jueves, octubre 27, 2005

Noviembre

Me impresiona Noviembre que, aún intacto, aún por estrenar, cual jinete que cabalgara un nervioso corcel de viento, ha de llegar para someter todo con una simple mirada de sus ojos de plata. Me impresiona ese milagro que trae bien guardado en su hatillo de peregrino: La Vida replegándose hacia el interior de un mundo en el que quizá una vez vivimos y en el cual, aún siendo nuestro por herencia, seríamos considerados extranjeros. Un mundo donde la actividad dirigida por la experta batuta de los grillos ancianos, se vuelve frenética.

Me impresiona la luz desmayándose en los costados de sus días. Caminan lentos, como nosotros; cuidándose de no pisar las hojas caídas -¡ay si pudieran volar!, serían palomas torcaces alejándose en busca de un clima más benigno-. Sí, caminan lentos, cuidándose de no pisar las últimas briznas verdes que, preparadas ya para hibernar, se van hundiendo hacia dentro, hacia dentro; hacia dentro de La Tierra que, tras haber recuperado todos los colores que una estruendosa mañana de primavera escaparon de sus entrañas, de nuevo, maternal, las acoge en su seno.

Me impresionan sus madrugadas: parece que hubieran llegado a una edad en la que todo les costara trabajo. Amanecen perezosas. Se les «pegan las sabanas» de nubecillas pequeñas desteñidas y muy tiesas (alguien -pienso- ha olvidado añadir a la colada el suavizante habitual), que tantas veces corren despavoridas por el cielo como si fueran ratoncitos grises o castaños huyendo de un Rey Sol que se les antoja Gato.

Me impresiona la sensación que tengo de que, ante la presencia de Noviembre, callan las voces -aprenden, como todos, a callar-, en tanto La Existencia se aplica en el continuo ejercicio de hacerse a sí misma: acaba, empieza, acaba, empieza. Todo calla, incluso lo que parece que jamás aprendió a hacerlo o no supo o no quiso o no pudo. Pronto llegará la nieve, me digo; y no sólo para escayolar las ramas de los árboles y los tejados rotos por el mordisco helado de la noche, sino el acto más vital que existe: nuestro aliento. Ese aliento que parece pensárselo dos veces -se resiste a abandonar el abrazo del alma en el que cada noche se resucita entre sueños de nuevas primaveras- antes de asomarse a los portones de la boca.

Me impresiona ese momento en el que, en el fondo de la mirada gris-pensamiento que descansa tras mis párpados cerrados, te veré caer hacia mí desde mi propia sombra proyectada por el sol de Noviembre; ese sol que ralentizar mi voz entre tus manos. Y el silencio –su silencio- cuando juega a esconder entre sus pliegues los ecos de la tuya. No quiere, como no quiero yo, abandonarlos, ni abandonar la mar amanecida de tus ojos.

Sé, ahora que todavía no ha llegado, que en nada y menos, con sus ojos de plata rodando por mi espalda, sujetos de mi pelo, caminaré, caminaré, caminaré. Por eso hoy, cuando ya nos separa menos de una semana, le salgo al encuentro, caminando.


indah

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

los calendarios siempre nos iluminan, nos rondan, los cilcos nos regresan y nos lanzan

6:00 p. m.

 
Blogger indah said...

Es cierto. A veces he pensado que hay algo inquietante, sorprendente o mágico en todo aquello que es cíclico. Consecuencia, supongo, de que aún perduran, escritos en mi código genético, restos de la memoria ancestral del Hombre; de su imperiosa necesidad de encontrar una respuesta a cada uno de sus porqué, y un porqué a cada uno de sus temores :)

2:50 p. m.

 

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