barros rojos
Nada termina
ni viaje ni amor ni olvido
Enrique Molina
dal
porque yo soy los ojos
y la voz del viento que llueve arena en los desiertos.
Soy quien se tiende sobre ellos
perpetuándose en la intrépida
redondez de las dunas
-cuando amanece-
eclipsando la mirada, atrapándola,
en un gozoso espejismo de charcos
(sobre tierras negras
-barros rojos-
-arcilla Verde-Vida-)
surcados por la savia,
memoria de la hoja que aún no ha sido pensada
en los cálido huecos de la raíz del árbol.
Soy la que me reproduzco
en el grito salvaje de las aves al atardecer
-de palmera en palmera-
hasta alcanzar el guiño azul del cielo,
cuando la luz se perpetúa en un
beso horizontal sobre las gotas
-en el vértigo puntual-
ahí, en el espacio vacío en que se deletrean
-pura, amorosamente-
las eternas voces del silencio entre las olas.
Por eso espero.
Siempre espero.
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