sábado, septiembre 17, 2005

Desvelos V

(IV...)Vuelve mutilado; busca, como poema que es, desesperadamente, el endecasílabo que -ahora lo sé, lo sé, amor, estoy segura- no escribiré nunca: ¡Si yo fuera semilla, y tú el viento!



Pero soy tronco,
soy la raíz, la savia de todo lo que sueñas.
Por eso, en mis desvelos,
me descuelgo desde las ramas de los sauces
para besarte; para besar la tierra.



V


Y a pesar de todo, teníamos motivos para brindar: tú, yo, semilla, viento. Brindamos. Brindamos cuando debimos. Brindamos cuando no debimos. Y callamos. Callamos porque hay silencios de vino y rosas, de inviernos y veranos. Y silencios que se vuelven versos cuando tus ojos me contemplan.

Y yo aún lo deseo, aún lo deseo. Deseo perderme en tus silencios. ¡Quiero perderme en ellos! Y en tus ojos. Perderme entre tus manos, descifrarte, reconocerte, reconocerme en ellas y en cada línea de sus palmas como el marino avezado, en el místico y silencioso lenguaje de los faros, reconoce los amados contornos de la costa.

Mas no entres amor, te grito desde dentro. No entres. Aunque sepas que estoy aquí, tú no entres. Soy yo, yo que sólo vivo para esperarte, quien digo que no entres. No quiero que caigas en esta infernal trampa de deseos que jamás se cumplen. En esta trampa de sueños que vagan por un destino incierto, que avanzan, retroceden, y giran, y giran, y giran, y se revuelven, y tropiezan, y se atropellan, y me atropellan mientras corro por este inacabable laberinto de tu ausencia.

Porque yo corro. Corro en busca de una salida que no encuentro. Y aunque necesito hoy como nunca perderme en ti y en ellos, de oscuridad y piedra sello mis labios: ahogo mis palabras para que no escapen a mi asedio, para que no me descubran, para que no se contaminen; para que no se mezclen con otras: las que susurran, las que murmuran, las antiguas palabras que ensalzaron ídolos y odios y venganzas, las que arrastran su oscuro vientre de palabra sobre la piel del mundo; para que no semezclen con las que, sin el menor esfuerzo, se alzan sobre ellas para gritarme que jamás lograré salvarte ni salvarme porque no es posible por más que yo lo intente, por más que yo lo quiera, salvarnos de esta ausencia.

Tiemblo. Tiemblo. Ansío tu contacto -el de tus labios-, ansío tu ternura, tu mirada; y no quiero, no quiero acostumbrarme a tu no estar conmigo y a mi no conseguir -despierta ni dormida- estar contigo. Tiemblo, y es por eso que ellas me traicionan, que escapan, que huyen de mis labios y te llaman: ¡entra! Entra.., que necesito urgentemente aquietarme en ti, y ver la silenciosa verdad que hay en tus ojos. Un segundo. ¡Tan sólo pido -necesito- un segundo! Lo justo, sólo lo justo para tener un mínimo apoyo, una breve constatación de que te amé y me amaste, y de que es posible sobrevivir, o bien sobremorir, a este desmayo,


indah