!, todas las que quieras. -Me apena que me pida permiso.
- ¿Habías bebido?
- No.
- Entonces, por Dios, ¿qué hacías subida a una farola?
- Estás preciosa, mamá. Preciosa. Y no es que cambie de conversación, pero, ¿me creerías si te digo que las farolas alumbran por... -le cuento cuál es, en mi criterio, la razón por la que alumbran.
- Desde luego que no te creería.
- Pues él tampoco, y dijo: eso tendrás que demostrármelo. Yo dije, pues trepa, y él dijo: tú primero, soy un caballero; y yo dije: ¡ja!, lo que tú eres es un cobardica. Caballero o no, tú primero, dijo él, no me fío ni un pelo de ti, ni de tus intenciones ni de tus geniales ideas ni de tus ocurrencias. Hay que estar chalada para zurrarle como lo has hecho, ¡y con «una entrada de teatro»!; ¡«salida de teatro»! -maticé- y tienes razón: tu novia merecía una zurra «menos elegante», pero ¿con qué si no?, no uso esas cosas ridículas que se llaman bolso; ¡y sujeta!, así no puedo trepar. Y empecé a trepar. Él, primero indeciso, después muerto de risa, me siguió. Y yo pensé: ¡bien! Pero entonces, ocurrió, se resbaló el can- can; y como él estaba debajo, pues..., así que...
El timbre de la puerta pone fin a mis balbuceos. Él saluda a mi madre. Mi madre corresponde ofreciéndole una taza de té. Acepta, y se sienta.
- Verá, quería disculparme por tantas molestias; y quisiera, si es que encuentro la forma, explicarle lo ocurrido anoche. Todo fue una confusión; le aseguro que el periodista exagera. No pasó nada; fue lo más inocente que usted pueda imaginar. -Me guiña un ojo. (Lo ignoro, me gusta, pero aún no lo sabe. No, no es suficiente que haya trepado a la farola. No; sólo ha pasado una de las pruebas, de momento no hay peligro)-. Entonces ocurrió lo de, lo de..., no sé cómo se llama algo que su hija llevaba puesto, y crujía.., es que, las farolas, según ella, tienen una propiedad que yo desconocía, y quiso, en fin, sólo trataba de enseñarme... Verá, es complicado, en realidad nos hicimos un lío. Me temo que he de empezar de nuevo.
No me estoy portando bien, lo sé. Trata de explicar lo que difícilmente puede explicarse. Mi madre me mira. Descubro un brillo sospechoso en sus ojos: ¡se lo está pasando estupendamente! Está disfrutando del mal rato que él –pobre-, sobrelleva como puede. Ella sabe que no estoy dispuesta a intervenir. Sabe que soy capaz de permitir que siga explicando, explicando y explicando hasta el final. Se le escapa una sonrisa cuando le oye decir que, quizá, sólo quizá, me alteré un poco y por ello, tuve una discrepancia con una señorita que confundió una situación, realmente algo confusa.
- Comprendo -dice-, quizá se alteró (respiro, se ha apiadado y va a evitar que continúe), y quizá, sólo quizá, atizó, digo, tuvo una discrepancia con la señorita. ¿Y?
¡Ahora lo sé! Lo veo en el brillo de sus ojos. De tal palo tal astilla: tanto como se enfada conmigo y somos iguales. Dejo de jugar con el terciopelo de la silla, sonrío y mis ojos piden clemencia. Mi madre lo entiende.
- Déjelo. No deseo que continúe. Aunque suena bastante inexplicable, y no le conozco a usted, conozco muy bien a mi hija. Sé que el periodista exagera.


indah

sábado, enero 14, 2006

indah, no te enfades :-)

No sé cuántos serán
-tampoco importa-
pero que cumplas…… muchos más.

Feliz cumpleaños :-)

Un abrazo de todo corazón.

Carz

sábado, enero 07, 2006

Sinalagmático

Fue el nuestro un encuentro -un hola y un adiós- reversible, de color ida y vuelta. Un hola escrito en el neón de los escaparates, galopando al viento en las crines ásperas y manchadas de gasoil de los adoquines de la plaza. Un adiós rodeado de sonidos: sonido a cal y canto y bronce negro, tan negro como el de las campanas de la torre que jugaban a «tú la llevas» con palomas que nunca fueron ni serán mensajeras de nadie. Un adiós de (y a) soledades, húmedo de lágrimas que se ocultaban de otras miradas en la solapa de tu abrigo, y en el reflejo añil oscuro del cuello de terciopelo de mi chaquetón. Un hola y un adiós, estremecido: hacía frío en Madrid. Pero, en algún mar del mundo -caldeaba tu voz mi mejilla-, en lo más alto del palo mayor de un velero, un fuego: el de San Telmo, brilla; y un delfín, en medio de la más terrible conjura de la Mar y del Viento por separar a Eivissa de su hermana menor Formentera, guía a un viejo marinero -el viejo del Drach- por entre los peligrosos freus.

Hacía frío en Madrid.

Y fue el nuestro un encuentro.

Y un hola.

Y un adiós. (Reversible: desde ti para mí, desde mí para ti).



indah

viernes, enero 06, 2006

Jo, que hay para todos :))

Uff... menos mal que han dado con el sitio. Y menos mal que me han hecho caso.

Pues sí, nos han dejado un detallito; algo es algo. :)

Desde luego que yo he colaborado: mientras daba instrucciones a un amigo que quería aprender, yo fui tiñendo papeles –no iban a ponerlo todo los Reyes, ¿verdad?-, pues eso, yo puse mi parte: teñí los papeles, para forrar las cajas de los chicos, y "pinté" otros (sobre engrudo coloreado de “celeste”, para las chicas :)) Luego, los Pajes de los Reyes se ocuparon de confeccionarlas y terminarlas, aunque eso era lo de menos; lo de más es que son los Reyes Magos quienes las han "concedido" la magia que necesitaban. Y aunque vienen con instrucciones, yo os las resumo:

como se trata de una Caja Mágica, no tenéis más que abrir la tapa y echar dentro de ella lo que os apene, disguste, duela, moleste, fastidie, y, especialmente, os haga sufrir. No importa que sea antiguo. No importa que sea nuevo. No importa que sea propio -no olvidéis que somos los que más solemos fastidiarnos a nosotros mismos-, o que sean provocados por otra(s) personas, u otra(s) circunstancias. ¡Adentro con ello!

Ea, echarlo y cerrar la caja. Si confiáis, si estáis seguros de que de ahí no va a salir de nuevo, cada vez que, por la razón que sea tengáis que volver a abrirla, comprobaréis que está vacía: aquello que guardaba ha desaparecido.



PRECAUCIÓN

No abrirla nunca sin un motivo justificado. Las cajas no admiten más que aquellos pesares que mirando en lo profundo de nuestro corazón, podamos asegurar que de verdad de verdad, de verdad, de verdad, son penas.

(Ahhhhhh.... sólo podéis coger una caja por persona, ¿eh? ¿Vale? Pues eso, cada uno la suya.)

jueves, enero 05, 2006

ITO

Para mis amiguitos
Catalina Sol, y Facundo Pablo.


Un día, pensé que sería estupendo escribir un cuento
o una poesía sólo para niños. Piensa que te piensa
me acordé de uno que a mí me leían cuando iba a dormir;
busqué entre mis libros mas no lo encontré,
y dije: ¡mejor, me lo inventó yo! Y me lo inventé...
Bueno, quizá... En fin, mejor te lo explico y,
a ver si lo consigo sin decir ni un “ito”:

Érase una vez -¡empezamos bien!- que,
DonPieldelDerecho y DonPiedelRevés fueron de excursión,
y andando, andando, llegaron hasta un mundo mágico.
Allí, como en cualquier sitio que sea muy mágico,
los delfines saltan nubes de colores, y suaves olitas;
y los pececitos, sobre las puntitas de sus zapatitos,
¡juntas las manitas!, bailaban, brincaban
y al corro jugaban con las sirenitas, y con elefantes,
y con los pingüinos,
y con animales inimaginables:
había ranitas, sapitos, pollitos, perritos, patitos,
dulces bailarinas, y hasta soldaditos que a la pata coja sabían andar
-eran divertidos, aunque... un poco raros-.

Y nuestros amigos DonPiedelDerecho y DonPiedelRevés
(DonPieDeTuSabes, DonPieDeTambién)
tanto se rieron, y tanto jugaron, tanto se alejaron que,
mira tú por donde,
¡quien iba a pensarlo!,
se perdieron juntos -los dos a la vez-
en algún planeta de alguna galaxia.

Allí, ya te lo imaginas, ¡les ocurrirían cientos de aventuras!
(unas divertidas, y otras muy tristes)
hasta que por un tobogán muy largo, muy largo,
muy largo, muy largo,
aunque muy cansados,
por fin regresaron al planeta Tierra.

Y, ay, ¡qué felices fueron bajo el arbolito
que perdió sus hojas poquito a poquito,
viendo las rositas de las rosaleras
y la fuentecita donde, como un ruiseñor,
el agua cantaba: pirripipipín pirripipipón
mientras que a la sombra de los pinos planos
doña Leonor, que era un ciempiés,
teje que te teje, en un dos por tres se hacía un jersey,
arrebujadita –pues tenía frío- junto a un ratoncito
que hacía trencitas a sus bigotitos!

A medio poema, mi perrita Wendy, ya no me escuchaba
-o no me aguantaba-
¡Oye!, pregunté muy seria, ¿es que no te gusta?
Ella, empinó el hocico, levantó una pata
después el trasero, ladró “guau” y medio
-¡vete tú a saber lo que me llamó!-
y después, muy digna, se largó a comer.

En vista del éxito, como te imaginas, no escribí el poema:
ni lo escribí entonces, ni lo escribo ahora:
yo te tomo en serio, sé que eres un niño pero no eres tonto.


indah

lunes, enero 02, 2006

No hay dos sin tres...

Normalmente mi perrita es tranquila. Sus manías no llegan más allá de dedicar dos ladridos a los repartidores, y yo creo que es porque ella asocia el sonido del telefonillo de la portería a visitas muy especiales. Por eso, en estas fechas tan entrañables y pródigas en encuentros y reencuentros, se convierte en un animal paranoico: permanece durante minutos y minutos en estado de alerta, hasta que se harta porque no suena, o lo que es peor, hasta que suena. Y cuando ocurre, ya no hay remedio: se pasa de la raya y se "emplea" de tal forma que incluso antes de la llegada de la supuesta visita, la intensidad de sus ladridos es prácticamente insoportable (y, aunque es posible que ocurra, no voy a hacer referencia a la “culada” con que te puedes encontrar si se te cruza por medio). Una vez explicado esto, es fácil darse cuenta de que responder a la llamada es como una lotería: tú preguntas, pero como ella ladra, es imposible saber quién te pide que abras la puerta, de modo que tras decir varias veces ¿quién, quién, quiééééén?, acabas abriendo sin tener idea de qué sorpresa te aguarda.
Esta mañana, y aunque era temprano para que alguien se presentase de improviso, hemos revivido una escena de las muchas que han sucedido desde Noche Buena, y de las muchas que se irán sucediendo hasta que, pasado el día siete de enero, se tranquilice. Estaba yo buscando por el armario de las chuches unas magdalenas (no hay razón especial, me gustan para desayunar :) cuando ¡zas!, el telefonillo; he de decir que me he librado de acabar con el trasero en el suelo porque intuitivamente –no está mal colgarse medallas de cuando en cuando- valeeeeee, no fue intuición sino que yo sé perfectamente que las magdalenas son un bocado exquisito para ella, bueno, las magdalenas, los bizcochos, el pan tostado, cualquier cosilla de ésas (y de otras), pues eso me he librado porque ya contaba con que estuviera detrás de mí, y me di la vuelta con cuidadito, y fui a responder. Algo entendí, un no sé qué del ministerio. Y eso, estrictamente eso, contesté cuando preguntaron quién subía:
-¿Tú crees, salvo que seas la bruja Lola, que se puede saber quién viene a esta casa? Jobar, Wendy (no es su nombre, digamos que es su “nick”) jolines, ¡cállate ya! que me vas a dejar sorda. Decir todo eso es una pérdida de tiempo pues, excitada como está no se entera; al revés es como si le tocaras las palmas: se anima.
-Por favor, ¡deja de gritar! –me llegó desde el interior de la casa.
-¿Yo?
-Sí, tú.
-Yo no estoy gritando, es que si lo digo en un tono normal no me oyes y me haces repetir.
-¿Qué?
-Pues qué va a ser, lo que estoy diciendo.
-Eso quiero saber, qué estás diciendo, no me he enterado...
En fin, lo que comenté antes: dije estrictamente que era alguien de no sé qué ministerio.
-¿De cuál?
-¡Y yo qué sé!
-Bah, será la carta del Ministerio XYZTTKK.
-Será, porque desde luego del ministerio de la velocidad no es; eso seguro, me voy a quedar helada.
-Pues cierra la puerta.
-Sí, claro, y que tenga que tocar el timbre y esta loca se vuelva más loca aún.
A todo esto, Wendy daba vueltas y vueltas, e iba y venía de la zona desde donde llegaban las tonterías como ésa de “pues cierra la puerta”, hasta la puerta, o se dedicaba a dar la vuelta alrededor de mis pies; creo que se preguntaba cómo era posible que no estuviésemos todos juntos esperando. Esperando a recibir a quien fuera que llegaba.
Y por fin llegó. No sé, pero algo, quizá sus “hechuras” -que dicen por algunas zonas de España-, me parecía familiar; pero claro, con los parecidos me ocurre como con las Formas Cuadráticas, bueno, me ocurría porque, finalmente, ya sé (y lo sé de buena tinta) que las Formas Cuadráticas son como grupos de amigos que quieren hacer una comuna... pongamos que son grupos de tres, y que lo que calculan no es el dinerito que han de entregar, no no, calculan el esfuerzo: de eso se trata. Es decir que lo que calculan es el mérito del día, el que han hecho cada una; menos mal que no soy fórmula cuadrática, porque... ¡negro futuro el que me esperaba! :)
Jo, ya me he liado. Bien, estaba en que había encontrado algo familiar en aquella persona, tanto, que cuando preguntó si aquella era mi casa estuve a punto de responderle que vaya pregunta idiota pues él debía de saberlo perfectamente, pero... pensé en que también las equis, y las ies griegas, y las zetas parecen iguales, y no lo son, así que me limité a asentir y él se limitó a entregarme un paquete y ponerme debajo de la nariz un papelote para que firmara. Vi un membrete que me parecía de cierto ministerio, pero así todo dudé en firmar. No se puede uno fiar de nadie, ni del gobierno, ni de los ministerios -y menos aún si te envían paquetes-; no se puede firmar cualquier cosa que te llegue, y que, ¡quién sabe!, luego puede ser utilizada en contra tuya. Así que pregunté qué había dentro.
-Ábralo -me respondió-, si es que usted es el objeto del envío.
-¿Eh? ¿El objeto? Puff...Yo no soy el objeto de nada.
-Veamos, ¿usted no es xxxx xxxxx xxxx?
-Pues no.
-Y entonces, ¿por qué me ha respondido que sí?
-Usted me ha preguntado si ésta era mi casa, no si yo era xxxx xxxx xxxx.
-Le falta una Equis.
-Sí, vamos, porque usted lo diga.
-Porque yo lo diga no, porque las he contado.
-Pues debería aprender a contar.
-Ya... porque usted lo diga.
-No pretenderá que se lo diga Wendy, ¿verdad?
-¿El chucho?
-Uísssss, la vamos a tener, no llamé chucho a mi perrita.
-¿Acaso no lo es?
-Lo es, pero no tiene usted que refregárselo por el morro.
-Pues morro tiene.
-¿Ella? Usted sí que tiene morro, ¡vamos! ¡Devuélvame ahora mismo mi magdalena!
-Pero, pero... ¡si me la ha dado usted!
-¿Yo? ¿Cuándo?
-Cuando le he puesto bajo el morro, digo, la nariz, el resguardo de entrega para que lo firmara. Por cierto, ¿por qué no firma de una vez y así me puedo ir?
-Primero quiero saber qué me entrega.
-Oiga, tienen calefacción, ¿no? Pues si me permite entrar, es posible que no me quede congelado.
-Pero bueno, ¿qué pasa? ¿Es que...

No, no me voy a extender (ya lo he hecho bastante), y no me voy a extender más porque lo que tengo que decir es suficientemente preocupante como para compararlo con su entrada triunfal en la cocina pidiendo una “tasita de café para acompañá”. Así que, con permiso de xxxx xxxxx xxxx, arranqué sin ningún miramiento el papel de envolver, y temiéndome alguna broma pesada del estilo de “Ejem... este paquete se autodestruirá en 4 segundos”, abrí el “bulto sospechoso”.


Pues... para pesada (y sospechosa) la broma que había dentro. Bajo un papel color verde agua que ocultaba un chándal, y uno de los vídeos de aeróbic de Jane Fonda -para practicar, supongo-, y en letras rojas del tipo de las que se usan para las pelis de terror, se podía leer:

Recuerda que no hay dos sin tres.
Ya han caído los fumadores.
Y en breve se va a promulgará la ley “seca”.
Así que...



En fin... ¡qué gentiles! Y eso que una no lo necesita.

indah