miércoles, septiembre 07, 2005

Ese costoso don

Sonreíste, y yo traté de hacerlo, pero la sonrisa desapareció mucho antes de llegar a mi boca.
«Me ha gustado conocerte», dijiste. Y yo busqué palabras con las que corresponder a las tuya, pero todas habían escapado por un agujero negro que, sin saber cómo, apareció justo en el centro de mi cabeza. Por eso me encogí ligeramente de hombros e hice un gesto con las manos. Uno de esos gestos indefinidos a los que recurrimos para que hablen por nosotros.
Quizá por mi silencio, o quién sabe por qué, tus dedos volvieron a acariciar mis hombros. Tuve que hacer un esfuerzo para que mi piel no me traicionara, para que no lo hicieran mis ojos que se reflejaban en el espejo; para no volverme ciento ochenta grados cuando tus manos resbalaron por la seda de mi enagua color marfil. Y tuve que luchar por no dejar escapar mis emociones cuando tus labios rozaron mi nuca, mi cuello.

«No podría olvidarte aunque quisiera», dijiste.

Y yo, cerrando fuertemente los ojos, traté de hacer eterno aquel instante. Atesoré tus palabras en ese rincón solitario que es mi alma, y las incrusté allí. Aún con ellos cerrados oí abrirse la puerta de la habitación, un largo silencio, y de nuevo, el sonido que me hizo saber que ya entre nosotros se encontraba ella.

Agité la cabeza obligándome a regresar a la realidad. Qué diferente el calor tus manos de aquel intenso frío que me produjo sentir sobre mi cuerpo el crepé de la blusa. Qué fría era. Qué solitaria estaba.

Sobre la cómoda, cerca de mi collar de plata y jade, continuaba el sobre, aún cerrado, que dejaste sin un gesto de menos ni de más. Y aunque me había dicho que no te llamaría, que no lo haría nunca, aquello era distinto. Corrí para alcanzarte, al tiempo que con una sola mano abotonaba ojales con botones que no se correspondían.

Escuché el clic, y el sonido metálico de las puertas del ascensor, abriéndose.

- ¡Jas! -te llamé temblorosa y, sin saber la razón, avergonzada-. ¡Jas!

Con el pie derecho impediste que las puertas se cerraran. Ya cerca de tus ojos, pero a una prudencial distancia, te alargué el sobre.

- Lo has olvidado.

Pudo ser una sonrisa, o un amago de sonrisa. Pudieron ser palabras encadenadas unas a otras, pero sólo fue un gesto el que te sirvió para rechazarlo mientras te alejabas de mí y de mi vida. El ascensor se deslizó despacio. En él, en la superficie de sus brillantes paredes, junto a ti, viajaba mi pensamiento.

«Llámame, habías dicho como despedida, siempre que quieras.»

Y yo pensé: «no, no te llamaré, me importas demasiado.»

Me pregunté durante mucho tiempo -aún sigo preguntándomelo-, por qué en esos momentos se quedan grabados detalles tan nimios: la calidez del pelo suave y largo de la moqueta del pasillo bajo mis pies descalzos, el crujir de mi falda, su resbalar entre mis rodillas; el aroma a rosas de un ambientador quién sabe si barato o caro.
Y me lo pregunto ahora, cuando tus manos -cuánto las añoro- reposan sobre una de las cámaras, ésa que tú manejas como nadie que parece que se ha quedado alelada, en tanto que el director da voces como un poseso, y jura y perjura, y amenaza con sustituir a todos. «A ti no, princesa», dice acariciando mi mejilla; como si no le conociese o sus exabruptos me preocuparan. Y me lo sigo preguntando mientras veo tus ojos, que hoy parecen grises, resbalar despacio por mi escote que esta maldita bata deja tan al descubierto, mientras tu boca, cerrada, me susurra palabras que nunca me dirás, y en tanto las manos de Úrsula se afanan en encontrar el milagro que le permita disimular, aún más, las arrugas de mi rostro.

«Qué manía la tuya de llegar siempre tarde a todo, princesa», me digo. Pero me consuelo recordando las palabras del príncipe de los agrestes brezales de Cornualles: «si en plena juventud se supiese todo sobre la armonía y la gracia ya no se llamaría juventud». Las repito una y otra vez. Espero a que retorne la calma, a que se escuchen las palabras mágicas que poniendo en acción las cámaras, me regalen el costoso don del olvido.

El suelo es áspero. Está frío. Las manos de Úrsula también. No, no es a rosas, huele a lilas. Me gustan las lilas. Me gusta mucho el olor a lilas.


indah



Ese costoso don (Él)



Sonreí, aunque mi gesto no hizo más que arrancarte una ligera respuesta en la comisura de tus labios.
-Me ha gustado conocerte, te dije. Tus ojos, muy abiertos, parecieron querer decirme algo por un momento, pero finalmente te encogiste ligeramente de hombros e hiciste un gesto con las manos. Ese gesto tan tuyo que siempre me recuerda al de la jovencita con trenzas que llevas dentro de ti.
Quizá por ese recuerdo, o quizá por poder prolongar más tiempo esa complicidad que se nos escapaba por momentos como arena entre las manos, mis dedos volvieron una vez más a buscar el cálido contacto de la piel de tus hombros.
Un ligero estremecimiento tuyo acompañó mi contacto, haciéndome desear perderme en esa calidez, en esa suavidad y en ese perfume que tu piel parecía prometerme.
Me dejé llevar una vez más por las sensaciones, deleitándome plenamente con el tacto de mis manos resbalando por la seda de tu enagua, adivinando bajo ella tus suaves formas.
El contorno de tu cuello y tu nuca desnuda llamaron de nuevo a mis labios, que esclavos acudieron a rendir pleitesía a tu piel. Me dejé arrastrar con los ojos cerrados por la misteriosa ruta de tu espalda, embriagado por el aroma de tu cabello, y paladeando, extasiado, el contacto con tu cuello, el lóbulo de tu oreja derecha, y de nuevo tu cuello, y de nuevo tu nuca.
-No podría olvidarte nunca aunque quisiera, te dije.
Abrazado a tu cuerpo, en ese instante, hubiese deseado olvidarlo todo, encadenado a tu cintura eternamente. Asida mi alma a tu presencia con el ansia y la desesperación del náufrago al madero salvador.
Pero en ese mismo momento, cuerpo contra cuerpo, alma con alma, supe que no tenía derecho a llevarte conmigo al abismo oscuro y frío de mi locura y mi incertidumbre.
Muy despacio; mis manos primero, mi espíritu después, me fui separando de ti. Con una última mirada intenté grabar tu imagen en mi retina, quieta en medio de la habitación, con tus ojos siempre tan llenos de vida cerrados a mi visión.

Con miedo a qué decir y sin saber qué callar abrí la puerta del cuarto, no me atreví a mirar atrás. Entre nosotros, como tantas veces antes, está de nuevo ella. O mejor dicho, su fantasmagórica presencia.

Más inseguro que rápido, me alejé de allí buscando la salida de tu casa y de tu vida. Justificando, como siempre, una nueva huida y un nuevo adiós.

Al pulsar el botón del ascensor recordé el sobre que me entregaste al
llegar, y que deliberadamente deposité sobre la cómoda. Un acto reflejo casi me obliga a volver atrás, pero de nuevo el miedo agarrotó mis piernas para impedirme olvidar mis pesadillas.

Obcecadamente me dediqué a mirar el cristal esmerilado de la puerta del ascensor mientras los segundos se transformaban en siglos, y una extraña sensación de vértigo se apoderaba de la boca de mi estómago.

Aun sabiendo que en ese sobre se encontraban probablemente las palabras que indultarían por fin mi atormentada alma, decidí conformarme con la tranquilidad que produce la certidumbre del infierno conocido. Tras una eternidad esperando en ese descansillo vacío, abrí las puertas del ascensor y de mi fuga.

-¡Jas!

Tu voz retumbó en mi interior haciéndome temblar como a un niño en una noche de tormenta.

-¡Jas!

En un último acto desesperado, mi pie derecho se interpuso en el camino de las puertas que se cerraban, mientras mi mirada se quedó fija en tu imagen, desmadejada y nerviosa, que se acercaba a mí con el sobre en la mano.
La luz del descansillo reflejándose brillante a tu espalda te hacía aparecer ante mí con un aura resplandeciente, como salida de un sueño, con los rayos de sol atravesando tu melena suelta. Como la primera vez que te vi. Como mi Dama del Lago surgiendo ante el caballero postrado.

- Toma, lo has olvidado.

Tus palabras me hicieron volver de la ensoñación y te vi ahí, tendiendo hacia mí el sobre cerrado.

Como en el borde de un precipicio, instantes antes de un último vuelo y el impacto final contra las rocas, las imágenes de una vida vacía vinieron a mis ojos, sabiendo que si aceptaba tu sobre diría adiós a mi última esperanza de conjurar su fantasma.

Pudo ser una sonrisa, o un amago de sonrisa. Pudieron ser palabras que no surgieron porque hablaron nuestros ojos. Tan sólo fue un gesto mientras que las puertas, al cerrarse, te alejaban de mí. El ascensor se deslizaba despacio. En él, en la superficie de sus brillantes paredes, junto a mí, viajaba la última visión que tuve al asomarme a la profundidad de tu mirada.

- Llámame, te dije como despedida, siempre que quieras.

Mi postrera petición de auxilio, porque sabía que no habría llamada. Ambos sabíamos que los fantasmas no se dejan vencer por las llamadas de teléfono, y a los dos la vida nos ha enseñado a paladear un minuto de paraíso en el erial de la existencia cotidiana, sin pensar en nada más.
Y me pregunté durante mucho tiempo, y aún sigo preguntándomelo, por qué en esos momentos se quedan grabados detalles tan nimios. Una eternidad con la vista puesta en un sólo mensaje: "Impida que los niños viajen solos".
Quizá no seamos más que niños a los que han sacado de su cuarto de juegos para encerrarnos en una habitación oscura, y que seguimos buscando el camino de vuelta a nuestros caballitos, nuestras casitas y los cuentos de antes de dormir. Sólo niños indefensos a los que nos han llevado de la casa de chocolate y caramelo a la mazmorra del ogro y la bruja.
Y me lo pregunto también ahora mientras, apoyado en una cámara, indiferente a los gritos histéricos del director de turno contra todo y contra todos, mis ojos no pueden separarse de la visión de tu escote, oculto sólo a medias por la bata, mientras te mueves como una reina en medio del plató.

- Qué manía la tuya - me repito teniendo el cuidado de mantener las mandíbulas bien apretadas-, de querer acabar solo y borracho en una barra de bar. Al fin y al cabo no eres más que una de las miles de vidas, de historias, de sueños o de quimeras que van a morir frente al frío acantilado de madera, ladrillo o zinc en cuya cima no ondean gallardetes de reinos perdidos, sino grifos de cerveza y etiquetas multicolores de bebidas. Aunque estandartes o licores vengan a significar lo mismo: imaginarios mundos por descubrir, explorar y recorrer, borrando las miserias y la monotonía que arrastramos cada día, y que llegamos a vislumbrar por un instante entre el alcohol que se disuelve en nuestras copas. La llegada a la Isla del Tesoro, al país de Fantasía o a las minas del rey Salomón. Inocentes sueños que la vida va transformando en sueños más húmedos o en psicotrópicas pesadillas.

- ¿Estáis dormidos? ¿Úrsula, terminas ya con el maquillaje o no?

La voz del director me devuelve a la realidad mientras un extraño olor a lilas me envuelve.

Vuelvo a mirarte a los ojos, a tus profundos ojos. No sé si es la luz del plató o mi propia imaginación, pero por un momento puedo ver mi imagen reflejada en tus pupilas, y aunque mi propia mirada ha perdido ya inocencia y pureza sustituidas por deseo y por miedo, todavía me es posible apreciar un brillo que delata al niño que sigue buscando la lámpara maravillosa y a una niña a quien el príncipe calza por fin con el perdido zapato de cristal.

- ¿Estamos ya? ¿Listos?... ¡Acción!

Mecánicamente aprieto el botón de grabación.

Huele a lilas. No lo había pensado antes, pero me gustan las lilas. Me gusta mucho el olor a lilas. ¿Olerá así cuando los fantasmas desaparecen?


©El

6 Comments:

Blogger Mar said...

Indudablemente tienen que estar juntos...
Díos mío, me has, en este caso habéis, vuelto a estremecer.
¡¡¡Fantásticos!!!

Me vuelvo a la camita, a sudar... atchiiissssss :-´´( ¿Te sobran pañuelitos, guajina?

Mar :****

3:09 p. m.

 
Blogger UMA said...

Estoy desde anoche sin saber què decir...leo y releo.
Excelente relato Indah, me llenas de emociones que se me estampan.
Besazo!
Un abrazo (de oso en este caso)

3:15 p. m.

 
Blogger indah said...

Sí que tienen que estar justos, Mar: hasta que la muerte los separe. En fin.

No sé si alegrarme de que te hayan estremecido, porque eso de sudar y atchissss (jolines, quilla, vaya lujo: estornudas con la "te" :)), suena mucho a constipado finalDeVerano... cúratelo que suelen ser traidores.

Te dejo los dos únicos pañuelillos que me quedan, y eso que esta mañana tenía dos paquetes, pero es que el "father & son......" de moody, es terrible, de verdad, lo más terrible es que no puedes evitar reírte aunque la cosa sea para llorar.

Es una buena medicina, creo, así que échale un vistacito cuando tengas ganas (por si no sabes de qué hablo, a la derecha en los enlaces I did it MY WAY)

9:19 p. m.

 
Blogger indah said...

Gracias, uma. Es un relato que a mí, cuando lo releo me produce un tumulto de sentimientos: recuerdos de cuando lo escribía, una enagua de seda marfil del ajuar de no sé quién, pariente de mi madre que habían buscado para ver el remate o algo por el estilo, el porqué no lo recuerdo, pero lo demás, perfectamente; y la sensación de rebuscar dentro de mí para intentar ponerme en el lugar de "ella". Releerlo ayer, curiosamente, me hizo sentir una gran ternura por ambos personajes.

Gracias por leer, es largo y siempre estamos muy agobiados de tiempo, y además, por decirlo :)

9:32 p. m.

 
Blogger Thalasos said...

¡Glub! He dejado un comment en otro post. Así que no entendía nada sobre los nombres en euskera. Por más que releía la historia, sólo me aparecía el nombre de Úrsula. Y me preguntaba, ¿Úrsula es vasco? Entonces, la Andrews de la primera o segunda de la serie de 007?
Toy mayor pa teclear.
En compensación por haber destrozado el discurrir de esta bitácora y tras consultarle a Pablo, me he permitido enlazarte. Aunque igual, con el cúmulo de errores cometidos, te da un ataque y me demandas. Happy saturday, que es cuando lo escribo. Para liarlo más. ;-)

1:39 p. m.

 
Blogger indah said...

Thalasos: Ay. Bueno, estamos empatados, yo me he pasado bastante rato diciéndome: realmente es un chico muy educado, ha tenido que releer a saber las veces, pero así todo le ha gustado mucho :))))

Un seg... ¿Pablo te ha dado permiso para enlazarme? Hmm... creo que tengo que pensar, está sometido a una pruebas un tanto complejas que le hacen pintar árboles ecuchimizados, y... y... bueno, y¡

Gracias, guaje :)

10:54 p. m.

 

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