domingo, octubre 28, 2007

PERSONÆ (bocetos III)

Hoy que los ojos se vuelven hacia dentro y no encuentran la imagen
minuciosa
que perdieron un día de pájaros azules,
ni la escritura apócrifa
ni aquel a bocajarro de imperfecto pretérito,
puedo fingir que nada me importa.
Puedo, incluso contra todo pronóstico,
fingir que no me importas tú
que te empeñas en existir entre el sístole y diástole al que mi corazón se obliga:
y aunque una soledad de gestos ajenos me espere a la vuelta de la esquina
y se hunda mi mano en tu espalda y no soporte más tiempo esta distancia ni la línea quebrada que me impide alcanzarte, puedo:
porque siempre me encuentro en ti, cuando me busco.


indah

viernes, octubre 26, 2007

De sueños



Si pudiera explicarte
lo que nadie conoce;
si por algún milagro,
por esfuerzo o deseo
ese yo que ansío tan tuyo
se encontrara al final del
arco iris con el mío.

Extendería mis manos
(pequeñas, finas,
cubriría mis dedos
largos, largos,
de sueños y primicias)
hacia las tuyas,
que yo imagino, intuyo,
que dibujo en mis sueños
como aquellos que gustaba tener.

En mis sueños de niña,
tus manos,
-como yo las intuyo-
abrazaban mi cuerpo,
peinaban mis cabellos,
llenaban los espacios de mi alma
de mil bellas promesas.
Y así, mientras dormía,
soñaba tantas cosas.

Al despertar huían
tus manos y mis sueños,
y como los artistas
después de su batalla para plasmar mil musas
sobre papel o tela
o sobre piedra o barro,
yo me quedaba exhausta,
corriendo tras de ellos.

Jamás los alcance.

Quizá la Vida sólo sea
repetición de sueños,
quizá sea que juega
conmigo al esconder,
quizá no querías decir
lo que yo, cansada de correr
tras ese sueño mío,
oí que me decías:
Ama me fideliter.

Pero esos son mis sueños,
y si son míos,
por qué hacia ti escapan
cruzando el arco iris
y me dejan de nuevo aquí
mientras los veo ir,
contempladora fría de mí y de mis sueños,
tan exhausta.

indah


miércoles, octubre 24, 2007

PERSONÆ (boceto II)




Han pasado seis horas, mis seis horas.

Querías modelarme a tu gusto
amerizarme, alunizarme (o desahuciarme)
querías un acople perfecto
de alta costura.

Y fue prêt-a-porté mi cuerpo, cada palabra, cada centímetro
no era yo, era mi piel o tu piel o tu amor o mi amor,
ajustándose a mí como un guante.

(Y sobre aquel incierto abismo, indivisibles ambos).



indah

viernes, octubre 19, 2007

Es un cuento (El cuento de las flores chiquitas)



A maoke.




Cuando Dios terminó de crear el mundo y ya se disponía a descansar, se dio cuenta de que el ángel más pequeño que había en el cielo, que andaba trasteando por allí, se había entretenido en trenzar guirnaldas con las flores chiquitas en lugar de, como Él lo había dicho, colocarlas con las otras, y que éstas, como no habían podido estar en el sitio oportuno, en el momento en que había concedido los suyos a todas las demás, tenían colores y aromas imposibles.

-Hmm -se dijo-. ¡Pues algo habré de hacer! Y se puso a pensar.

Fue entonces cuando se sacó de la manga -si se puede decir así-, un acantilado que como no estaba, y de repente estuvo, es especial, muy especial y mágico. Su altura era más que considerable. En realidad era, y es, el acantilado más alto de todos los creados. Lógico ya que tenía que ser visto desde cualquier parte y desde todas las direcciones; y que fuera de esta manera era muy, muy importante.

El ángel le veía hacer, y se preguntaba cómo conseguiría Dios que las flores chiquitas tuvieran aroma y color, pues a él le parecía que había gastado todos los pigmentos y todas las esencias en las otras. Pero Dios es muy sabio, y de todo despiste, incluso del que tuvo el ángel chiquito, sabe sacar partido. Así que contó uno a uno a los hombres, y después, aunque eran muchas, contó las flores; lo hizo, sí, porque quería asegurarse de que, al final, no le faltara ninguna. Y mientras contaba, miró de reojo al ángel que le contemplaba muy atento con sus manitas a la espalda, y se sonrió al ver que aún, entre ellas, había una flor que asomándose como podía, ponía todo su empeño en escapar para no quedarse sin lo que le correspondía.

La verdad es que intentó ponerse serio, y la verdad es que le costó trabajo, pero al final lo consiguió.

-maoke -le dijo Dios al ángel.
-¿Sí? -respondió éste.
-Verás, es que echo de menos a una de mis florecillas; no la habrás visto tú, ¿verdad?

El ángel se preguntaba cómo demontres se había dado cuenta Dios de que él tenía la flor que, pensó, creía haber escondido muy bien, pero se calló; no dijo ni pío.

-¡Vaya! -dijo Dios, que lógicamente no puede decir como nosotros: ¡vaya por Dios!- Pues no sabes el problema que tenemos. Hay una niña, que casualmente se llama como tú, que se va a quedar sin su flor.

El ángel movió sus alitas, miró al fondo del paraíso y finalmente con los ojos bajos y un poquín arrepentido de su trastada -aunque no demasiado y es que le gustaba muchísimo aquella flor y quería quedársela porque era la más bonita de todas-, aprovechó que Dios había vuelto Su mirada hacia la tierra, y despacito, casi de puntillas, se acercó al montón para dejar junto a las otras, la que se había guardado.

-Señor -le dijo a Dios-, ¿Tú estás seguro de que falta una?, ¿no habrás contando mal?

Dios se rió tanto, y durante tanto rato, que su risa hizo caer unos cuantos metros de las paredes del acantilado; por eso ahora hay una preciosa playa, justo, justo, debajo.

-Pues me parece que sí, pero, por si acaso, las volveré a contar -respondió cuando pudo dejar de reír.

(Y se puso a hacer como si las contara de nuevo).

-¡Vaya!, pues tenías razón: están todas, así que ya puedo empezar a darles sus colores y aromas.

Cuando Dios dio por terminada la tarea, el ángel pensó que aún era mucho más sabio de lo que él había creído; y es que, para concederle a cada una de las flores su correspondiente aroma y color, Dios no había utilizado pigmentos ni aromas, ¡ni mucho menos! Dios había cogido un poquito, solo un poquito, que era más que suficiente, de todo aquello que los hombres guardamos dentro de nuestros corazones como el mayor tesoro. Por esta razón, el Hombre, nunca estará totalmente abandonado a su suerte, salvo que desoiga las voces que, en el momento oportuno, le llegarán desde el acantilado más alto y mágico de los que existen.

Y ya, después de hacer su última tarea, Dios -y el ángel- pudieron tomarse un buen rato de descanso.


Hay un acantilado,
una playa, un abismo,
en el que nacen flores
chiquitas, muy chiquitas,
de mágicos colores
y aromas imposibles.

Te esperan,
siempre te esperan.
Tranquilas, incansables,
te esperan.

Y es que, como son sabias:
-saben leer los labios
saben leer las ojos-
presienten, o intuyen, ese instante
en el que el capitán
rememora otros vientos, otros soles,
otras lunas y estrellas,
que ha conocido bien,
y sonríe, y oye que le llaman,

y,
sin poder evitarlo,
ordena que icen la mayor
que enderecen el foque,
larguen velas,
y que se vire el rumbo.

Y ellas, que todo se lo saben:
atisban, se engalanan,
y avivan sus colores,
porque conocen bien
ese momento exacto
en el que el navegante
se ha de dejar ir y llevar y traer
por la intensa marea
de espumas y de olas
de la mar más antigua
que todos conocemos: la nostalgia.


indah


(Revisado)

jueves, octubre 18, 2007

Los pliegues de indah


----------------------------------------------A Aliss, con cariño.


Me salían arrugas en el alma

de amarte tanto y tanto.


De compartir contigo cada instante

me quedaba sin sueños:

mis noches se llenaron de los tuyos.


Por las mañanas tú te afeitabas mi cara

mientras que yo pensaba si estas uñas

que limo y pinto eran tuyas o mías.

En cada sí o no que tú decías

escuchaba mi voz diciendo sí o no,

y no podía decirte: soy tuya

porque te hubiera devuelto a ti.


Buscando mi alma

donde siempre la hallaba:

bien planchada, doblada y colocada,

encontraba la tuya.


(Se te ha cambiado el gusto

y mi amor empieza a saberte salado,

sorprendida, he buscado mi alma

y donde bien planchada, doblada

y colocada, siempre estaba la tuya,

hoy, llena de arrugas, he encontrado la mía).


indah



PD

Revisado

miércoles, octubre 17, 2007

PERSONÆ (bocetos I)

Cada distancia tiene su silencio.
Antonio Gamoneda





La palabra que envenenó mi boca
fue la tuya: cada distancia tiene su silencio.

-

Quizá no fuera «adiós» la palabra precisa; quizá no fue razón de amor.
Quizá no era «ternura» la palabra que envenenó mi boca.

Mas cuando diciembre reclina la cabeza
bajo un sombrero cónico y pequeño,
sé que no existe ningún vacío que tu ausencia no colme.

-

La palabra que envenenó mi boca
fue la tuya, allí, en el silencio.
Y no había sacado tres veces seis, ni mi destino,
pasaría de nuevo por la misma casilla.
No era la cárcel -decías-
sino, decías, la habitación del duende
que lanzaba sus hechizos a luna.

-

La palabra que envenenó mi boca fue la tuya
(y tu brindis).

Mío el tablero, y el cubilete, y las fichas;
el dado, la sombra, y el sonido del hielo contra el vaso.

-

Y aún estaba en pie Manhattan.
y no había bajo todos los cielos este olor a ceniza.
-sólo ausencias e incertidumbres; y nos quedaba tiempo-.

-

Lento éxtasis, aullido atávico de lobos;
se desalaba tu océano al caer las estrellas: agua dulce para mi sed, amor.
Para mi sed agua, y luz para la sala límpida y blanca, aquella que fuera
nuestra: se llena de azucenas y lirios que tus manos alguna vez
sembraron en mí, en mí
y en medio de la noche.
Y en medio de la noche (ay, oscuridad carente de sentido):
yo, tu tierra prometida,
yo, que me transformo en jardín de tus divagaciones cuando me abrazas;
yo, que si te nombro, eres;
eres cuando ellas caen (lento es el éxtasis, amor) sobre la tierra.

-

En la declinación de todos los verbos, enmudeces
(la vida es una soledad poblada de palabras)
y se hiela el aullido del lobo en medio de sus fauces:
viento del Norte, tú. Viento mi boca. Lento, qué lento el éxtasis.


indah


Revisado


lunes, octubre 15, 2007

Dragones

Anoche soñé con dragones. Volaban, y yo también. No podía verme, y sé que quería hacerlo, por eso buscaba algo similar a un espejo, bueno, casi estoy traducciendo el 'código' del sueño, lo que quiero decir es que pienso, que creo, que eso era lo que buscaba. Y aunque mientras soñaba, mi intención era la de resistir, resistir hasta alcanzar un lago de mercurio, sé que me aterrorizaba la idea de ser un dragón (un dragón chica, claro), y comprobar que había vivido engañada desde que nací: por mucho que me lo hubieran repetido, estaba a un paso de descubrir que no era una princesa.

indah

miércoles, octubre 10, 2007

«mirando geranios en ventanas que no habían» (1)


-----------------------------------«mirando geranios en ventanas que no habían»
----------------------------------------------------------Mario Marqués


Se sorprende el furtivo al escuchar: mientes.
Quizá porque se lo dice la chica que cruzó hacia la lluvia
(naufragio era su voz, y te llamaba),
cuando la noche olía a derrota,
retornaban de nuevo las cigüeñas
y los aleros se cubrían de nieve blanca y gris;
la que recuerda que no había lanzado
-todavía- una moneda a la Fontana di Trevi
y no le dolía el dolor,
ni el amor
ni las rodillas de rezar en Saint Sulpice,
ni en remolinos sobre cualquier espejo
imaginaba un desayuno con diamantes,
porque aún buscaba geranios en ventanas que no habían,
y no quería, como quiere hoy,
volver a aquello que vale poco o nada: volver
(¡qué difícil oficio el de ser luz!).
Volver. Con la tarde deshecha a la espalda
y los cabellos teñidos de vientos azul Sena,
a su niñez de azúcar y de nueces.




indah


PD
Revisado.

jueves, octubre 04, 2007

Ésta es fácil (de guerras)





"Buscar el sitio donde ya se está
es la más trasnochada de las
búsquedas y la de peor sino"

Harold Bloom




Hoy, todos mis problemas se reducen a decidir:
hay, y es todo,

una lata,

un algo en conserva bajo una fina capa de polvo dorado en la alacena;

y una servilleta bien doblada,

y un plato sobre otro:

azul y blanco sobre blanco.


Lavo en el fregadero, bajo el grifo,
las cuatro esquinas cardinales de tus islas

(los maderos que antes fueron árboles,

aquellos por los que trepaba -cada mañana-
la mañana).
Y cuesta:
se ha quedado pegado
en el tazón el agua con harina,
y aún, en el hueco que cavó la cuchara de palo,

hay restos enterrados.


Recetas de cocina, eso es vida:
desleír la angustia con harina
envolver palabras o evasiones en pan rayado a mano,
pero "sin un mordisco de inteligencia,
sin el perfume de un estilo
sin resonancia, sin un baño de ironía,
sin una cadencia mecánica pasmosa",
¿resultaría,
el esfuerzo,

el contenido

los buñuelos?


Me asustan los ojos que abre el calor del horno en la masa;

y ahora, maldita sea,

cuando un pájaro se muere de frío entre sus plumas,

ahora, que ya estoy harta,

que se me ha roto una uña y suena el teléfono:

a voces, por el patio,

me llama el sol

para secar mi ropa.



indah