sábado, marzo 04, 2006


Tiempos que fueron, llantos y risas,
Negros tormentos, dulces mentiras,
¡Ay!, ¿en dónde su rastro dejaron,
En dónde, alma mía?

Rosalía de Castro




Aronda de la Frontera era un pueblo pequeño que orgulloso acunaba su historia hasta adormecerla en su única ruina, la Torre Vigía, a un tiro de piedra de La Casona y dos siglo más antigua, cuyo objetivo actual, pues ya no había de defender de moros, era cortarle el paso al bosque o proyectar su sombra sobre el pueblo o dar sentido a las calles blancas, estrechas y empinadas, en las que los balcones de hierro forjado y pequeños cristales, incrustaban intensos contraluces azules y ocres al atardecer.

Su luz, su calidez, su reciedumbre, consolaron tristezas, y paliaron soledades y terrores infantiles. Me fui acostumbrando a ellas, al sonido a tañer de campanas y a las voces que en las casa- puertas parecían surgir de cuerpos anclados en la prehistoria.

Alicia debía andar por los setenta y cinco años, y lo que nos rodeaba por el siglo y medio, o al menos eso me parecía a mí. Tía segunda de mi padre, por alguna razón que desconocía era mi madrina, propietaria de La Casona y mi única familia. Allí cumplí los dieciocho años y allí volví a tomarle el pulso a la vida que nuevamente me pertenecía. Como, aún sin saberlo, me pertenecía tu mirada, carambola fascinante en los azogues, que decía Salinas. Y me perteneció la noche, la primera en la que vi tus ojos en mi espejo, y no sentí miedo ni sorpresa porque me pareció que siempre habían estado allí, que eran reflejo de los míos, los que siempre había visto como míos y que, bien mirados, no lo eran. Y me reconocía. Sin embargo, me reconocía.

Y me pertenecieron aquellos meses. Meses de fuego y aire, de agua y tierra. De dolor. De rebeldía mía, de tiernas e inacabadas caricias tuyas, de besos que se quedaban en el aire a escasa distancia de mis labios. Y me pertenecía tu voz, algunas veces susurro agazapado entre los cortinajes, y otras, las más, en las que, como en aquellas veladas frente a la chimenea, cuando tía Alicia tejía o bordaba y me enseñaba a tejer o a bordar, nos leía los más bellos pasajes de Ovidio, de Dante, de Calderón, de Lope, de Quevedo, de Shakespeare , de Dumas, de Becquer, de Machado, y de tantos otros. O recordaba viajes por países lejanos, mezclándose con el clin clin clón de los bolillos que tía Alicia movía ágilmente, mientras que yo, maldiciendo mi torpeza, luchaba con el hilo, terco como una mula, que se escapaba de ellos.

Y me pertenecían tus manos dibujando mi cuerpo sin tocarlo. Tus manos; las que, ya avanzado septiembre, cuando el viento como un ladrón nocturno de calores sin disimulo se allegaba hasta mi cama, despacio, para no inquietarme, extendían la sábana -alguna vez la manta- antes de que pudiera sentir frío, o retiraban de mi cara un mechón de pelo escapado al asedio de la almohada.

Y me pertenecieron otras noches. Las otras, las que fueron preludio de aquella madrugada cuando, después de celebrar tu regreso, y tía Alicia hacía mucho tiempo que dormía, me miraste y, llenos mis ojos de interrogaciones, te miré.

¿Qué es lo que me ocurre? - te pregunté-. Me siento tan inquieta.

Y fue entonces, cuando, por fin, me perteneció el tacto de tu mano que por vez primera recorrió la distancia en la que habitualmente se quedaba suspendida, y acarició mi rostro. Y tu sonrisa ante mi sorpresa, mi estremecimiento y mi retirada. Y tu voz -tan profunda, tan varonil, tan tuya- que es quien ahora pregunta; y yo, que quiero parecerte moderna y tan mayor que ya no me ruborizo por hablar de esas cosas, te contesto: ¡claro que sí!; alguna no, miles de veces. Y tus ojos, que ocultan un guiño divertido porque sabes muy bien que no ha habido ninguna -que nunca ha habido nadie- que te miento.

Y me pertenecen tus dedos que se detiene; titubean, si es que se puede decir así, y vuelven a empezar para hacerlo más largo el recorrido de mi brazo; retroceden, vuelven a titubear, y continúan camino de mi cuello, de mis labios. Y me pertenece tu boca que recoge el suspiro de quien ya se ha rendido a la evidencia, y a la caricia larga, intencionadamente larga, en la que dejé de ser yo y tú dejaste de ser solo. Y tu respiración entrecortada que multiplica momentos y hace los minutos siglos, entreteniéndote en cada beso, cada caricia, como un alquimista afanado en transformar un arrendajo, que ni siquiera es azul, en ruiseñor. Tu cordura en locura. Mi ser niña en mujer.

Esta noche que me pertenece.

Que te pertenece. Porque al igual que el agua pierde su identidad para ser nube, desnuda de mi misma y vestida de ti y de tus manos, te pertenezco yo.

Te pertenezco. Yo, que escucho campanas, voces en las casa-puertas, veo callejas empinadas, y bosque, y sombra, y atardecer, y luna; y deletreo besar, locura y frío, y casa.

Te pertenezco yo, y mi pensamiento que ha dejado de hacer recuento de pertenencias, y mi cuerpo, que se estira y arquea buscando la perfección y la unidad del círculo. Barro en un torno que gira concéntrico a ti.

Amor. El amor. El vértigo de amor que se percibe cuando se ahonda en el casi total silencio de un susurro: eres hermosa cual ninguna otra. Amada mía. TÚ.

indah

5 Comments:

Blogger Patricia Angulo said...

Vengo del blog de Uma porque me ha gustado el poema que le dedicaste de Salinas, por eso es que vine a leerte y en verdad el texto que has escrito en tu blog me ha encantado.
Un saludo-

4:27 p. m.

 
Blogger Joshua Naraim said...

¡Uffffff! Vaya texto.
¡Qué mirada hacía el pasado que deja huella!
¡Qué mágico instante de tansformación y éxtasis!
¡Qué con-fusión de fronteras!
¡Qué vértigo de amor!

¡Qué historia, tan sencilla y tan hermosa!

9:08 p. m.

 
Blogger Víctor Manuel said...

Poesía y cuento a la vez. Hay que leerte para creerte.

4:05 a. m.

 
Blogger Mar said...

Indah... un enorme abrazo. Se me acaban las palabras para decirte que eres mi "ídola"
En serio, guajina, es una lástima que no tengas el tiempo necesario para regalarnos cada día algo tan hermoso como este TÚ que yo ya había tenido el privilegio de leer.

Un beso y todo mi cariño.
Mar

2:54 p. m.

 
Blogger indah said...

Gracias. Gracias a todos. Este texto que no pensaba ser el principio de nada, finalmente tuvo continuación. Me sentí un poco obligada al haber dejado a los protagonistas en una situación un tanto comprometida :)

Disfruté mucho escribiéndolo. Y me gustó escribir los otros dos. Dos historias demasiado extensas para una "libretilla".

Querida Mar, gracias por ese inmenso abrazo. Me hacía mucha falta :) El resto, ay el resto: te puede el cariño, né.

Yo también creo que es una bella historia, Joshua. Una historia como ésa -no sé si habrá muchas- deja huellas muy profundas, y muy difíciles de olvidar.

Gracias Víctor. Es lo malo de ser una narradora regularcita :) No te puedes abstraer. El primer relatillo medio largo que intenté escribí después de, bueno, después de una temporada sin escribir nada, no pude evitar que fuera poesía. No, ni siquiera eso. No sé cómo definirlo. Lo que yo oígo cuando lo recuerdo es como una música. Puff, qué tontería :))

5:42 p. m.

 

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