sábado, junio 03, 2006

Clausuras interiores

Yo soñaba, despacio, geografías;
soñaba accidentes, el curso de los ríos,
acantilados, océanos, caminos,
y mares y montañas; y mapas, y fronteras.
Comprometí, compuse senderos de ti -perfectos-

Atrás habían quedado los templos interiores,
las catacumbas, el pan, el vino, el agua, las especias;
y del recuerdo, resguardaba mi espalda
la última clausura de la luna.

Todo era mío: te soñaba; y acomodada en el vértigo,
dibujaba -perfectos- la espina, el pájaro, la rama.
Te soñaba. Despacio. Con los brazos abiertos como alas;
y recreándose, mimaba mi voz tu voz en cada sílaba:

baldío fue acurrucar el alma en la palabra,
baldío retenerte en el escorzo en vuelo de tu nombre,
y baldío, escribirlo en el agua.

Baldío; sin riendas, sin dueño: un temblor,
un reflejo, el grito -murmurado bajito-
otra vez; otro nombre; y lo supe.

Mi tren, dragón devorador de inocentes princesas,
resoplaba en la vía
-«nunca digas adiós, da mala suerte»-
y el horizonte tiñéndome los ojos,
y allí, en el meandro de la memoria donde se ensancha el río,
el beso de la pluma,
del tacto,
del papel,
y del lápiz con el que escribo esta nota sin un adiós al fondo,
trastocaba mi tristeza en ternura;
en tus manos -colibrí o paloma, espina, rama- un poema;
y en las mías, con un sello, la hoja emborronada, y un destino ilegible;

como resucitar recuerdos tan sólo por el gusto de volver a enterrarlos
o como haber nacido con la piel vieja ya, y herida de muerte el alma.


indah