viernes, septiembre 30, 2005

Revérsico

Es mía esa parte de ti, ladera-corazón-abajo que sembré de alegrías
y violetas, no te confíes:
le han puesto precio mis ojos a tus ojos,
a tus manos posesión preciada, y a tus besos un cartel que reza
en letras luminosas: prohibidos, están todos prohibidos.

Mis versos mercenarios, si es preciso, secuestrarán las huellas de tus huellas,
no te confíes:
voy a escribir con Símbolos Argánicos
una fecha: la exacta; una hora: la exacta,
un momento: el exacto,
y con mis propias uñas tatuaré en tu cuerpo imágenes posibles e imposibles.

Después, me tomarán el pulso revérsico simétrico inconcluso y me declararán muerta;
no te confíes:
aunque te digan que no existo,
aunque te digan: murió, un poema que no supo escribir envenenó su sangre.

No, no te confíes.
Porque la conjunción de espigas y de verdes destinados a velar mi cuerpo,
y la luz del umbral: «su ser de malva»,
sin saber cómo, se han perdido entre los ocres,
dorados y amarillos, de un ramo recién nacido de mimosas.

No te confíes, amor.
No te confíes.

indah

jueves, septiembre 22, 2005

Cobre lata

Atravesó mis ojos, y en la nada se perdió su sombra.

Sin sombra, pálidas y afiladas como agujas las esquinas
congregando espías a la vuelta. Sin sombra:
los túneles,
las escaleras mecánicas,
las palomas,
el tacto,
los dibujos ajados por el tiempo,
y tus dedos que trenzaban y destrenzaban la geometría de mi nuca;

(tras el cristal, un grito hería el pentagrama de un billete).

Sin sombra, tus palabras de amor -la luz es sólo luz-
eran
y estaban
en el instante aquel, en la innegable evidencia:
cuando el sol atravesó mis ojos,
real, nítidamente, de un sólo golpe,
toda amor, eclipsada aún; reclinada en el cerco cobrizo:
«sombreritos de lata», cobre lata,
«corazones de miga de pan» (de Sabina)
en el vacío, en la nada. En el imperioso vacío de tu nombre.

Sola.
Y de nuevo el trasiego.

Sola. Con el sabor amargo del mar en mi mejilla.
La confusión es un fragmento de fotograma inmóvil.

Sola. Con la ternura de un ramo de nomeolvides en las manos.
Maltrecha el alma. Llueve la lluvia.

Sola. En el interminable océano que contiene una lágrima.


indah

martes, septiembre 20, 2005

Desvelos VIII (y fin)





Quiero despertar de este sueño de soledad hecha de ti;
despertar de esa «verdad» que me oculta
tu nombre escrito entre las piedras,



VIII




por eso tengo un insomnio tan apegado a mí como mi sombra. Es un insomnio mío, y único. Y duro, tremendamente duro y doloroso. Perdido entre palabras que no me acusan de desidia u olvido; ni me niegan ni ocultan ni retiran sus mil significados!

Entre palabras muertas como flores muertas. Entre palabras impronunciables: palabras neonatas que pasean por mi insomnio como si fuera el suyo


soy una flor de arcilla,
entre tus labios.
¿Qué palabra -dónde encontrarla- podría definir como debiera nuestra ausencia? ¿Quién puede consolarla o contenerla? ¿Quién podría librarme de este sin vivir, de este morir continuo, de este andar y desandar instantes pretéritos, presentes y futuros?

-Mis brazos tienen frío, mi alma tiene frío. Tengo frío-

¡Ay, amor, ¿aún no has comprendido
que yo lo único que quiero es ser?
Ser. Sólo ser.
Ser para ti
únicamente, exactamente,
lo que yo soy.

Tengo surcando mi piel una ausencia de ti que me desvela. Pero me siento a esperar, porque te quiero, con las cincuenta cuentas de un Rosario entre las manos.

Y es que si tú, amor, me invocas, ¡ay, si me invocas!:



Desde el fondo del tiempo
oigo toda la noche caer sobre la tierra



O quizá no es así. O quizá no del todo.
O quizá sea que hoy, en este insomnio mío, y por primera vez
-quizá por última-
te estoy diciendo cómo y cuánto te quiero.

¿O es que quizá no sabes que te quiero?



indah
2002



lunes, septiembre 19, 2005

Desvelos VII

(VI...) Lo único que quiero es, ¡despertar!



Porque no quiero ser «el niño en el bautizo,
ni en la boda la novia, ni el muerto en el entierro»,
y porque no quiero ser -ni quiero que lo seas-
mano que empuñe un arma,




VII





a veces tengo un insomnio herido, un enlutado insomnio que me impide dormir mis insomnios más leves y propicios; que no vierte mi sangre, ni lame mis heridas, ni cuenta mis historias, ni habla de mis ojos que, como cada noche, permanecen abiertos a la vida.

Un sonámbulo insomnio que habla del hombre, del genérico: El Hombre. Y se despierta lívido, y se agita porque tiene pesadillas de muerte, pesadillas de guerras; porque día tras día contempla estremecido su torpe y lento paso, y porque incapaz de morir su propia muerte dejar de ser quisiera en la de otros.

Tengo un insomnio que sufre por mí y por mis culpas. Porque yo -genérico de hombre- no soy capaz de hacerlo, ni de contenerlas ni de sentirlas como debería. Y por eso: porque no soy capaz, eternamente errático cabalga por campos sembrados de cadáveres -los de toda la Historia- desvariando ante tanto sudario, ante tanta visión inmóvil y cetrina.

¡Ay!, no precisa este insomnio de plañideras para llorar su impotencia. Ni de mis ojos, ni siquiera precisa de los tuyos: si en el silencio que rodea a la vida sus pavorosos y atormentados gritos no consiguieran que tú o yo llorásemos, llorarán las piedras.

Hoy tengo un insomnio movido a compasión que se duelen del dolor de los dolientes, del dolor de los deudos, del dolor de las madres, los hijos, las mujeres. Un insomnio que se duele, también, del dolor de aquellos que lloran en silencio: de aquellos sí, de aquellos que mientras sujetan sus armas como pueden, a manotazos espantan sus recuerdos.


indah

domingo, septiembre 18, 2005

Desvelos VI

(V...) Un segundo. ¡Tan sólo pido -necesito- un segundo! Lo justo, sólo lo justo para tener un mínimo apoyo, una breve constatación de que te amé y me amaste, y de que es posible sobrevivir, o bien sobremorir, a este desmayo,




¡Ay!, amor mío, ¿aún no has comprendido
que yo lo único que quiero es ser?
Ser,


VI





ser, en esta soledad para que aquí me encuentres cuando vuelvas; sobrevivir o bien sobremorir: al frío, a tu ausencia de meses o de años, y a la pregunta que me hago cada noche cuando no estás conmigo:

¿Quién? Quién pronuncia mi nombre, cuando adentrada en lo más hondo de mis sueños una voz me despierta y me los nombra. Quién medita por mí las consecuencias de no velar como debiera. Quién me vive en las incumplidas promesas de mis sueños. ¿Quién sin pedir permiso me conserva entre fragmentos olvidados de otros sueños? ¿Quién hace ofrenda de mí o de mi cuerpo a tan perversos dioses?

Tú no estás. ¡No estás, y yo no puedo! No puedo evitar sentirme, presenciarme: allí me veo, allí, inmóvil, con la mirada fija en ese punto en el que, entre terribles augurios de un destino incierto, se diluyó el último resquicio de realidad. Allí: un punto sin retorno en el que el terror da a luz al instinto, al desconcierto, al miedo irrefrenable; a la casi total locura.

¿O es que mi mente tiene vida propia y sabe pensar sin mí y por sí misma?

Es ésa, de todas las preguntas, la que más me inquieta, y la que más me angustia, y la que más me asusta; la que más pavor me produce. ¡Que no tengo miedo de otros, sino de mí! De mí, y de estos sueños que se encarnan y me quitan -o dan- visiones, pesadillas, deseos y traiciones, que sólo yo podría imaginar.

¡Ay, qué terrible es el desgobierno de las ideas! Qué terrible es este devenir a mí de un pensamiento férreamente cosido al centro de la oscuridad de la noche, descorriendo cerrojos, abriendo puertas y ventanas, franqueando el paso a los antiguos fantasmas de mi vida, tu vida, o de otras vidas. Son fantasmas sin tiempo que surgen de cualquier parte; que nos olfatean, persiguen, murmuran y difaman. Ahí están. ¡Están! Se mofan indecentes, deambulan, reptan entre las columnas que asistieron, vencidas, al hundimiento de Atlante, al nacimiento de Hércules, y nos esperan envueltos en los rasgados velos que cubrían las entradas de aquellos sacrílegos cenáculos.

Ellos nos dicen: ¡ven! cuando deberían decirnos ¡huye! Y nos sepultan entre salmos que jamás se escribieron. Y nos esperan ocultos entre los humerales, y en cuevas que no existen, y en las biografías de hombres que no tienen historia, o porque no han nacido, o porque ya murieron y no dejaron huella.

¡Ya no quiero saberlo!¡Ya me da igual quién sea! Lo único que quiero es, ¡despertar!



indah

sábado, septiembre 17, 2005

Desvelos V

(IV...)Vuelve mutilado; busca, como poema que es, desesperadamente, el endecasílabo que -ahora lo sé, lo sé, amor, estoy segura- no escribiré nunca: ¡Si yo fuera semilla, y tú el viento!



Pero soy tronco,
soy la raíz, la savia de todo lo que sueñas.
Por eso, en mis desvelos,
me descuelgo desde las ramas de los sauces
para besarte; para besar la tierra.



V


Y a pesar de todo, teníamos motivos para brindar: tú, yo, semilla, viento. Brindamos. Brindamos cuando debimos. Brindamos cuando no debimos. Y callamos. Callamos porque hay silencios de vino y rosas, de inviernos y veranos. Y silencios que se vuelven versos cuando tus ojos me contemplan.

Y yo aún lo deseo, aún lo deseo. Deseo perderme en tus silencios. ¡Quiero perderme en ellos! Y en tus ojos. Perderme entre tus manos, descifrarte, reconocerte, reconocerme en ellas y en cada línea de sus palmas como el marino avezado, en el místico y silencioso lenguaje de los faros, reconoce los amados contornos de la costa.

Mas no entres amor, te grito desde dentro. No entres. Aunque sepas que estoy aquí, tú no entres. Soy yo, yo que sólo vivo para esperarte, quien digo que no entres. No quiero que caigas en esta infernal trampa de deseos que jamás se cumplen. En esta trampa de sueños que vagan por un destino incierto, que avanzan, retroceden, y giran, y giran, y giran, y se revuelven, y tropiezan, y se atropellan, y me atropellan mientras corro por este inacabable laberinto de tu ausencia.

Porque yo corro. Corro en busca de una salida que no encuentro. Y aunque necesito hoy como nunca perderme en ti y en ellos, de oscuridad y piedra sello mis labios: ahogo mis palabras para que no escapen a mi asedio, para que no me descubran, para que no se contaminen; para que no se mezclen con otras: las que susurran, las que murmuran, las antiguas palabras que ensalzaron ídolos y odios y venganzas, las que arrastran su oscuro vientre de palabra sobre la piel del mundo; para que no semezclen con las que, sin el menor esfuerzo, se alzan sobre ellas para gritarme que jamás lograré salvarte ni salvarme porque no es posible por más que yo lo intente, por más que yo lo quiera, salvarnos de esta ausencia.

Tiemblo. Tiemblo. Ansío tu contacto -el de tus labios-, ansío tu ternura, tu mirada; y no quiero, no quiero acostumbrarme a tu no estar conmigo y a mi no conseguir -despierta ni dormida- estar contigo. Tiemblo, y es por eso que ellas me traicionan, que escapan, que huyen de mis labios y te llaman: ¡entra! Entra.., que necesito urgentemente aquietarme en ti, y ver la silenciosa verdad que hay en tus ojos. Un segundo. ¡Tan sólo pido -necesito- un segundo! Lo justo, sólo lo justo para tener un mínimo apoyo, una breve constatación de que te amé y me amaste, y de que es posible sobrevivir, o bien sobremorir, a este desmayo,


indah

viernes, septiembre 16, 2005

Desvelos IV

(III...) ¡Ay!, tengo un insomnio entre los labios que jamás caduca,



y yo, que soy para tus sueños
faro donde termina el mundo,
árbol del pan,
y fruto y pétalo y pistilo,
soy, cuando tú lo quieres,
o cuando tú regresas: poesía,

IV


como esta noche que, superpuesto a mí, tengo un insomnio que vuelve, que regresa, por eso, desde las once hasta la madrugada he contado las horas una detrás de otra. De su mano, y con tu compañía, con él vuelven mis más íntimos versos, los más sonoros, los menos conocidos: los que jamás he escrito.

Vuelve para recordarme cuánta ternura, cuánta dedicación. Qué urgencias, qué ansias, qué deseos de, siendo fiel al concepto, ser para ti la mejor, la única, la más amada, la que más te amase. Cómo olvidar que fui yo quien a tu lado escribió aquel poema, el más corto que jamás se haya escrito que hable del silencio: Tú. Pero cómo, cómo olvidar que mutilé en mis labios mi propio endecasílabo: Si yo fuera semilla, y tú el viento.

Y, sin embargo... ¡Ay!, cuánto amor. Cuánto amor había -teníamos- por la simplicidad que engendra las ideas. Por lo concreto. Cuánta profundidad, decías. Cuánta traición -pensaba yo- al sentimiento. Negamos. Nos negamos. Vivíamos negando. Y entre los almendros siempre florecidos que ponían la palidez precisa al paisaje, vigilantes, traducíamos a versos nuestros gestos, nuestros significados.

Decíamos amar la poesía. Decíamos amar el estricto hecho de escribir, y la pureza -tan sólo la pureza- de este sublime arte.

Todo ¿recuerdas?, todo nos delataba, pero a pesar de ello, negábamos amarnos.

- Hemos envejecido, me has dicho, y ya ves: nada ha cambiado.
- Hemos envejecido -te he dicho sabiéndome de nuevo poema de tus ojos- y eso, has de reconocer, amigo mío, que no es poco; y allí, en tus ojos, y en estos pensamientos, cuánta ternura, cuánta melancolía; quizá -sonreí-, sea éste el salario que nos debe la noche por tantas horas como pasamos contemplándola.

(¿Quién pudo colocar, aún me pregunto, tanta nieve sobre un volcán?)

Pero rescato tu risa, tu mirada, y con ella vuelve la poesía, vuelve mi poesía; vuelve la lírica que, entre en mis manos, al son de un octosílabo, como si hubiera sido sorprendido en falta, parece que se duerme.

Tengo un insomnio que vuelve, que regresa. Vuelve desde lo más antiguo, devorado por nuestra ausencia de días, de meses o de años. Vuelve, reverdeciendo, entre conversaciones rotas -leíamos, decíamos no amarnos-, y de la mano del poema más corto que jamás se haya escrito que hable del silencio: Tú.

Vuelve mutilado; busca, como poema que es, desesperadamente, el endecasílabo que -ahora lo sé, lo sé, amor, estoy segura- no escribiré nunca: ¡Si yo fuera semilla, y tú el viento!


indah

jueves, septiembre 15, 2005

Desvelos III

(II...) si no me contemplo ahí, en laberinto de espejos de tu pensamiento,
donde únicamente cuando tú me sueñas, cuando tú me piensas, soy:




soy.
Soy voz, soy luz, soy vida,
soy suspiro.
Soy viento, y frío, y agua,
reflejo de la luna que ahoga su inmaculada imagen en el río;
tierra, desierto, arena.
Soy invierno, verano, otoño y primavera,



III



porque tengo un insomnio que jamás caduca entre los labios, y ceñido a mí, a mi cuerpo, un sueño que me es desconocido. Y porque a conciencia he despojado a mi pensamiento de su voz y mi soledad rebosa de otras que jamás he oído, ante el espejo, palpando la espesa negritud que me rodea, trato de descubrir mis ojos, mis manos o mi cuerpo. Mas todo lo que hallo no es sino sorpresa (¿o desencanto?)

Ya no me reconozco. A dónde han huido la luz y la alegría. A dónde los lirios. A dónde las manzanas que prestaron su aroma a nuestra ropa blanca, y tus manos que transformaron en magia mis deseos; a dónde el corazón que ansiaba, que reclamaba mi presencia (quizá... a ese lugar en el que todo ocurre, incluso lo imposible); no reconozco mis ojos ni mi boca, ni mis cabellos son ni tienen igual tacto, ni esta piel es la mía, ni mío es el ovalo que, curioso, se empina para ver más allá del borde del espejo: me contempla y trata de alcanzarme desde ese otro yo, o ese otro aquel, que ni siquiera es, o yo dudo que sea.

No, ya no me reconozco. Por eso, ceñido a mí, ceñido a ti, ceñido a nuestras vidas -prendido a las costuras de mi cuerpo-, tengo un sueño que me es desconocido, y un insomnio que nunca caducó entre mis labios, se pierde entre las noches y los días que, como hijos del trueno, se abrazan, vaguean y sesteando en el caos, en el desenfreno de las palabras: oscuras cicatrices de poemas que no fueron escritos ni pensados, que jamás fueron leídos, ni dichos, ni soñados. Poemas «insomniados» que antes de nacer, ya habían concluido.

Y mientras intento prohibirme recordar que fui dueña y señora de tu alma, que no tuve, ni tendré a gala, reconocer por mío el desaliento, huyo del único calendario que conozco en el que los días, los meses, y los años, tienen el mismo nombre: más.

Más desamor, más noches, más insomnios, ensueños y desvelos. Más tú. Más yo. Más siempre tú. Más siempre yo huyendo.

¡Ay!, tengo un insomnio entre los labios que jamás caduca,



indah

miércoles, septiembre 14, 2005

Desvelos II



Desde el fondo del tiempo tú me invocas:
me concedes la luz del horizonte,
y crezco silenciosa en el abismo
de mi propio Universo perdido entre quimeras.



II

¡Ay! Pero cómo podré vivir si tú me niegas la existencia, a mí, que sólo soy yo en tus latitudes pintadas y en tus longitudes imaginarias, si en cada esquina de tu vida la soledad de un sueño atenaza mi nombre.

Despierta, grita el silencio con el que te rodeo, despierta. Y a mi llamada, parpadean los días -verde, rojo, ámbar- y se agitan en el calendario, entre las hojas pares y entre las impares, esos días a los que ya he mirado treinta y uno a treinta y uno, año tras año (desde el averno, donde moran imperturbables los fantasmas del tiempo, se deslizan y toman posiciones antiguas pesadillas), ellos tiemblan cuando presienten la llegada del olvido, y tiemblo yo ante las sombras de desamor que los asedian, mientras los sueños, que un día fueron intensamente azules, desoñados ya, amarillean entre enaguas, aroma de lavanda, y camisas amorosamente dobladas.

Y ya está, ya está preparado el brutal aquelarre del tiempo: ¡odumba dumba dumba!, danzan las sombras alrededor del fuego en es revivir suyo en el que, desterrada de tus sueños, me consumen. Despierta, gritan las voces del silencio con el que me rodean, despierta. Y cuanto lo consigo, me hurtan sus miradas, y, desvergonzadas, ríen. No quieren, no intentan ocultarse: bajo el conjuro de mis ojos gatean silenciosas e imaginando que no las veo, arrastran entre sus largas manos mi nombre despedazado y yermo.


Ay, cómo podré vivir si tú, amor mío, me niegas la existencia!
Y cómo, dime cómo podré saber que existo
-que para ti existo-
si no me contemplo ahí, en laberinto de espejos de tu pensamiento,
donde únicamente cuando tú me sueñas, cuando tú me piensas,
soy


indah

martes, septiembre 13, 2005

Desvelos I






Desde el fondo del tiempo
oigo toda la noche caer sobre la tierra

Miguel Arteche




I

Insomnio (airado)



Tengo un airado y estremecedor insomnio entre las manos;
y junto a él, apilo las tristes cicatrices de otras noches:
los sueños no soñados, los besos no besados,
los pensamientos torpes que nunca deseé.
Longitudes inmensas; níveos sudarios de dudosos desiertos.

Ansias tan irritadas como airadas, deseos y nostalgias
-insomnes unos y otros- reconquistan mi cama.

¿Los ves? Son mis propios y aciagos penitentes, almas en pena
que por ella -calle Mayor arriba, calle Mayor abajo-
pasean una sacrílega procesión de desencantos
y de ansias perdidas, y enredadas, en las aristas del mísero cristal
-pues no es espejo- de cada noche en vela que me tocó vivir.


indah

Preámbulo a Desvelos (Al César...)

Como voy a estar medio ausente durante casi una semana, he rescatado una serie de nueve textos con un tema común: el insomnio. Debido a determinadas circunstancias se llama Desvelos. Me temo que la organicé demasiado deprisa (había prisa :). Necesitan, estoy segura un repaso a fondo, pero me conozco y como me ponga simplemente a leerlos, entonces no me los quitaré de la cabeza, y aunque haga un descansito, como ahora, debo procurar estar concentrada y estudiar.

A excepción del primero: Insomnio(airado) y del segundo, que son enteramente míos y me han dado muchas alegrías, especialmente el primero, el resto fueron ‘naciendo’, poco a poco, como resultado de lo que me iba sugiriendo la lectura de una serie de textos de Juan Planas. Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

lunes, septiembre 12, 2005

STOP II






Exámenes

domingo, septiembre 11, 2005

La Scala

Seis meses han bastado para que Elviro aguante sin pestañear. Estoico, ya ni impaciencia siente. El gallito, pese a que su desventaja parecía clara, resiste. Los bramidos del publico sólo significan que tardará más en dejar el recinto limpio. Intenta distraerse, y por su pensamiento pasan, a retazos, recuerdos de lo que fuera su vida; su vida antes de aquella guerra, que no ha olvidado, una guerra -mediática simplemente- ganada con la peor de las armas: la perversión del lenguaje. «Sana emoción»; el público asiste, enfebrecido, a un espectáculo de «sana emoción». Así se llama ahora a lo morboso. Sólo uno de los contrincantes sobrevivirá; pero a él, eso, ya no lo conmueve.

Ha aprendido a oponerse al sentimentalismo: los contrincantes son Verdi y Wagner. Alemania e Italia. Valkirias y nibelungos. El griterío se hace ensordecedor, y Elviro sabe que uno de ellos está a punto de morir. Pero va a morir sin la grandeza ni la emoción que él siente cuando escucha, a escondidas, el Va, pensiero; éste va a morir en medio del griterío de los actuales esclavos que no imploran como aquellos judíos en Babilonia retornar a su país y dejarán a su nostalgia estallar en la cuarta escena del acto tercero: «¡Vuela pensamiento, con alas doradas, pósate en las praderas y en las cimas donde exhala su suave fragancia el aire dulce de la tierra natal! ¡Saluda a las orillas del Jordán y a las destruidas torres de Sión! ¡Ay, mi patria, tan bella y abandonada! ¡Ay recuerdo tan grato y fatal! Arpa de oro de los fatídicos vates, ¿por qué cuelgas silenciosa del sauce? Revive en nuestros pechos el recuerdo, ¡háblanos del tiempo que fue! Canta un aire de crudo lamento al destino de Jerusalem, o que te inspire el Señor una melodía que infunda virtud al partir.» La tierra añorada es Israel, Sión, Jerusalén, El Jordán. ¡Oh, la tierra añorada, la tierra prometida, paráfrasis de los Salmos!

No quedan huellas de aquella civilización, ni signos de identidad de la suya mucho menos antigua. Únicamente una memoria pura sería capaz de recordar tiempos en los que los motivos que impulsaban al genero humano eran dignos. Y nadie podría, nadie, porque todos habían perecido -incruentamente- al poderoso imperio de los medios de comunicación. La inmoralidad arrastró a Occidente hacia la perversión, y el mundo entero era Occidente. De pronto todo estuvo permitido: era suficiente con que unos pocos lo quisieran, lo pidieran o lo exigieran.

Mientras el público gritaba, reía, corría en busca de sus ganancias, y el humo de los cigarrillos transforma el ambiente en irrespirable, Elviro que como los demás también había aprendido a sobornar a su conciencia y por ello se creía a salvo, hoy no puede, no puede apartar los ojos de aquel cuerpo aún tan niño. Hoy no sirve el manoseo obsceno de almas ajenas porque, incluso despojado de su ropa, bocabajo sobre el suelo, hay aún en la figura del perdedor un pálpito superior, una grandeza que lo elevaba por encima del dolor y la muerte, que une los fragmentos del Va, pensiero, y hace que los coros estallen con una fuerza imponente para enmudecer el sonido amortiguado por la paja que, antes de arrastrarlo, ha extendido bajo el cuerpo. Los primeros días le repugnaba, pero ha aprendido a no escucharse, a no escuchar a su conciencia ni a las pocas voces que se alzaron contra los gobernantes, señalándolos con su dedo, gritando que la epidemia que había acabado con los gallos no podía ser más oportuna para La Federación de Estados que, desbordada en sus previsiones, se vio incapaz de atender a aquellos miles de desgraciados.

Desgraciados, no seres. Seres era demasiada palabra para designar a quienes habían servido para sanar las enfermedades de otros, servir como recambio de órganos o para experimentos científicos. Unos desgraciados que habiendo logrado sobrevivir, vagaban sin familia, sin futuro, peleando por un trozo de carne, por un poco de agua, por un bote de pegamento. Fue sencillo convencerles de que lucharan a cambio de algo de dinero y un poco de comida. Pocas semanas después los espectadores que de nuevo abarrotaban los locales, apostaban auténticas fortunas.

Se estaba retrasando, lo sabía, pero le costaba mirarlo, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para empujar el cuerpo del muchacho. Afuera, las máquinas esparcidoras lo alejarían hacia la noche eterna, reino de buitres y hienas.

Elviro se dejó caer sobre la paja ensangrentada, abrazó sus rodillas y dejó reposar su cabeza sobre ellas. ¡Y ya vuelan su pensamiento, con alas doradas, vuela a posarse en las praderas y en las cimas donde los recuerdos de quien, años atrás alcanzara su más sonado triunfo como barítono en la Scala de Milán, exhalan su suave fragancia y el aire dulce de la tierra natal!



indah

sábado, septiembre 10, 2005

El reparto

A MªAntonia que supo salvar sus naves.





Podemos repartirnos los momentos pasados:
los perritos caliente, los Sopinstan, el piso,
las uvas, y las pizzas banana de Mac Donall.
Podemos repartirnos noches sin pegar ojo,
el cansancio, el hastío, los «porqué eres así»;
y alejar nuestras vidas: cada uno por su lado.

Pero también podríamos empezar de cero
enredarnos los ojos delante de cualquiera
y repetir los besos que se están marchitando
sobre la mesa oscura con mármol verde jade
de nuestro comedor. Yo te devuelvo: El Marca,
la pipa, los pitillos, las revistas de coches,
el móvil, los sinsílabas y todos tus Cedés.
Mi mal humor; tu insomnio cuando yo tengo sueño,
tus quejas reprimidas; mis quejas siempre dadas.
Las fotos y los vídeos de aquel viaje a Cancún,
junto al papel de "estraza" que firmamos delante
de un Alcalde de pueblo; tu corbata de seda,
mi traje beige y oro por ir contracorriente,
y la figura de plástico de un memo y una idiota
mirando hacia el futuro, y enlazadas las manos.

Le damos a tu madre los mocos de las niñas,
y a la mía: pañales y biberones sucios;
a tu padre, mis raquetas de tenis; y al mío
tus dos palos de golf; y si quieren, que jueguen
y si no que se maten. Y al fin, para nosotros:
una caja mediana con nuestro amor adentro,
a salvo de familias, manteles, sobremesas,
trajes de pre-mamá, y lencería roja
que no sirve (no sirve); el Pcé; los amigos;
hipotecas, reproches; miradas de reojo.

Podrías intentar mirarte ahora en los míos,
recordar que juramos amarnos sobre todo;
y yo, amor, lo he cumplido. ¿Lo has cumplido tú?

Vacía de equipaje te espero en nuestra esquina
para darte otro beso rebujada en tu abrigo,
para poner mis pies, húmedos de nostalgia,
faltos de tu cariño, de nuevo ente los tuyos,
para decir: te amo, aunque suene muy cursi.
Para cerrar los ojos durante diez minutos
y volver a escucharte exclamar otro: SÍ.

Y si acaso... si acaso no lo oigo: con la lluvia
confundiendo mi alma con el paraguas nuevo,
tomaré otro camino que no será el de vuelta.
Que no sé a dónde lleva. No sé si volveré.
Pero te quiero. ¡Te quiero! -eso nunca lo olvides-,
como siempre te quise. Todo lo dejo en casa.
Nada traigo conmigo. Nada. Al menos de valor,
porque nada me queda que salvar del naufragio
si es que, porque no supe mostrar cuánto y cuánto
te amaba, quizá... Quizá, ya no me quieres tú.

(No tardes. No tarde amor mío. Qué fría la soledad sin ti).


indah


viernes, septiembre 09, 2005

poemas hechizados

Hoy Carz nos sorprende con un poema hechizado, dedicado al poblado samburu, dedicado a quienes ha tenido la oportunidad de hechizarle a él, con algo que nosotros, los que vivimos en los llamados P1, jamás volveremos a tener: inocencia. Inocencia sí, porque ninguno de nosotros, por desgracia, somos ya inocentes.

Esta mañana hacía una “cata” rápida en la librería de un amigo; pillé “El último lector” de Ricardo Piglia, de quien nada he leído (y no he pretendido hacer un chiste, es la verdad :); y me alegro de haberme desviado de mi camino y de haber sacado mi libretilla para apuntar dos ideas una del primer capítulo en el que Ricardo Piglia explica que la lectura es un arte: el arte de ver mundos múltiples en un mapa mínimo del lenguaje (o algo muy parecido); que es el arte de descifrar. Dice Piglia que la lectura es el arte de la perspectiva y del espacio. Que la lectura es el arte de la microscopía.

(Un asunto de óptica, de dimensión física, de luz -me han dicho cuando he preguntado qué significaba microscopía- :).

La segunda, del epílogo: Piglia confiesa que “El último lector” está para él secretamente unido a The Last Reader, la canción de Charles Ivens basada en el poema de Oliver Wendell Holmes.

Lo he leído, el poema, bueno, los dos, "Samburu", y el de Oliver (en inglés, ¡pi-jua!), y como una es como es, no he podido evitar pensar que a Carz, los samburu, le han enseñado que ellos son dueños de múltiples mundos, y que por su mínimo mapa del lenguaje se pasea libremente la inocencia. Ésa que cuando nos enfrenta los ojos se vuelve también arte de la microscopía.

¿en dónde me alejé de la vida?

En algún punto no muy lejano, Carz. La vida, la nuestra, es lo que nosotros hacemos de ella, a pesar de sus continuas zancadillas.

Me alegra mucho tu vuelta. Y no digo que espero que tu descanso haya sido provechoso porque se ve, claramente, que lo ha sido.

Bienvenido :)

miércoles, septiembre 07, 2005

Preámbulo

De los relatos “de adultos” que he escrito (no muchos, creo, pues me gusta más y me siento mucho mejor cuando son niños los que cuentan mis historias) éste es, junto con “Amaneceres”, mi preferido. No porque sea el mejor -no tengo ni la menor idea de si es bueno o pésimo-, sino porque para mí ya nunca estará completo sin que pueda leerse, a continuación, y escrito por alguien a quien aprecio mucho, el relato visto desde sus ojos de hombre, y expuesto al lector desde sus sentimientos de hombre.

Lo que entonces fue un generoso regalo por su parte, y emocionante, y mucho, para mí, hoy es una necesidad: “Ese costoso don” reclama su versión para 'sentirse' completo.

Ese costoso don

Sonreíste, y yo traté de hacerlo, pero la sonrisa desapareció mucho antes de llegar a mi boca.
«Me ha gustado conocerte», dijiste. Y yo busqué palabras con las que corresponder a las tuya, pero todas habían escapado por un agujero negro que, sin saber cómo, apareció justo en el centro de mi cabeza. Por eso me encogí ligeramente de hombros e hice un gesto con las manos. Uno de esos gestos indefinidos a los que recurrimos para que hablen por nosotros.
Quizá por mi silencio, o quién sabe por qué, tus dedos volvieron a acariciar mis hombros. Tuve que hacer un esfuerzo para que mi piel no me traicionara, para que no lo hicieran mis ojos que se reflejaban en el espejo; para no volverme ciento ochenta grados cuando tus manos resbalaron por la seda de mi enagua color marfil. Y tuve que luchar por no dejar escapar mis emociones cuando tus labios rozaron mi nuca, mi cuello.

«No podría olvidarte aunque quisiera», dijiste.

Y yo, cerrando fuertemente los ojos, traté de hacer eterno aquel instante. Atesoré tus palabras en ese rincón solitario que es mi alma, y las incrusté allí. Aún con ellos cerrados oí abrirse la puerta de la habitación, un largo silencio, y de nuevo, el sonido que me hizo saber que ya entre nosotros se encontraba ella.

Agité la cabeza obligándome a regresar a la realidad. Qué diferente el calor tus manos de aquel intenso frío que me produjo sentir sobre mi cuerpo el crepé de la blusa. Qué fría era. Qué solitaria estaba.

Sobre la cómoda, cerca de mi collar de plata y jade, continuaba el sobre, aún cerrado, que dejaste sin un gesto de menos ni de más. Y aunque me había dicho que no te llamaría, que no lo haría nunca, aquello era distinto. Corrí para alcanzarte, al tiempo que con una sola mano abotonaba ojales con botones que no se correspondían.

Escuché el clic, y el sonido metálico de las puertas del ascensor, abriéndose.

- ¡Jas! -te llamé temblorosa y, sin saber la razón, avergonzada-. ¡Jas!

Con el pie derecho impediste que las puertas se cerraran. Ya cerca de tus ojos, pero a una prudencial distancia, te alargué el sobre.

- Lo has olvidado.

Pudo ser una sonrisa, o un amago de sonrisa. Pudieron ser palabras encadenadas unas a otras, pero sólo fue un gesto el que te sirvió para rechazarlo mientras te alejabas de mí y de mi vida. El ascensor se deslizó despacio. En él, en la superficie de sus brillantes paredes, junto a ti, viajaba mi pensamiento.

«Llámame, habías dicho como despedida, siempre que quieras.»

Y yo pensé: «no, no te llamaré, me importas demasiado.»

Me pregunté durante mucho tiempo -aún sigo preguntándomelo-, por qué en esos momentos se quedan grabados detalles tan nimios: la calidez del pelo suave y largo de la moqueta del pasillo bajo mis pies descalzos, el crujir de mi falda, su resbalar entre mis rodillas; el aroma a rosas de un ambientador quién sabe si barato o caro.
Y me lo pregunto ahora, cuando tus manos -cuánto las añoro- reposan sobre una de las cámaras, ésa que tú manejas como nadie que parece que se ha quedado alelada, en tanto que el director da voces como un poseso, y jura y perjura, y amenaza con sustituir a todos. «A ti no, princesa», dice acariciando mi mejilla; como si no le conociese o sus exabruptos me preocuparan. Y me lo sigo preguntando mientras veo tus ojos, que hoy parecen grises, resbalar despacio por mi escote que esta maldita bata deja tan al descubierto, mientras tu boca, cerrada, me susurra palabras que nunca me dirás, y en tanto las manos de Úrsula se afanan en encontrar el milagro que le permita disimular, aún más, las arrugas de mi rostro.

«Qué manía la tuya de llegar siempre tarde a todo, princesa», me digo. Pero me consuelo recordando las palabras del príncipe de los agrestes brezales de Cornualles: «si en plena juventud se supiese todo sobre la armonía y la gracia ya no se llamaría juventud». Las repito una y otra vez. Espero a que retorne la calma, a que se escuchen las palabras mágicas que poniendo en acción las cámaras, me regalen el costoso don del olvido.

El suelo es áspero. Está frío. Las manos de Úrsula también. No, no es a rosas, huele a lilas. Me gustan las lilas. Me gusta mucho el olor a lilas.


indah



Ese costoso don (Él)



Sonreí, aunque mi gesto no hizo más que arrancarte una ligera respuesta en la comisura de tus labios.
-Me ha gustado conocerte, te dije. Tus ojos, muy abiertos, parecieron querer decirme algo por un momento, pero finalmente te encogiste ligeramente de hombros e hiciste un gesto con las manos. Ese gesto tan tuyo que siempre me recuerda al de la jovencita con trenzas que llevas dentro de ti.
Quizá por ese recuerdo, o quizá por poder prolongar más tiempo esa complicidad que se nos escapaba por momentos como arena entre las manos, mis dedos volvieron una vez más a buscar el cálido contacto de la piel de tus hombros.
Un ligero estremecimiento tuyo acompañó mi contacto, haciéndome desear perderme en esa calidez, en esa suavidad y en ese perfume que tu piel parecía prometerme.
Me dejé llevar una vez más por las sensaciones, deleitándome plenamente con el tacto de mis manos resbalando por la seda de tu enagua, adivinando bajo ella tus suaves formas.
El contorno de tu cuello y tu nuca desnuda llamaron de nuevo a mis labios, que esclavos acudieron a rendir pleitesía a tu piel. Me dejé arrastrar con los ojos cerrados por la misteriosa ruta de tu espalda, embriagado por el aroma de tu cabello, y paladeando, extasiado, el contacto con tu cuello, el lóbulo de tu oreja derecha, y de nuevo tu cuello, y de nuevo tu nuca.
-No podría olvidarte nunca aunque quisiera, te dije.
Abrazado a tu cuerpo, en ese instante, hubiese deseado olvidarlo todo, encadenado a tu cintura eternamente. Asida mi alma a tu presencia con el ansia y la desesperación del náufrago al madero salvador.
Pero en ese mismo momento, cuerpo contra cuerpo, alma con alma, supe que no tenía derecho a llevarte conmigo al abismo oscuro y frío de mi locura y mi incertidumbre.
Muy despacio; mis manos primero, mi espíritu después, me fui separando de ti. Con una última mirada intenté grabar tu imagen en mi retina, quieta en medio de la habitación, con tus ojos siempre tan llenos de vida cerrados a mi visión.

Con miedo a qué decir y sin saber qué callar abrí la puerta del cuarto, no me atreví a mirar atrás. Entre nosotros, como tantas veces antes, está de nuevo ella. O mejor dicho, su fantasmagórica presencia.

Más inseguro que rápido, me alejé de allí buscando la salida de tu casa y de tu vida. Justificando, como siempre, una nueva huida y un nuevo adiós.

Al pulsar el botón del ascensor recordé el sobre que me entregaste al
llegar, y que deliberadamente deposité sobre la cómoda. Un acto reflejo casi me obliga a volver atrás, pero de nuevo el miedo agarrotó mis piernas para impedirme olvidar mis pesadillas.

Obcecadamente me dediqué a mirar el cristal esmerilado de la puerta del ascensor mientras los segundos se transformaban en siglos, y una extraña sensación de vértigo se apoderaba de la boca de mi estómago.

Aun sabiendo que en ese sobre se encontraban probablemente las palabras que indultarían por fin mi atormentada alma, decidí conformarme con la tranquilidad que produce la certidumbre del infierno conocido. Tras una eternidad esperando en ese descansillo vacío, abrí las puertas del ascensor y de mi fuga.

-¡Jas!

Tu voz retumbó en mi interior haciéndome temblar como a un niño en una noche de tormenta.

-¡Jas!

En un último acto desesperado, mi pie derecho se interpuso en el camino de las puertas que se cerraban, mientras mi mirada se quedó fija en tu imagen, desmadejada y nerviosa, que se acercaba a mí con el sobre en la mano.
La luz del descansillo reflejándose brillante a tu espalda te hacía aparecer ante mí con un aura resplandeciente, como salida de un sueño, con los rayos de sol atravesando tu melena suelta. Como la primera vez que te vi. Como mi Dama del Lago surgiendo ante el caballero postrado.

- Toma, lo has olvidado.

Tus palabras me hicieron volver de la ensoñación y te vi ahí, tendiendo hacia mí el sobre cerrado.

Como en el borde de un precipicio, instantes antes de un último vuelo y el impacto final contra las rocas, las imágenes de una vida vacía vinieron a mis ojos, sabiendo que si aceptaba tu sobre diría adiós a mi última esperanza de conjurar su fantasma.

Pudo ser una sonrisa, o un amago de sonrisa. Pudieron ser palabras que no surgieron porque hablaron nuestros ojos. Tan sólo fue un gesto mientras que las puertas, al cerrarse, te alejaban de mí. El ascensor se deslizaba despacio. En él, en la superficie de sus brillantes paredes, junto a mí, viajaba la última visión que tuve al asomarme a la profundidad de tu mirada.

- Llámame, te dije como despedida, siempre que quieras.

Mi postrera petición de auxilio, porque sabía que no habría llamada. Ambos sabíamos que los fantasmas no se dejan vencer por las llamadas de teléfono, y a los dos la vida nos ha enseñado a paladear un minuto de paraíso en el erial de la existencia cotidiana, sin pensar en nada más.
Y me pregunté durante mucho tiempo, y aún sigo preguntándomelo, por qué en esos momentos se quedan grabados detalles tan nimios. Una eternidad con la vista puesta en un sólo mensaje: "Impida que los niños viajen solos".
Quizá no seamos más que niños a los que han sacado de su cuarto de juegos para encerrarnos en una habitación oscura, y que seguimos buscando el camino de vuelta a nuestros caballitos, nuestras casitas y los cuentos de antes de dormir. Sólo niños indefensos a los que nos han llevado de la casa de chocolate y caramelo a la mazmorra del ogro y la bruja.
Y me lo pregunto también ahora mientras, apoyado en una cámara, indiferente a los gritos histéricos del director de turno contra todo y contra todos, mis ojos no pueden separarse de la visión de tu escote, oculto sólo a medias por la bata, mientras te mueves como una reina en medio del plató.

- Qué manía la tuya - me repito teniendo el cuidado de mantener las mandíbulas bien apretadas-, de querer acabar solo y borracho en una barra de bar. Al fin y al cabo no eres más que una de las miles de vidas, de historias, de sueños o de quimeras que van a morir frente al frío acantilado de madera, ladrillo o zinc en cuya cima no ondean gallardetes de reinos perdidos, sino grifos de cerveza y etiquetas multicolores de bebidas. Aunque estandartes o licores vengan a significar lo mismo: imaginarios mundos por descubrir, explorar y recorrer, borrando las miserias y la monotonía que arrastramos cada día, y que llegamos a vislumbrar por un instante entre el alcohol que se disuelve en nuestras copas. La llegada a la Isla del Tesoro, al país de Fantasía o a las minas del rey Salomón. Inocentes sueños que la vida va transformando en sueños más húmedos o en psicotrópicas pesadillas.

- ¿Estáis dormidos? ¿Úrsula, terminas ya con el maquillaje o no?

La voz del director me devuelve a la realidad mientras un extraño olor a lilas me envuelve.

Vuelvo a mirarte a los ojos, a tus profundos ojos. No sé si es la luz del plató o mi propia imaginación, pero por un momento puedo ver mi imagen reflejada en tus pupilas, y aunque mi propia mirada ha perdido ya inocencia y pureza sustituidas por deseo y por miedo, todavía me es posible apreciar un brillo que delata al niño que sigue buscando la lámpara maravillosa y a una niña a quien el príncipe calza por fin con el perdido zapato de cristal.

- ¿Estamos ya? ¿Listos?... ¡Acción!

Mecánicamente aprieto el botón de grabación.

Huele a lilas. No lo había pensado antes, pero me gustan las lilas. Me gusta mucho el olor a lilas. ¿Olerá así cuando los fantasmas desaparecen?


©El

martes, septiembre 06, 2005

Era

Un pájaro cambia el tiempo.
(Juan Larrea)






Como un águila entre el sol y mis ojos, tus silencios;

¡ay!, si en este instante todo quedara inmóvil para siempre

-si fuera un instante eterno-

¿quién me devolvería el sol que anida entre sus alas?

«En el principio era...»



indah

lunes, septiembre 05, 2005

En todas partes


Dibujaba ventanas en todas partes



No es suficiente la lúcida oscuridad: aún no hablas el leguaje de las cosas ni has aprendido a huir de la verdad cercada de tus ojos. No basta con creer que la sombra del jarrón sobre el mantel de lino, es el jarrón, ni en aquello que nadie te dijo y tú recuerdas.

Y si todo no es todo lo que ves, ¿cómo vas a expresar en qué reside la esencia y la belleza de un ramo de violetas? ¿Y la tristeza que emana de una desvencijada silla?

Y si todo no es todo.., entonces. Entonces, qué cansado, qué lento resulta algunas veces vivir sólo para morirse (te cala hasta los huesos como esta lluvia fina, reliquia-fósil del anterior diluvio universal).

Dibuja ventanas en alguna parte o en todas partes y deja volar a tu martirologio de poemas. Son golondrinas buscando su nido primigenio. Déjalos, te digo. Haz de recuerdo unas fotografías (de su alma), saldrán favorecidos, y después, que el aire los deshile o los enhebre, o que alguien que entienda de esto, los escriba.


indah

domingo, septiembre 04, 2005

Y ser vivido.




«Donde las manos juntan más desesperación
y se vuelven gigantescas como animales ilimitados»,
sin quererlo propicio tu porqué. Y callo.
Callo porque afuera la tarde se deshace en pétalos violetas
y su luz que atraviesa obstinada el cristal
me descubre todas las ausencias.

El sol me roza, se hunde en mi carne
y emerge y resurge en la espuma.
Porque toda mi sangre es ola cuando te amo, cuando me amas.
Agua roja volcada sobre tierra roja
hasta hacerse cauce, hasta hacerse río. Y luz y sombra.
Y nuestra vida -amándonos-. Nuestra vida: espalda contra viento.

Y sólo porque cae la niebla sobre la marisma
(cuando rodean mi piel desnuda brazaletes de besos
y pulseras de corales y arena adornan mis tobillos)
alborotadas -rosadas como garzas reales sus alas-,
levantan el vuelo las campanas

Ellas.
Las que lanzan mar adentro sus largas profecías.

Ellas.
Mientras aquí, donde todo parece gris, amor,
te espero oculta entre cortezas de árboles tan ancianos
que ya lo han visto todo, asomada al abismo de tu vida.


indah

sábado, septiembre 03, 2005

¿Alguien lo sabe?

"disuadir del consumo del alcohol y el tabaco es de izquierdas", una frase digna -como es natural- de un Presidente de Gobierno.

Yo, y por mis propios medios, me disuadí hace tiempo: ni fumo ni bebo, ergo ¿soy de izquierdas?

¿Alguien lo sabe? Ay, Dios mío, to be, or not to be: that is the question...

Pero resulta que ahora no sé qué me preocupa más, si saber mi 'condición' política o que, según he leído a moody en I did it MY WAY que tras hacer los pertinentes y complicadísimos cálculos y leerse (él) un interesante estudio sobre el 'cucho', o similar, yo (y usted, por supuesto) necesito 8 vacas para mi mando a distancia, 4 para mi Mp3 y 2 para la linterna.

En fin, que tras quedarme algo ¿ofuscada? al leer las declaraciones del Sr. Rodríguez al El mundo (diario, no al mundo mundo, ya quisiera él que el mundo le hiciera algún caso) resolví que mis dudas eran malas para mi salud y ahora, hasta tengo remordimientos de conciencia -después de la sesión de desgracias con la que me han obsequiado el ratín que estuve mirando la TV-, de haber casi llorado de risa releyendo su "high energy....." de hoy.

Y lo malo no es que yo tenga cierta facilidad para 'visualizar a mi aire' lo que leo en los post, lo malo es que su post de hoy tiene un cierto 'aroma'...

viernes, septiembre 02, 2005

Por si interesa

Primero: me dirigí a Guillermo, un amigo nuestro, de quien Neopolus decía "antiguo lobo estepario", y me ha pasado el enlace (advierto que a mí me debe faltar algún code en el Windows Media Player y no veo imágenes, escucho, eso sí, la música) para un vídeo .avi en el que los monjes del monasterio del que hablábamos ayer, muestran cómo han de hacerse los ejercicios que se denominan "Las ocho piezas del brocado", os pongo la dirección desde la que bajaros el avi, y por si tenéis el mismo problema que yo, y dado que las explicaciones no quedan demasiado claras y que esos ejercicios han de hacerse bien orientados, os copio, igualmente, otra dirección web en la que vienen explicados con dibujillos :) esos y otros ejercicios que, me parece, dicen que no son exactamente de taichí, pero vamos, yo los he hecho, y si no eran iguales, muy parecidos, así que ... primos hermanos.

Bien: el vídeo avi lo podéis bajar desde aquí : http://centrader.net/wp/docs/baduanjin.avi. Son bastantes KB., así que si vuestra conexión no es muy rápida pues, paciencia.

La web en la que se pueden ver los dibujillos para entender mejor los movimientos que hay que hacer es esta: http://www.taijiquan.info/mapa.htm

Espero que os sirva de ayuda, aunque sería estupendo que Neopolus nos explicara con sus propias palabras los seis ejercicios de estiramiento (calentamiento) de los que conoce bien los pros y los contra, y todo aquello que la experiencia le haya enseñado a él :) Bueno, como supongo que está en época de exámenes también, pues... cuando pueda o cuando se sienta capaz de explicarlo, no siempre se puede explicar lo que hacemos a diario, y menos si se trata de ejercicios de este tipo :)

... en cuanto caen cuatro gotas.

Las tragedias, las naturales, ésas contra las que nada se puede hacer, me horrorizan. También, aunque mucho menos, que los telediarios de las diversas cadenas, y la prensa escrita, incluso la virtual, se eternicen poniendo imágenes de ellas, sean naturales o no.

Por suerte, Internet se muestra como un instrumento fantástico en estos casos: incluso aun cuando muchas web’s de Nueva Orleáns caían víctimas de ‘Katrina’, los blog’s se han volcado en dar noticias de unos a otros, y hay web dedicadas exclusivamente a N.O, como http://neworleans.metblogs.com/, en la que unos escriben dando noticias y otros escriben pidiendo noticias de amigos y familiares.

Hasta ahí, nada que objetar salvo cuánto me horrorizan las tragedias, y que en esta ocasión, en algunos momentos, leyendo o escuchando las noticias he tenido la sensación de que hay –dentro del pesar, por supuesto- ciertos matices que no quiero calificar de alegría ni de la manifestación de un ¡por fin! (por fin el gobierno de EEUU, desbordado por las circunstancias, demuestra que no es la potencia que todos pensábamos que era, incluidos ellos); mientras tanto, el señor Moratinos emplea todas sus energías y todas sus influencias para rescatar a una compatriota nuestra -y a su familia-, Dios los proteja a todos, españoles o no, miembro del Parlamento catalán (naturalmente ser miembro del Parlamento catalán no impide que obvies las advertencias que te hacen y decidas libremente seguir de vacaciones; iba a escribir ¡hay que fastidiarse!, pero no lo haré) el señor Moratinos, tiene experiencia en rescatar además de a familiares suyos, a los ciudadanos españoles que él considere dignos de rescate. Desde luego que no pongo en duda que para él todos los españoles somos dignos de que se nos rescate, pero no sé si me gustaría comprobar en mis propias carnes que, pese a lo que decía mi güeli, no soy una joya, y no valgo para el señor Ministro, y quizá para nadie, cien veces más que mi peso en oro, ni siquiera en plata, ni siquiera en hojalata.

Entre tanto, nos muestran imágenes de tiroteos, explosiones, nos cuentan la oscuridad y los saqueos. Yo saquearía lo que fuera si mis familia tuviera hambre y sed, pero no sé qué sentido tiene saquear una tienda de muebles o de electrodomésticos, o, o, o, salvo que se sea un mangante.

Y mangantes y vándalos (véase lo ocurrido en Palencia) hay en todas partes. Y no necesitan un huracán: aparecen como las setas en otoño.., en cuanto caen cuatro gotas.

jueves, septiembre 01, 2005

"La sombra del viento"


Hacía tiempo que no leía un libro del que me costara separarme: me ha encantado, aunque a lo largo de la novela en cierto momento, C.R.Z diga algo parecido -como sólo es parecido no lo entrecomillo- (lo había apuntado, palabrita de honor... pero es que no lo encuentro :) a: Tiene alma de poeta, de criminal por lo tanto...


Nos quedamos allí sentados en brazos de aquella rara quietud, catalogando reflejos sobre el agua. Al rato, el alba esparció de ámbar el cielo y Barcelona se encendió de luz. Se escucharon las campanas lejanas en la basílica de Santa María del Mar, que emergía de las brumas al otro lado del puerto.

"La sombra del viento"
Carlos Ruiz Zafón


Buenas noches (o días, da igual) para todos. Hoy el mío ha sido demasiado largo. Mucho. Pero, ay, cachis, no os olvido.