miércoles, mayo 18, 2005

Carta De Ajuste (Mermelada de fresa)

Cinco vocales, veintiocho letras, miles de frases y formas diferentes de decir o de entender lo que se quiera; o de buscarse entre los restos del propio naufragio en el océano. No somos más que frágiles veleros llenos de pensamientos por salvar, por escribir. Llenos de historias, nuestras o ajenas. Pero hoy, igual que cualquier otra mañana, te nombra cada palabra que me viene a los labios, mientras pienso que la vida es una bicicleta estática, y que algunas veces estoy harta de dar pedales que nunca me llevan a ninguna parte. Como el velero, otro, del lienzo cuarteado por el calor húmedo, o seco, o el frío intenso, o la escasa calidad del óleo con el que fue pintado. Sonrío cuando desayuno frente a él. He descubierto que «pierde agua» por la esquina derecha. Al pintor se le fue la mano, y la mar anda un pelín escorada por babor. A este paso navegará por el pasillo, o quizá por la cuerda que baja a lo más profundo del pozo de la conciencia nuestra de cada día y, después, regresa húmeda por el sudor que la provoca el esfuerzo de darnos el agua con la que subsistir, o por la de las piedras del brocal, oscuras de umbría y musgo, refugio de ranas recién nacidas y larvas que algún día, quién sabe, serán mariposas. No. No. La vida no es una bicicleta estática. Quizá un marino que se embarca cada mañana. Que me embarca. Desde que estuve niña en La Habana, canta Carlos Cano, pero yo recuerdo otra de sus letras: «mi refugio son tus ojos, un abismo de silencio, donde recupero el día que entre la niebla perdí...» Y cierro el libro. «Un libro con sabor a sal, a pan; un reencuentro con la gente del pueblo y con la luz del mar. Uno de los textos más íntimos de Joseph Pla», 'Cinco historias del mar'.

El destino más digno del pan es la boca de los hambrientos; pero antes -estás loca me digo al tiempo que lo embadurno de mantequilla y mermelada-, lo fue el cestón que lo contuvo; el cestón es como esos versos que olvidamos de inmediato porque nada nos dicen ni recuerdan, porque no nos emocionan ni fueron escrito, o recitados para nosotros, hasta que vuelves a tener hambre. Ya no tengo hambre, pero me he quedado como si la tuviera escuchando la muerte que se desangra en blanco y negro sobre las teclas de un piano. Redondo. Con hechuras de cederrón. Ya no hay pianos como los de antes, no caben en ningún sitio. No tengo hambre. Pero me he quedado como si la tuviera, escuchando tu voz que asciende por la cuerda (a golpe de esfuerzo), o por las piedras del pozo de mi pensamiento, ese agujero negro que, en ocasiones, me parece es: «Yo conozco un himno gigante y extraño que anuncia en la noche del alma una aurora». No tengo hambre, pero la vida se atora, se atolondra y se deja atropellar por los tranvías de nuestras viejas capitales. Viaja en ambulancia, y regresa de su paro cardiaco en mis recuerdos mientras contemplo el cuscurro de pan, rojo de sal y samba, abandonado en el plato. La vida se alimenta de nuestro propio suero -ése que con tanta arrogancia colgamos de un palo niquelado- de una rosa, de un Casablanca adiós, de un: «tócala otra vez Sam».

Y abro: «Lo que hemos comido», también de Joseph Pla. La cocina convertida con el paso del tiempo en mera ilusión del espíritu, la cocina auténtica, sin prisa y con amor al prójimo que reclamaba Pla, parece renacer en el presente: la nostalgia del escritor (son palabras de Manuel Vázquez Montalbán, autor del prólogo). Me gusta Pla, aunque muchos de sus libros están en catalán y no lo entiendo. Lo intuyo, eso sí, como intuyo muchas otras cosas escritas en el idioma de cada uno de nosotros, indescifrable, como las intenciones, para los demás. Intuyo. Y «desacuso» a Dios -reconozco que hace cinco minutos no estaba yo para florituras- de que hoy no soy capaz de ver la magia de las cosas. No es culpa suya.

Voy a mirarme en el espejo. A mirarme. A limpiarme de la cara las pinturas de guerra a lo sioux. Está buena la mermelada de fresa, eso sí.


indah

1 Comments:

Blogger Joshua Naraim said...

«mi refugio son tus ojos, un abismo de silencio, donde recupero el día que entre la niebla perdí...»

Hoy no tengo palabras, pero si ojos agradecidos; sigo disfrutando de tus textos y de la aventura de adivinarte. Mi silencio me ayuda a escuchar mejor tus ecos.

12:36 a. m.

 

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