sábado, agosto 20, 2005

No hay sepia que por bien no venga II

(Nos habíamos quedado ayer en aquel momento en el que yo...)

- ¡Agua!–exclamé, comprobando que al menos mis labios se había despegado-. ¡Necesito agua! ¿Dónde estamos?

---La voz de Daniel me sonó ya más familiar, incluso más cercana:

- La cocina está más cerca, pero tú no eres un plato, ¿no? Muy digna, y dueña ya de la situación, dije algo que prefiero no reproducir.

---Por regla general, cierro los ojos para no ver los desastres, pero no tuve que hacerlo, ése era precisamente mi problema: no podía abrirlos. Varios minutos bajo el chorro de agua templada me devolvieron la percepción, la vista y la seguridad de que la cocina estaba hecha un autentico desastre.
---Lo que no puedo asegurar es si comprobar lo tarde que era fue lo que me hizo palidecer, o si mi palidez era resultado de la mascarilla de arcilla. Y recé. Recé para que su color verdoso no se hubiera quedado adherido a mi piel; y recé para que el hombre con el que soñaba desde hacía meses se retrasara. (Fue una tontería, lo reconozco, podía haberlo llamado para advertirle de que me retrasaría un poco, unas... dos o tres horas). Pero no lo haría. De ninguna manera iba a consentir que de nuestra primera cita sacara la conclusión de que no sabía organizarme. ¡Yo sé organizarme perfectamente! Desde luego que sí.

---Por eso, si exceptuamos un hijo adolescente, la manía de empezar por el final o de terminar por el principio que tengo y, quizá, la de llegar antes de la hora prevista que tiene él, puedo asegurar que no hay nada peor que un conserje amable y servicial. Sí, claro que le diré por qué: trataba de poner orden en la cocina cuando sonó el telefonillo. Bien, gracias, respondí tras descolgar y colgar como puede el dichoso aparato. Y volvió a sonar. Me desconcertó escuchar por segunda vez que: «era más que probable que el caballero que había preguntado por mí estuviese a punto de llamar a la puerta». No solo le había abierto él mismo la del portal, sino que se había preocupado de saber a dónde iba y, aunque comprendo que es una de sus obligaciones, más le hubiera valido retenerlo en la calle un buen rato como hubiera hecho yo. Y si dejo constancia del desconcierto que sentí, no es por justificarme sino porque, sin saber qué hacer, fui guardando todo lo que encontraba en mi camino en el frigorífico. El móvil (¿por qué razón llamaremos móvil a un cacharro que hay que llevar a todas partes?) volvió a sonar. Lejano y frío, muy frío. Furiosa, me acerqué de nuevo al frigorífico. Un ring, un corto silencio y, al unísono, el timbre de la puerta.
- Dani, Dani -cuchicheé a la sombra que, muerta de risa, se apresuraba a salir de la cocina-, abre tú por favor, yo no puedo. Por favor, por favor, mira la pinta que tengo.
-¡Ni lo sueñes!
---Más furiosa aún, alargue la mano, cogí el móvil, cerré la puerta del frigorífico de una patada, y tomé una decisión heroica.¡Abre, me dije, y que sea lo que Dios quiera! Y lo hice.
-¡Hola! –silencio-. ¡¿Hola?! –repitió, sorprendido supongo al no encontrar a nadie frente a él- Oye, perdona -¡y elevaba el tono de voz como si yo estuviera en el ultimo rincón de la casa!-, ya sé que me he adelantado unos minutos pero... -de improviso se quedó callado: le impresionó verme salir de detrás de la puerta, yo creo que no se lo esperaba... Pero se rehizo-. Esto... que te he llamado varias veces al móvil pero no has contestado, y... ¿Marta? -preguntó-
¡Vaya pregunta idiota!
- Es que- balbuceé-, verás, es que... se perdió -afirmé triunfal como si aquello me salvara de cualquier otra explicación-, y resulta que, bueno, lo he encontrado, pero es que, a ver: antes de que se perdiera estaba partiendo cebolla, he leído que es buena para el cabello, y rallando patatas porque son buenas para los ojos y, bueno, pues que no sé que ha pasado: no funciona -mis nervios me traicionaban-; compruébalo, sólo hace ring una vez -insistí sin comprender porque no lo cogía-. Y tras dejarlo en sus manos, ordené: ¡siéntate!, si puedes, rectifiqué tratando de que mi tono sonara, esta vez, con dulzura. Luego, mentí: aún necesito «unos minutos» para terminar de arreglarme. Y antes de darle la espalda, a punto de echarme a llorar (por culpa de la cebolla), musité: «¿sabes lo que te digo?, quizá no te lo parezca, pero yo sé organizarme muy bien».
- ¡Caramba! -Sí, ésa fue su respuesta, creo que trataba de ignorar mis disculpas-. Es el primer móvil de esta especie que he visto que no funciona bien. Son muy fiables, te lo aseguro, incluso en aguas profundas; vamos que es primer calamar que...
- Sepia -le interrumpió Daniel.
- ¿Sepia? -Miró con atención aquel ser viscoso, y medio congelado todavía, que yo misma había puesto en su mano. Arqueó las cejas, y tras unos instantes de silencio, prosiguió-, ah, bien, sepia, digo, ¡móvil!, que me encuentro que –y, al parecer, ya, por mucho que lo intentó no pudo evitar reírse a carcajadas. No era para menos: un adolescente y una mujer que prácticamente había desaparecido debajo de una toalla rosa, escuchaban atentamente sus explicaciones-. No hay prisa, tómate el tiempo que necesites. Mientras, nosotros nos encargamos de arreglar este desastre, digo, este móvil.
---De nuevo se oyó su risa (y esa vez estoy segura de que no era por mi aspecto). Carraspeó, y antes de dejar la «sepia», lavada y sobre un plato, en el frigorífico, sacó, sabe Dios de que parte de él, mi móvil -el de verdad- y también un par de medias sin estrenar.

---Y ése fue el primer día de muchos días, igual de catastróficos algunos, deliciosos (con y sin sepia) los más, y en ocasiones –incluso- con mi vestido del revés: con lo de alante detrás.


FIN


indah

2 Comments:

Blogger UMA said...

Muy graciosa, Indah, cuando te pones graciosa!, me encanta tu relato...
Ahora: eso hace una mujer en su primera cita? uff.
Pobrecita!!jajaj.Ya fracasò el encuentro con tanta parafernalia!còmo sale despuès bien predispuesta al encuentro si ya se ha desgastado 2 o 3 horas antes!?
Opto por no, ni sepia ni nada.
Nosotras no llevamos espejito en la cartera, eso habla bien de ambas;)
Seguridad ante todo, pocos artilugios, la verdad en el primer encuentro es la primera mirada a los ojos, verdad?
Un abrazo

5:47 p. m.

 
Blogger indah said...

Hola uma. No tengo ni idea de qué hace una mujer (normal :)) en su primera cita. Imagino que querrá estar muy guapa. Exacto, yo, como tú: nada de espejito en la cartera (o toda mi seguridad -cuando me viera colorá como un tomate-, se irá por tierra :))
Y sí, la primera mirada a los ojos, esencialmente porque así se saber con absoluta seguridad qué parte de ti es la que él... hmmm.., bueno, en qué dirección -exactamente- mira él (es broma, es bromaaaaaaa :))).

1:28 p. m.

 

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