sábado, octubre 15, 2005

Carta de Ajuste (Pues si que estamos bien... no sale nada)

(Cuando me dijeron algo parecido a: tú puedes defender la letra «i» -de indah- respondí: gracias, pero no se me dan bien los discursos. Es cierto, no se me dan bien, ustedes mismos podrán comprobarlo, pero me callé que la letra «i» me traía recuerdos muy personales que en aquel momento consideré no serían interesantes para los demás, i también que tenía poco tiempo. Bueno, una no solo puede cambiar de opinión cuando se le antoje, privilegio de ser mujer (también de sabios), sino que de cuando en cuando surgen ciertas condiciones o milagros -que también surgen- i tienes la sensación de que te sobra el tiempo o de que éste se te va a hace muy largo, eterno diría yo. Cualquier razón puede ser suficiente, por ejemplo que he decidido que la «i» se lo merece o que éste es el momento oportuno).

Señoras, señores:

Mi madre dice que siempre he sido muy impresionable. Debe ser cierto, hay cosas que me impresionan mucho, quizá demasiado -si lo sabré yo-. Por eso, cuando de aquella botella verde higo chumbo salió un genio esbelto como la letra que hoy defiendo i decidió concederme un único deseo, yo, que no hago nada a la ligera, lo pensé i repensé i medité muy bien, i teniendo en cuenta que me pilló en mal momento: venía de un sitio al que a ninguno nos gusta ir porque ya nunca más volvemos, me fue imposible pedirle otro. ¡Concedido!, dijo. Debió parecerle fácil, i me concedió el segundo, de modo que asistí en silencio i de blanco, al eterno descanso de mis recuerdo. Se incineraron a lo bonzo.

No estuvo mal. Pero a veces, ni los genios más poderosos pueden concederte tus deseos, o no hay cosa más inútil que te puedan conceder.

Durante unos pocos segundos me sentí liberada. Pocos, porque de las purificadoras llamas, que decían los antiguos, mis recuerdos resurgieron más vivos que nunca. Ahí los tengo, como pájaros pintados sobre un papel blanco -mi propio blanco-. Sólo son eso: pájaros pintados, pero mis gafas abiertas sobre ellos, los aumentan. Me miran, i yo en este momento no tengo respuesta para sus dudas (claro que tampoco uso gafas). Cuando los vi allí, como una enorme «i» (casi uve) en medio de un cielo blanquecino, me dio por reír ante lo ridículo i surrealista de la situación, porque también, según dice mi madre, habría mucho que hablar de mi sentido del humor -me callo lo de negro-. Miré al genio. Era digna de mención su aura enrojecida, no sé si de vergüenza. Sentí lástima de él. El fracaso duele. Así que, con mi dedo índice rocé un trozo de ella -la más clarita que casi parecía rosa aurora oriente- i yo misma me concedí un deseo: en la lejanía, donde sé que existes, pinté una botella i de su interior liberé tu espíritu. Lo sé, ya nadie podrá encontrar orientes dentro de una botella, pero yo siempre te encontraré i lo encontraré. Siempre, porque sé dónde está.

Él me dejó hacer mientras me soltaba la típica máxima de genio, como advirtiéndome de que era una locura. «Mira bien lo que haces, dijo, que el amor es el único pasajero capaz, para salvarse, de hacerte pasar el resto de la vida remando a contracorriente». Pues sí, le respondí, i se me ocurrió una idea. Ahora ya... no estoy tan segura, pero en aquel momento me sonó muy razonable. Desde entonces, él me llamó genio a mí.

Bien, a lo que iba, i por acortar. Cuando decidí aceptar la oferta de defender mi letra «i», pensé que no sabían lo que habían hecho (ellos, por supuesto) i es que ignoran que realmente mi madre tiene razón: hay cosas que me impresionan mucho. Quizá demasiado. Ahora lo vuelvo a pensar. Ahora sí,¡vaya momento para estar tensa! Ahora que la lluvia me suena distinta; chop chop chop suena al caer sobre el tejadillo; ahora que, como alguien no encienda la luz... está todo tan oscuro que no puedo distinguirles ni distinguir casi nada a mi alrededor. A ver qué más ocurre que pueda empeorar esta situación: huele a madera barnizada i tierra húmeda, aumenta mi alergia, ¡tengo claustrofobia!, i, o he crecido, o estoy tan estirada como una «i», además me es imposible encontrar al genio que salió de aquella botella verde higo chumbo i decidió concederme un único deseo (juraría que el muy ladrón se ha largado con viento fresco, todo el que me falta a mí). Pero eso no impide que recuerde perfectamente cuál fue mi deseo. Me temo que tampoco me lo ha concedido: «deseo, le dije, que nadie ponga flores sobre mi muerte, sólo la mía es inevitable».

Inevitable es, desde luego, para que nos vamos a engañar pero, ¡ya podían haber tenido más cuidado! Alguien, maldita sea, algún idiota, ha pillado con la tapa un cacho de cinta dorada, i con ella tropecientos pétalos; el extremo se balancea rítmicamente sobre mis labios (por cierto que me los noto fríos i tengo la sensación de que están tan pálidos como mis manos) i casi me quedo bizca para los restos tratando de leer un sentimental: «i nunca te olvidaremos». He intentado alejarla soplando, pero ahí sigue. Ha dejado de llover, me rodea el silencio i un repugnante olor dulzón a rosas color invernadero i crisantemos amarillos. Me consuela, eso sí, que al menos sé donde encontrar mi oriente. Yo me lo concedí.

Si es que, lo que no hagas tú, me digo mientras intento no reírme; probablemente no podría, pero «al mal tiempo» mucha «i» i buena cara -es un decir-. Intento no reírme al recordar cuánto molesta que los que ya estamos... ejem, más vale no mentar imponderables, contemos nuestra propia historia. No tengo defensa, lo sé. Ni siquiera mi deseo de defender a mi querida «i» excusa que hable de mí en estos momentos. Pero si no se lo cuento yo ¡a ver quien se lo va a contar!

Bueno, tengo que dejarles. Tengo que dejar de pensar i de pensarles. Por mucho que las comunicaciones han mejorado de forma notable entre el mundo real i el otro, todo tiene su límite (si lo sabré yo). Me voy a aburrir mucho pues, entre otras cosas, a pesar de que creí que no me faltaba imaginación.., pues no sé yo: aquí estoy, quieta, quieta, quieta, entre la «e» i la «o» sin saber qué hacer con el cacho de cinta éste que se me ha quedado pegado entre la frente i a la mejilla, ni con el dichoso «mos» que tengo en medio de los ojos. Ya no se balancean de derecha a izquierda. Me parece que se han quedado tan pasmados como yo al oír caer paletadas de tierra sobre nosotros. Es que *impresiona*, ¿eh?

(Para que te fíes de los genios)


indah

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

i
i sí, bien realizada la apología de la i...

10:24 p. m.

 

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