miércoles, septiembre 14, 2005

Desvelos II



Desde el fondo del tiempo tú me invocas:
me concedes la luz del horizonte,
y crezco silenciosa en el abismo
de mi propio Universo perdido entre quimeras.



II

¡Ay! Pero cómo podré vivir si tú me niegas la existencia, a mí, que sólo soy yo en tus latitudes pintadas y en tus longitudes imaginarias, si en cada esquina de tu vida la soledad de un sueño atenaza mi nombre.

Despierta, grita el silencio con el que te rodeo, despierta. Y a mi llamada, parpadean los días -verde, rojo, ámbar- y se agitan en el calendario, entre las hojas pares y entre las impares, esos días a los que ya he mirado treinta y uno a treinta y uno, año tras año (desde el averno, donde moran imperturbables los fantasmas del tiempo, se deslizan y toman posiciones antiguas pesadillas), ellos tiemblan cuando presienten la llegada del olvido, y tiemblo yo ante las sombras de desamor que los asedian, mientras los sueños, que un día fueron intensamente azules, desoñados ya, amarillean entre enaguas, aroma de lavanda, y camisas amorosamente dobladas.

Y ya está, ya está preparado el brutal aquelarre del tiempo: ¡odumba dumba dumba!, danzan las sombras alrededor del fuego en es revivir suyo en el que, desterrada de tus sueños, me consumen. Despierta, gritan las voces del silencio con el que me rodean, despierta. Y cuanto lo consigo, me hurtan sus miradas, y, desvergonzadas, ríen. No quieren, no intentan ocultarse: bajo el conjuro de mis ojos gatean silenciosas e imaginando que no las veo, arrastran entre sus largas manos mi nombre despedazado y yermo.


Ay, cómo podré vivir si tú, amor mío, me niegas la existencia!
Y cómo, dime cómo podré saber que existo
-que para ti existo-
si no me contemplo ahí, en laberinto de espejos de tu pensamiento,
donde únicamente cuando tú me sueñas, cuando tú me piensas,
soy


indah